La reacción ante los dichos de Facundo Manes dejaron en evidencia el liderazgo del expresidente. La falta de dirección acerca peligrosamente al peronismo a la crisis.
Por: Nicolás Lantos.
La reacción en cadena ante un comentario liviano de Facundo Manes respecto a los mecanismos de espionaje interno implementados durante el gobierno de Mauricio Macri fue mucho más reveladora que lo expresado por el precandidato presidencial de la UCR. “Macri tiene que reflexionar porque en su gobierno él tuvo populismo constitucional. Hubo operadores que manejaban la justicia, que influían en la justicia. Eso es populismo institucional. También hubo datos y evidencia de que se espió a gente, incluso de su gobierno. El populismo institucional lleva también al fracaso de las naciones”, dijo.
En las horas que siguieron a esa declaración algo confusa y en absoluto novedosa el PRO desató sobre Manes una campaña de disciplinamiento de alta densidad, a través de medios de comunicación tradicionales, dirigentes, influencers y granjas de trolls. No se trató solamente de una desmentida colectiva sino que fue una forma de decir que no se permitirá que la evaluación de la presidencia de Macri sea asunto de debate en la interna de Juntos por el Cambio. Por momentos, incluso, los retruques parecían exaltar su liderazgo de manera vulgarmente populista, dios no lo permita.
“Aquellos que no quieran dar la batalla por la República, los que se sientan más cómodos con el pensamiento único y dogmático, no tienen obligación de quedarse en Juntos por el Cambio”, lo desafió Alejandro Finocchiaro. “¿Manes a quién te comiste?”, lo toreó Darío Nieto. Desfilaron todos: Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta (con cierta demora y liviandad), Cristian Ritondo y hasta radicales como Luis Petri y Luis Brandoni. La UCR volvió a dejar en evidencia su completa falta de autoestima cuando se sumó al escarmiento con un tibio comunicado sin firmas. Todos hacían énfasis en proteger la unidad.
Los periodistas que trabajan en el mismo esquema fueron todavía más allá. Luego de la intervención original, un panelista del programa se vio en la necesidad de intervenir para decir que “lo que dijo Manes en la justicia no se comprobó” (mentira, los hechos de espionaje están comprobados en varias causas). Al día siguiente, el conductor de ese envío tuvo que leer al aire algo que sonaba bastante como un descargo del propio Macri disimulado como columna editorial. Otro, en un canal distinto, amenazó al precandidato radical con que no volvería a tener trabajo si Juntos por el Cambio gana las elecciones.
Resulta llamativo: cuando Elisa Carrió, hace pocas semanas, acusó a Ritondo de narcotraficante, no hubo la misma reacción en cadena. Tampoco cuando, días más tarde, Gerardo Morales denunció la corrupción en el gobierno porteño. Ninguno de ellos fue acusado de poner en riesgo la unidad. A ninguno se lo invitó a retirarse de la alianza. A ninguno le dijeron “mierda”, ni recibió amenazas, ni fue hostigado por las redes sociales. El episodio revela una jerarquía que se intuía y un liderazgo que a esta altura del partido no parece tener sombra ni discusión.
La misma asimetría se repite entre los partidos que conforman Juntos por el Cambio. La repudiada frase de Manes sobre populismo institucional durante el gobierno de Macri llega como respuesta a una pregunta del anfitrión del programa sobre la naturaleza “neopopulista” del radicalismo. Es decir: está permitido inculcar sospechas de populismo en uno de los socios de la alianza, como hizo el entrevistador, pero no en el otro, como respondió el entrevistado. El comunicado de la UCR sacándole el banquito a su precandidato no hizo más que ratificar la naturaleza cebollita del centenario partido en esta coalición.
Cabe preguntarse cuánto de esa jerarquía se debe a una preeminencia política y cuánto a los frutos de ese espionaje que denunció Manes y muchos otros antes que él. Es una duda pertinente porque si efectivamente Macri está utilizando esos métodos para influir en la interna de su espacio, habrá siempre decisiones que escapen al ámbito del análisis político. Todos los cálculos y especulaciones sobre los que se construye una estrategia electoral quedan distorsionados por el ruido de factores extraños al debate democrático. Un riesgo que debe tener bien presente el peronismo si no quiere volver a chocar contra la misma pared.
