Larry Fink, jefe de BlackRock, el mayor fondo mundial, junta a acreedores contra el plan argentino por la deuda. ¿Qué busca? Flirteo con Macri. Juego político.
Por MARCELO FALAK.
La negociación de la deuda cayó en un impasse desde que dos de los nucleamientos de acreedores externos rechazaron la última propuesta nacional a pesar de sus condiciones sustancialmente mejores y, en su lugar, realizaron el último lunes una contraoferta, no tan distante en lo financiero, pero capaz de dar por tierra con el proceso. Los halcones son los fondos alineados en los grupos Ad Hoc, los más poderosos, y Argentina Exchange Bondholders, que reúne a los tenedores de títulos del canje de 2005. La irritación cundió en la Casa Rosada y en el Palacio de Hacienda debido a que estos arrastraron también a buena parte del Comité de Acreedores de la Argentina (ACC), que se fracturó entre fondos como Greylock Capital, que se mantienen firmes en su aceptación de aquella oferta, y otros, que se dieron vuelta, desconocieron su compromiso reciente y marcharon detrás del ceo del gigante BlackRock, Laurence D. "Larry" Fink, líder de Ad Hoc. “Actuaron de mala fe, como si fueran un cartel, y les mintieron a sus socios”, dijo en una reunión en Olivos el presidente Alberto Fernández.
No estamos para pelear con nadie sino para resolver el problema de la deuda, aun cuando la pandemia nos sigue pegando.
Hemos hecho un enorme esfuerzo y realizado la última y definitiva oferta. Lo que necesitamos es comprensión de todos. No es un capricho, es sensatez. pic.twitter.com/e5MadtwGz0
— Alberto Fernández (@alferdez) July 22, 2020
¿Por qué Fink cartelizó a los acreedores y embarró la cancha de ese modo cuando todo parecía conducir a un acuerdo razonable y soñado por el Gobierno como el kilómetro cero de su refundación política y económica?
MÁS QUE UN PAÍS. BlackRock no es un fondo cualquiera. Es el más grande del mundo y maneja activos por 7,3 billones de dólares, 17 veces el producto bruto interno (PBI) de la Argentina y alrededor del 30% del de Estados Unidos. Su poder se mide mejor cuando se compara su cartera con presupuestos nacionales como el de Alemania. Si el PBI de ese país es de alrededor de cuatro billones de dólares y su presupuesto representa casi el 45% del mismo, Fink y su directorio administran una riqueza cuatro veces mayor que la que manejan cada año Angela Merkel y sus ministros.
Su perfil, colgado en la página del fondo, indica que nació en Los Angeles en 1952 y que se graduó en Ciencia Política en 1974 y realizó un máster en Administración de Empresas en 1976, siempre en la Universidad de California, en Los Angeles (UCLA).
Trader desde joven, ingresó en 1988 al fondo Blackstone, del que surgió y luego se independizó BlackRock en 1992. Su nombre estuvo desde el vamos asociado a esta criatura.
Su influencia, vía el fondo de nombre jaggeriano, es enorme en Washington, al punto de que asesoró a la Reserva Federal en la compra de bonos corporativos para sostener al mercado durante el derrumbe inicial que causó la pandemia. En la crisis de las hipotecas de 2008, punto de inflexión en el crecimiento de BlackRock, ya había colaborado con la autoridad monetaria en el rescate de la aseguradora AIG y del banco de inversión Bear Stearns.
En la última edición de las cartas que tradicionalmente dirige a los “queridos ceos” estadounidenses, consideradas cruciales para entrever el rumbo de Wall Street, Fink explicó el mes pasado que, “como administradora de activos, BlackRock invierte en beneficio de otros (…) El dinero que manejamos no es nuestro, sino que pertenece a gente en docenas de países que trata de lograr objetivos de largo plazo, como su jubilación. Tenemos una gran responsabilidad frente a esas instituciones e individuos”. Lo que el hombre busca es plata, la más grande posible.
Todos los financistas persiguen ese fin, así que la cuestión pasa por los métodos. BlackRock no es un fondo buitre y su negocio no es litigar en tribunales como en el del inolvidable Thomas Griesa, aunque eso no impide que juegue al filo del reglamento.
RIVALES Y ESPEJOS. El titular de Greylock, Hans Humes, estalló al ver cómo Fink le rompía el grupo ACC. Para él, la última oferta presentada por Guzmán, inmodificable en los números –no en lo legal– de acuerdo con este y con Fernández, es “suficientemente buena”. “Es más importante lograr un acuerdo general que pelear por dos puntos más”, disparó.
En efecto, el valor presente neto de la propuesta argentina alcanza, si se considera una tasa poscanje del 10% para el país, al 53,5% de la deuda vieja; BlackRock y sus aliados pujan por un 56,5%, una diferencia de menos de 2.000 millones de dólares a lo largo de los años.
¿Humes y Greylock son buenos, mientras que Fink y BlackRock son malos? No. Otra vez: se trata de negocios y de los modos en que estos se conciben. El contrapunto entre ambos ilumina los pasos del segundo.
“PARA SABER ENTRAR HAY QUE SABER SALIR”. La máxima menottista se aplica también a las finanzas.
