Maduro dice que nunca pensó en ser presidente. Y que no aspira a riquezas materiales.
Sea cierta o un invento de los propagandistas de ocasión para mejorar su biografía, lo concreto es que este conductor de colectivos pasó en poco más de 20 años de un oscuro puesto municipal a la primera magistratura del país como si hubiese dado un salto montándose en la espalda de un gigante.
Y algo de eso hay, desde luego. Fue su acercamiento a la figura más importante que ha dado la política venezolana en el último siglo lo que lo catapultó a la posición relevante que ocupa hoy como el heredero reconocido por el fallecido presidente cuando, el 8 de diciembre último lo designó públicamente como su virtual delfin antes de partir a Cuba para operarse de su cáncer. Llamó entonces a los venezolanos a votar por él en caso de que hubiera que llamar a elecciones.
Ese momento, que ya quedó imborrable en la historia de Venezuela, fue usado en la campaña como una carta de presentación por el presidente electo ayer en cada uno de sus actos políticos ante miles de partidarios que lo reconocieron con el voto como el merecido sucesor del líder bolivariano.
La frase de Chávez ya quedó en la historia: “Mi opinión firme, plena, como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido”. Fue el último discurso que el ex presidente pronunció en su vida. Un discurso cuyo protagonista fue, justamente, el dirigente sindical de 50 años que siempre le ha sido fiel.
Nacido hace 50 años en Caracas, comenzó a actuar en política en 1992 cuando como líder sindical pidió en las calles la liberación de Chávez, entonces encarcelado por haber dirigido el intento golpista del 4 de febrero contra el presidente Carlos Andrés Pérez.
Antes, a mediados de los ochenta, había militado en la organización Liga Socialista, que lo preparó como dirigente y gestionó llevarlo a Cuba para realizar un curso de cuadros sindicales. En la isla permaneció un largo tiempo instruyéndose en el marxismo leninismo.
Tiene dos hijos, dos nietas y está casado con Cilia Flores, hoy procuradora general del país y una de las abogadas que en 1994 obtuvo la liberación de Chávez tras su golpe contra Pérez.
En su campaña, Maduro confesó que nunca había pensado en llegar a la presidencia.
“Yo soy hijo de Chávez. No aspiraba a ser nada en la vida, sólo estar a su lado. No soy arribista, no soy ambicioso de poder, además que no soy un burgués ni aspiro a riquezas materiales en esta vida, sólo me siento hijo de Chávez”, repitió.
El candidato a proseguir el proyecto bolivariano nunca pisó la Universidad como estudiante y desde el fin de la escuela secundaria militó en agrupaciones de izquierda de la capital. Electo diputado en el 2000, fue reelecto en el 2005 y se transformó entonces en presidente de la Asamblea Nacional, el Parlamento venezolano, cargo que dejó un año después cuando el propio Chávez lo designó canciller. El 12 de octubre pasado se convirtió en vicepresidente, tres días después de la cuarta reelección de Chávez, hecho que no le impidió seguir al frente de la Cancillería.
Maduro es descripto como un dirigente moderado, en oposición al presidente del Parlamento, Diosdado Cabello, más cercano a las Fuerzas Armadas, quien le disputa el control interno del chavismo y no es bien visto por el liderazgo comunista cubano, un factor que cada vez parece tener más influencia en las políticas seguidas por ahora presidente electo.
Religioso y creyente en entidades místicas hindúes, su alusión a que había recibido mensajes de Chávez desde el más allá a través de la voz de un “pajarito” provocó burlas y criticas entre propios y extraños. Pero no pareció ser un simple recurso electoral para granjearse la simpatía del votante chavista. Su biografía muestra que, en su corazón, la política no está alejada de la religión.
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