El Frente de Todos no sufre de un exceso de verticalidad sino todo lo contrario. Cristina Fernández de Kirchner no quiere o no puede asumir personalmente, en estas circunstancias, el liderazgo político hacia el interior del peronismo, que a esta altura ya nadie discute. Al laberinto parajudicial al que está siendo sometida se le sumó el atentado en su contra. Cerca suyo señalan que parece cada vez más lejos de una candidatura en 2023, aunque esa posibilidad volvió a tomar fuerza a la luz del duelo entre Lula y Bolsonaro en Brasil.
El presidente Alberto Fernández no se resigna a ser un actor de reparto de su propio gobierno pero no encuentra la forma de evitar los cuestionamientos cada vez menos solapados de sus socios, que lo ven como un estorbo. En los últimos días dedicó esfuerzos a evitar que los cambios en el gabinete signifiquen una mayor licuación de su poder: quiere reemplazar a cada uno de los que se va por otro de los suyos. Ardua tarea que le consumirá cada minuto de este domingo. Abandonado hasta por dirigentes que todavía le deben mucho, sufre ahora la falta de un armado político que le de sustento a su sueño de ave Fénix.
Independientemente de que él decidió no hacerlo cuando tuvo la posibilidad, cabe preguntarse con qué materia prima contaba para esa tarea. La exministra de la Mujer, Elizabeth Gómez Alcorta, se sumó a la ya larga lista de exfuncionarios que parecen más preocupados por explicar, en una extensa carta, los motivos que los llevan a renunciar a sus cargos, que las cosas que hacían cuando aún los ocupaban. Una constelación de freeriders que usaron el gobierno argentino como proyección para sus carreras profesionales: triste final para el albertismo nonato.
Mientras tanto, Sergio Massa conduce la gobernanza económica con mano de hierro y resultados que quedan bárbaros en las planillas de excel pero no tienen correlato en la realidad efectiva de los casi 50 millones de argentinos. Mientras la macroeconomía sigue superando expectativas y las ganancias empresarias son cuantiosas, la inflación récord pulveriza los salarios, sin importar con qué frecuencia se abran las paritarias, que ya parecen una puerta giratoria: ni bien terminás de discutir el salario ya quedó viejo y hay que volver a discutir.
Si quiere confirmar su pasta de político, y por lo tanto, de posible candidato del peronismo, el ministro de Economía deberá apurar las medidas que fortalezcan el poder adquisitivo, ya sea mediante un aumento de salarios generalizado y/o a través de un congelamiento que pueda controlarse efectivamente y permita que los ingresos más rezagados recuperen terreno. Caso contrario, deberá conformarse con el oscuro rol del tecnócrata que facilitó el trabajo sucio de un ajuste que le abrirá la puerta a la derecha para que asuma con la tarea ya hecha.
Desde hace dos semanas se prometen anuncios en materia de salarios estatales, ingresos para indigentes y control de precios, pero las decisiones concretas se siguen demorando. Si es cierto, como barruntan en los pasillos de Economía, que existen estudios que explican que los desembolsos que se hagan ahora no alcanzan a impactar en las elecciones del año que viene, y por eso Massa decidió postergar las buenas noticias, alguien en el gobierno debería notar que la temperatura social viene en franca escalada y que si no se apura algún tipo de reparación del poder adquisitivo, la situación puede tornarse explosiva.
Hace diez días la tensión se reflejaba en las escuelas y las fábricas de neumáticos; esta semana levantó temperatura en Villa Mascardi y se cobró una víctima fatal de la represión de la Policía Bonaerense durante el partido entre Boca y Gimnasia. El Estado ya no solamente falla por omisión, como en el conflicto escolar o la paritaria de SUTNA, sino que se vuelve protagonista de los episodios de violencia. La paciencia de la sociedad argentina después de un lustro de privaciones, retrocesos y provocaciones, es el muro, tenue, que separa al país de una crisis total, y que en estos días empieza a mostrar sus primeras fisuras.
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