La elocuencia de la prosa política de Mélenchon y la descomposición del PS lo posicionaron en tercer lugar, por detrás de la ultraderechista Le Pen y el ex ministro de Hollande, Macron. El voto de corazón o el voto útil, ésa es la cuestión.
Por Eduardo Febbro
PáginaI12 En Francia
Desde París
Las izquierdas francesas están extraviadas. Falta menos de una semana para la primera vuelta de las elecciones presidenciales y los votantes progresistas no saben a qué candidato elegir entre las tres ofertas presentes: la del socialista Benoît Hamon, la del líder de la izquierda radical (Francia insumisa), Jean-Luc Mélenchon, o el nuevo actor del extremo centro y del liberalismo social y ex ministro de Finanzas del presidente François Hollande, Emmanuel Macron. Más que une elección de adhesión ideológica propiamente dicha, un voto castigo o un voto útil, las elecciones se han configurado para que, como lo señala François Miquet-Marty, director de la consultora Viavoice, se conviertan en “un dilema”. La primera opción a favor del socialista Hamon está casi descartada. Su lejana posición en los sondeos (entre 7 y 9%) disuaden a los huérfanos socialistas que vieron cómo, ministros, diputados y dirigentes históricos, abandonaban el navío para navegar hacia la presidencia con Emmanuel Macron. La duda se concentra en dos candidatos: Mélenchon o Macron. El primero está hoy en posición de fuerza. Su radicalidad suavizada, la elocuencia de su prosa política y la descomposición del Partido socialista lo izaron al tercer lugar de las preferencia de voto, detrás de la candidata de extrema derecha Marine Le Pen (primera con 25% de intenciones) y de Emmanuel Macron. Según los últimos datos, Mélenchon se adelantó al representante de la derecha, François Fillon. La tercera es la opción Macron. Este diseñador de la política económica de François Hollande aparece, ahora, como la carta más segura para imponerse a la derecha y, en la segunda vuelta, ganar ante Le Pen.
Los progres de Francia tienen, en realidad, dos figuras como expectativa:una izquierda “químicamente pura” (Mélenchon), y un centro químico (Macron) creado hace un año cuya plataforma es una síntesis con ingredientes del centro, de la derecha moderada y de la socialdemocracia al mejor estilo europeo. El nivel de indecisión es tal que a muy pocos días del voto “la figura presidencial es imposible de encontrar”, según la expresión del Primer Secretario del PS, Jean-Christophe Cambadélis. ¿A quién votar? Si lo hacen por el socialista Benoît Hamon es prácticamente un voto perdido. Poco a poco, Hamon fue deslizándose hacia la retaguardia de las encuestas empujado a la vez por el avance de Francia insumisa y, sobre todo, por el continuo flujo de deserciones dentro del PS. El disenso entre el liberalismo social y el socialismo fidedigno, entre la socialdemocracia reformista y de gobierno y la izquierda igualitaria y partidaria del Estado no se resolvió con un congreso que enfrentó a las dos mociones sino con una espantosa fuga de socialistas hacia el extremo centro de Macron. Benoît Hamon fue crucificado por los dirigentes de su propio partido.
Respaldar a Jean-Luc Mélenchon es, para la izquierda, la carta más genuina. El problema está en que su orientación radical no le garantiza una mayoría presidencial. La realidad de su dinámica es igualmente un aprieto. En las elecciones presidenciales de 2012, las encuestas de opinión lo situaban alrededor de un 18% de las intenciones de voto. Al final de la primera vuelta, sólo obtuvo 11%. Elegir a Emmanuel Macron significa un voto a favor de la continuidad con las políticas del presidente François Hollande que el mismo Macron implementó a partir de 2014 cuando se produjo el giro liberal del mandato. Sin embargo, pese a no contar con un partido ni haber participado nunca en una elección, Macron desplegó una narrativa de cambio y de ruptura con el sistema que sedujo a porciones importantes del electorado. Su ubicación en el “extremo centro”, su aura juvenil y la energía positiva que se desprende de él desempeñaron un papel decisivo en su insólito ascenso.
Huérfanas de un socialismo suicida, tentadas por la opción más radical o por un centro liberal moderado, aterrorizadas por las raíces profundas de la extrema derecha y la certeza de que su candidata, Marine Le Pen, puede llegar a la segunda vuelta y más, espantadas por la corrupción del candidato de la derecha de gobierno, François Fillon (Los Republicanos), las izquierdas de Francia oscilan entre el voto útil, Macron, o el voto estratégico y de corazón, Mélenchon. Enfrente tienen el espectro que lo regula todo, Marine Le Pen, y un voto envuelto en un doble sentido: elegir a un candidato progresista para la segunda vuelta del siete de mayo e impedir que la derecha pase a la segunda, donde podría enfrentarse y ganarle con seguridad a Marine Le Pen.
El problema es que, hoy, todo está cubierto de neblinas. El 40% de los votantes no habrían decidido aún por quién votar y las últimas encuestas arrojan un retrato electoral desconcertante: los cuatro candidatos fuertes, Marine Le Pen, Emmanuel Macron, Jean-Luc Mélenchon, François Fillon, están empatados. Sus respectivos porcentajes (entre 19 y 24%) no están por encima del margen de error que se integran en los sondeos. Los franceses se han convertido en un prodigioso director de teatro que juega a su antojo con los actores. A su vez, la incertidumbre, la explosión del PS, las nuevas figuras como Macron, la influencia reciente de Jean-Luc Mélenchon, o la decapitación anterior de varios políticos de carrera (François Hollande, Nicolas Sarkozy, Alain Juppé, Manuel Valls) son el testimonio de un fin de ciclo. El semanario Le Nouvel Observateur escribe en un editorial: “Francia vive una sesión de psicoanálisis colectivo mucho más apasionante de lo que parece. Esa sesión nos está contando el fin de un mundo”. Recién el próximo 7 de mayo se conocerá la identidad del cambio, o de la continuidad.
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