Con la intención no manifiesta de antagonizar con Trump, el presidente francés da otro paso para posicionarse como referente; los problemas de Merkel y de May le juegan a favor
ARÍS.- El presidente francés, Emmanuel Macron, aprovechó ayer la Cumbre Un Planeta sobre cambio climático para dar otro paso decisivo en su estrategia de disputarle el liderazgo global a Donald Trump.
Desde que hizo su debut en la arena internacional a fines de mayo en la cumbre de la OTAN en Bruselas y horas después en el G-7 de Taormina, siempre se plantó frente el jefe de la Casa Blanca como un antagonista. Por cierto, cortés, educado y con buenos modales, pero como un rival al fin. Y desde ese momento, siempre mostró -en la comisura de los labios y con el rabillo del ojo- una suerte de desdén frente a un hombre que parece su antítesis. A diferencia de Macron, Trump es ofensivo con sus aliados, irrespetuoso de los códigos de la diplomacia y tiene poco conocimiento de los grandes temas internacionales.
Aunque el tema nunca aparece en la superficie, Macron considera a Trump, de 71 años, un hombre del viejo mundo. El presidente francés, que recién se convertirá en cuadragenario el 21 de diciembre, cree que el mundo actual será construido por una nueva generación de líderes más sensibles a los tremendos desafíos que plantean las desigualdades sociales, las nuevas tecnologías y el cambio climático.
No son pocas razones para separar a dos hombres. En Bruselas la divergencia fue la ausencia de compromiso norteamericano en caso de agresión exterior -es decir, rusa- a un miembro de la OTAN. En Taormina, las fricciones ocurrieron a propósito de la actitud de Trump, que, aferrado a su política proteccionista de "America first", se negó a apoyar una declaración a favor de la libertad de comercio. La brecha fue tan grande que, por primera vez, una cumbre del G-7 terminó sin una declaración final.
Pero el desacuerdo más profundo -y denunciado con mayor vigor por el propio Macron- se produjo el 1° de junio, cuando Trump anunció que Estados Unidos había decidido salir de los Acuerdos de París sobre cambio climático, firmados el 12 de diciembre de 2015. "No puede haber plan B porque no hay planeta B", le dijo con tono implacable. En su reacción, no sólo calificó la decisión de Trump como un "error" y una "falta grave" para "el futuro del planeta". Como un cinturón negro de judo, aprovechó la fuerza del mejor eslogan de campaña de Trump para utilizarla en su beneficio y convertirlo en un argumento que desestabilizó a Trump: "We will make our planet great again" (Le devolveremos su grandeza a nuestro planeta), le respondió para indicarle claramente que el comportamiento de la Casa Blanca no desmoralizaría al resto del mundo, que -por primera vez- parece realmente decidido a luchar contra el deterioro climático para poder salvarlo.
Resulta imprescindible conocer esos antecedentes para entender la audaz iniciativa política adoptada por Macron cuando convocó a la cumbre sobre el clima. Esa conferencia con participación de 50 jefes de Estado y de gobierno y de unos 4000 líderes de opinión, científicos, empresarios, financistas, artistas y personalidades célebres podía resultar -en principio- innecesaria apenas tres semanas después de la conferencia de Hamburgo sobre cambio climático.
Es cierto que los objetivos de este cónclave son diferentes. El propósito de esta cumbre es relativamente novedoso porque se trató de lanzar una dinámica en la esfera económica, que hasta ahora se mantenía en actitud prescindente, para comenzar a movilizar los recursos que se necesitan para revertir el proceso industrial y financiero iniciado con la Revolución Industrial y que llevó el mundo al borde de la asfixia.
Todo eso tampoco es gratuito. Es evidente que Macron, aunque jamás lo proclamó en voz alta, busca posicionarse como uno de los principales líderes de referencia. Por lo pronto, supo capitalizar los forzados eclipses de la canciller alemana, Angela Merkel, y de la primera ministra británica, Theresa May -ambas sumergidas en profundas crisis internas-, para ganar influencia como hombre de buenas ideas e iniciativas importantes en el marco europeo.
En un área mucho más urticante, como es Medio Oriente, también supo moverse con prudencia para "rescatar" al primer ministro Saad Harari de su secuestro en Arabia Saudita y reubicarlo en el complicado juego libanés. En la última semana marcó claramente su desacuerdo con la decisión de Trump de anunciar el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén. Cuando recibió al primer ministro Benjamin Netanyahu en París, se convirtió otra vez en el vocero de Europa advirtiéndole que Francia y el resto del bloque mantendrán inalterable su doctrina de "dos Estados, con Jerusalén como capital de ambos".
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