Greylock, un jugador más pequeño, tiene una práctica mucho más agresiva que BlackRock. En su página web se presenta como un fondo con “un récord de más de 23 años” y “líder en manejo de deuda soberana de mercados emergentes y corporativa en dificultades, así como en inversiones crediticias de alto rendimiento”.
En su carácter de especialista en defaults, Humes participó en el canje de 2005 y volvió a ver una oportunidad de hacer ganancias en Argentina en septiembre del año pasado, después de las primarias, cuando el triunfo de Fernández sobre Macri ya era casi una certeza. “Vale la pena comprar bonos soberanos de la Argentina, ya que la Nación tiene problemas de liquidez pero no de solvencia”, decía Humes, quien, al descontar una nueva crisis, compró barato y, por lo tanto, ganaría mucho con los 53 centavos y medio por dólar que hoy se ofrecen.
“Correte de mi dinero”, parece decirle Hans Humes, de Greylock, a Larry Fink.
Además, dada la envergadura relativa, la exposición de Greylock en Argentina es muy superior a la de BlackRock, que se conduce en la negociación como un adolescente que tiende a la prepotencia y que creció tan rápidamente que maneja con torpeza su volumen. “Correte de mi dinero”, parece decirle Humes.
Al revés de Greylock, otros fondos compraron a pleno el relato financiero del gobierno de Mauricio Macri. Aún se recuerdan los elogios de junio de 2016 de Larry Fink al entonces ministro Alfonso Prat-Gay en un evento de la America’s Society.
Así, los que creyeron en la “revolución de la alegría” y no lograron huir a tiempo del empapelado que comenzó ese año y culminó abruptamente en 2018 –BlackRock y otros gigantes que lo acompañan en el grupo Ad Hoc: Pimco, Ashmore, Fidelity, AllianceBernstein y Amundi, entre otros– vienen bajando la cuesta desde valores mucho más cercanos a la par. Eso explica la porfía de los tres centavos.
VENGO DEL FUTURO. Humes dijo algo más: “Si no cierran, terminará siendo dinero muerto”. En efecto, si la actual negociación se cayera, los 53,5 centavos por dólar que estarán sobre la mesa hasta el 4 de agosto caerían a 20 o 25, carne de buitres. Asimismo, si la Argentina virara obligadamente hacia la normalización de sus compromisos con el FMI, cualquier oferta futura, especialmente en un escenario pospandemia de tierra arrasada, podría resultar menor que la actual.
“No hay razón para decirle no a una oferta de 53,5 dólares para exigir 54 o 55. Eso es más ego que otra cosa”, añadió Humes.
¿Hay lugar para el ego en los negocios? No parece, pero el perfil político del dueño del cartel de acreedores halcones matiza esa respuesta.
PENSÁ EN VERDE. Larry Fink fue señalado en la campaña electoral de 2016 como posible secretario del Tesoro en caso de triunfo de Hillary Clinton. El batacazo de Donald Trump, se sabe, no le permitió siquiera ponerse en una lista y hacer lobby.
Sin embargo, el ala derecha del Partido Demócrata, a la que siempre le endulza el oído, va por la revancha de la mano de Joseph Biden en las elecciones del 3 de noviembre. Casualmente o no, Fink se reinstala.
En medio de la reciente ola de indignación popular por el asesinato del afroestadounidense George Floyd por parte de policías, anunció que incrementaría la promoción de ejecutivos negros hasta alcanzar el 30% en cuatro años. Asimismo, en la carta a los ceos mencionada más arriba, afirmó que conduciría a BlackRock hacia inversiones ambientalmente responsables. “Veremos cambios en las asignaciones de capital más rápidos que los propios cambios del clima”, señaló.
El ala derecha del establishment no le perdona el “populismo” implícito en esas ambiciones.
The Wall Street Journal lo acusó en enero de postularse para secretario del Tesoro, para lo que, afirmó, “asumió el rol de conciencia del mundo de los negocios, que les dice a los ceos cómo manejar sus compañías”.
“Las maquinaciones políticas de Larry Fink invitan a un escrutinio regulatorio”, lo volvió a atender un mes más tarde.
“BlackRock, acusado de hipocresía ante el cambio climático”, lo zamarreó, por su parte, el Financial Times en mayo debido al voto de los representantes del fondo en dos empresas petroleras australianas contra nuevas regulaciones ambientales. Cabe señalar que el magnate no renunció a sus negocios con el petróleo saudita ni siquiera tras el truculento linchamiento del periodista disidente Jamal Khashoggi dentro del consulado de Riad en Estambul.
Sus intereses en empresas vinculadas a los combustibles fósiles incluyen a la argentina YPF, en la que BlackRock tenía a fin del año pasado el 5,67% de las acciones que flotan en el mercado, lo que lo convertía en el segundo grupo privado inversor. Desde entonces pisó el freno, pero más por la caída del precio internacional del petróleo y las malas perspectivas de Vaca Muerta que por compromiso verde.
También allí se perdió dinero que hay que rescatar. Centavo a centavo y con mucha testosterona. Estilo Fink.
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