Por Julio Blanck
Los jefe sindicales, varios de ellos del sector privado, escuchaban atentos.
“Yo sé que están preocupados por el empleo. Ustedes saben de dónde vengo. Cuando fui empresario siempre me preocupé por generar producción y trabajo. Como presidente voy a hacer lo mismo”.
Mauricio Macri aprovechó el clima amigable y planteó otro compromiso. Les aseguró que mejorando la situación de obreros y empleados “los voy a ayudar a frenar a los troskos que les están complicando la vida en los sindicatos”.
Ahí hasta hubo sonrisas de los interlocutores, que sufren el avance de las agrupaciones de base a partir de la acumulación de demandas insatisfechas y de respuestas sindicales insuficientes.
Palabras más o menos, estos fueron los planteos de Macri en una serie de encuentros con las cúpulas gremiales durante los últimos 45 días. Dialogó a la luz del día con Hugo Moyano y sus compañeros de la CGT Azopardo. Pero tuvo también encuentros más discretos con dirigentes de la CGT oficialista que conduce Antonio Caló. Entre los que se sentaron frente a él estuvieron los dos sindicalistas favoritos de Cristina: el constructor Gerardo Martínez y el estatal Andrés Rodríguez.
A un año del recambio presidencial, todo el mundo está tratando de tomar posiciones y acomodarse para el tiempo que viene. Los jefes gremiales, de demostrada plasticidad, están en el pelotón que puntea esa carrera.
Varios de ellos tienen llegada habitual al jefe porteño y su equipo. Paritarias del gremio municipal o contratos para prestación de servicios, como la recolección de residuos, crean un espacio natural de negociación.
Los macristas que hablan seguido con Moyano endulzan un poco toda esta historia. Aseguran que el camionero les avisó de entrada: “Lo que ustedes tienen que saber es que nosotros somos peronistas y no nos casamos con nadie”. Pero aseguran que también les reconoció que “Macri es un tipo jodido para negociar, pero cuando llegaste a un acuerdo te lo cumple y no está en contra de los trabajadores”. Son cosas que se dicen. Habrá que ver cómo funcionan en la práctica llegada la ocasión.
Macri, explican sus allegados, no pierde tiempo buscando eventuales alianzas político-electorales con la guardia vieja del sindicalismo peronista. Lo que intenta es tender con tiempo una red de seguridad para garantizar algunas formas de paz social, si es que los astros se le alinean y le toca ganar la Presidencia y gobernar el país desde diciembre de 2015.
Esta hipótesis de Macri presidente estaba descartada hasta hace poco por descabellada e imposible.
Pero hoy parece haber entrado en consideración incluso de los jefes sindicales. Es el mayor logro que puede exhibir el jefe del PRO, que viene escalando a paso firme en las encuestas aunque todavía estén lejos de asentarse las tendencias definitivas del electorado.
La pregunta más frecuente, cuando se habla de la proyección de Macri, es si llegado el momento podrá gobernar sin el peronismo, y más aún, con los sindicatos en contra.
La amenaza a la gobernabilidad es un intangible contra el que Macri tiene que batallar tanto como contra sus adversarios electorales. Eso explica este proceso de acercamiento con los gremios, que recién está empezando. Se busca construir confianza, establecer vínculos personales, fijar ciertas reglas de juego que puedan normar una convivencia futura.
Es una apuesta de riesgo, pero hoy no tiene a la vista otro camino posible.
Macri puede hacerlo, además, porque siente que tiene las espaldas cubiertas. La continuidad del PRO en el gobierno porteño parecería razonablemente asegurada hoy, por el peso positivo de la gestión y porque tiene dos candidatos de similar condición competitiva.
Según al menos tres encuestas que maneja el comando macrista –realizadas por las consultoras Management & Fit, Aresco e Isonomía– Gabriela Michetti ganaría con comodidad la elección a jefe de Gobierno en 2015 y Horacio Rodríguez Larreta, si bien por un margen algo menor, también podría imponerse sin mayores sobresaltos asegurando la continuidad macrista.
Para la senadora Michetti hay otro destino posible: la candidatura a vicepresidente, acompañando a Macri en la fórmula. Allí juega la idea de consolidar a fuego la alternativa propia, la “tercera vía” con la que Macri machaca para marcar diferencias con “los que gobiernan hace treinta años”, es decir los peronistas de todo pelaje y también los radicales.
En cualquier caso el rival electoral a vencer sería Martín Lousteau, que si se decide a ser candidato porteño y no apunta a una postulación más alta, podría dar buen combate desde UNEN y hasta poner en apuros al macrismo.
Para reforzar la idea de espaldas seguras, en la segunda línea de preferencias porteñas están dos pro-peronistas con ambiciones propias: Cristian Ritondo, jefe de la Legislatura, y el senador Diego Santilli. Ambos miden razonablemente bien para el poco conocimiento que todavía tienen en el electorado capitalino. De momento, Ritondo ya se lanzó formalmente como candidato.
Santilli y Ritondo son, también, dos de los hombres de Macri que tienden lazos con el sindicalismo peronista. Desde que fue ministro de Espacio Público, Santilli tiene establecida relaciones personales y políticas con Hugo Moyano y su entorno. Ritondo es parte de la comisión directiva del club Independiente que preside justamente Moyano. Y los dos, por peronistas, tiene caminos naturales de llegada a otros sectores gremiales.
En el macrismo recuerdan que sindicalistas del oficialismo tienen historia con el PRO. Como el estatal Andrés Rodríguez, que integró la mesa gremial que acompañó el primer –y frustrado– intento de Macri por alcanzar el Gobierno porteño, en 2003. En aquella ocasión el incipiente macrismo también había sido acompañado por el gremio del Seguro que lideraba Ramón Valle.
Muy atento al desarrollo de esta iniciativa, Macri armó un equipo para atender la cuestión gremial en donde influyen el secretario general porteño, Marcos Peña, y el ministro de Gobierno y armador nacional del PRO, Emilio Monzó.
También están allí, por razones de la gestión que los llevan a relacionarse con los gremios, ministros como Néstor Grindetti (Economía) y Edgardo Cenzón (Espacio Público) y el vínculo natural con esa porción del universo que es el subsecretario de Trabajo Ezequiel Sabor.
Todos ellos aseguran encontrar actitudes abiertas y oídos predispuestos en la dirigencia gremial. Habría que preguntarse cuánto de ese camino, imposible de imaginar tiempo atrás, fue allanado por la constante devaluación del poder sindical ejecutada desde el kirchnerismo.
Con la inflación comiéndose cada día el poder de compra del salario y la estabilidad y calidad del empleo en jaque por la recesión, las jefaturas de los gremios se inquietan más y más.
También su poder estará en juego, de algún modo, el año próximo.
Ya están abiertas las compuertas de diálogo entre centrales oficialistas y opositoras. Y un dirigente de peso como el jefe de los textiles, Jorge Lobais, de la CGT más pegada al Gobierno, viene de decir que “nos va tapando la mugre” por la subida constante de los precios; y se quejó de que la Presidenta “siempre fue una persona muy especial, a la que le cuesta escuchar” Los muchachos necesitan una terminal donde hacer escuchar sus penas y presentar la lista de sus necesidades. Macri, y mucho más Sergio Massa que ya dio grandes pasos en esa dirección, saben que allí hay una construcción política por hacer.
No se trata de amor, sólo de interés. Por eso quizás pueda funcionar.
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