Por: Gustavo González. Cambios. Él cree que se deben negociar, ella que se deben imponer.
Cada día que pasa se hace más evidente que el verdadero conflicto dentro de la oposición (también en el oficialismo) es si el próximo presidente ejercerá una gobernanza de consenso o una de imposición.
O sea, si para generar un modelo de crecimiento sostenible se necesita acordar con sectores que representen a una mayoría ampliada de la sociedad. O si el éxito de ese modelo dependerá de la voluntad de un mandatario que, apoyándose en el voto de una amplia minoría, consiga imponerle al resto un plan virtuoso de gestión.
Golpear sin dinamitar. Horacio Rodríguez Larreta es el mayor referente en el macrismo de quienes piensan que parte del fracaso de Mauricio Macri se debió a no haber ampliado la representación social y política de su gobierno. Obviamente, les atribuye la misma culpa a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner y al de Alberto Fernández.
Su foto con Martín Lousteau, Diego Santilli y Gerardo Morales, o la foto de éste con Lilita Carrió, explicitan la conformación de un núcleo de dirigentes que también creen eso dentro de Juntos por el Cambio. Que es la misma línea que postula Facundo Manes y otros referentes provinciales del radicalismo.
Están convencidos de que el nuevo gobierno deberá convocar a otros dirigentes que, en total, representen a no menos de dos tercios del electorado: “Si no se logra eso, de nada servirá volver al poder, porque no tendremos el consenso político y social suficiente para hacer los cambios necesarios y generar la confianza ante la sociedad y el mundo de que son cambios permanentes”, explica uno de ellos.
El desafío de estos opositores es hacer una campaña que marque claras diferencias con el oficialismo y con las restantes ofertas electorales, pero sin terminar de dinamitar relaciones con quienes consideran que podrían aportar al futuro consenso. “Aportar” es traducido como integrar un futuro gabinete o acompañar con votos en el Congreso.
Las duras críticas contra la invitación a los presidentes de Venezuela y Cuba a la reunión de la Celac o el cuestionamiento al juicio político a la Corte Suprema impulsado por el oficialismo, son dos ejemplos de la táctica de “golpear sin dinamitar”. Esto es: diferenciarse del Gobierno con argumentos con los que podrían coincidir dirigentes externos a JxC e incluso funcionarios del propio oficialismo.
Tercera vía. ¿Quiénes serían esos políticos que no forman parte de esa coalición, pero sí podrían sumarse a un futuro consenso?
En la oposición acaba de aparecer un nuevo intento de tercera vía comandado por Juan Schiaretti y Juan Manuel Urtubey, al que se agregarían peronistas no kirchneristas como Alberto Rodríguez Saá, Florencio Randazzo y Graciela Camaño.
En los comicios de 2019, una alianza similar llevó como candidato a Roberto Lavagna y obtuvo 6% de votos. Quienes ahora integran ese espacio sostienen que esta vez les irá mejor.
Creen que lo lograrán sumando a otros presidenciales de peso para competir en las PASO. Algún gobernador peronista, un socialista de Santa Fe o un radical como Facundo Manes que se resistiría a acompañar las eventuales candidaturas de Bullrich o Macri. “Cuatro candidatos que ronden cinco puntos cada uno, nos acercaría a veinte puntos”, se esperanzan.
Su primer objetivo es convertirse en una tercera o cuarta fuerza, con caudal suficiente para sentarse a negociar con quien resulte ganador. Siempre que pertenezca al grupo de los que proponen una gobernanza por consenso.
Mayoría ampliada. Las cuentas que hacen cerca de Larreta parten de un supuesto triunfo con un 47% / 53% de votos (según fuera un triunfo en primera vuelta o en un ballottage). Estiman entre seis y ocho puntos más de esa nueva tercera vía y casi otro tanto de gobernadores peronistas que, habiendo jugado con el actual oficialismo, suponen que se sumarían a un consenso poselectoral.
Pero para llegar a una representación cercana al 70% de la sociedad, faltaría sumar más. ¿De dónde saldría ese porcentaje adicional?
La respuesta es aún indecible en público, pero en quienes piensan es en los legisladores massistas que asuman por el Frente de Todos.
Como se sabe, Larreta y Massa conservan una amistad que la grieta puso en impasse y que –según ellos–, los mantiene a distancia, sin comunicación directa, a prueba de hackeos. Ese es uno de los puentes a futuro que el larretismo intentará no dinamitar en el presente.
El último sector sobre el que los estrategas del consenso opositor imaginan alguna alianza poselectoral es el de los liberales de José Luis Espert y los libertarios de Javier Milei, aunque no con él. Suponen que los bloques que llegarán al Parlamento estarán integrados por algunos legisladores menos extremistas que también podrían acompañar propuestas del nuevo gobierno.
Estos cálculos suman y restan políticos, en especial a los legisladores, indispensable para la aprobación de leyes. Pero la presunción es que ese nuevo clima de diálogo y consenso entre los dirigentes derramará sobre la sociedad y construirá una mayoría ampliada que comprenda el beneficio de alcanzar acuerdos básicos que se mantengan en el tiempo.
Amplia minoría. El otro estilo en pugna dentro de la oposición es el que mejor representa Macri y quien seguramente competirá en su lugar, Patricia Bullrich.
Para esa gobernanza por imposición, Bullrich sólo necesitaría ganar la elección.
A la pregunta de por qué tendría éxito con esa estrategia, cuando los últimos gobiernos que la aplicaron, fracasaron, su respuesta es que el modelo económico que impondrá será el correcto y que ella (como experonista) sabe cómo lidiar con el peronismo.
La exministra no se cansa de repetir que si al peronismo no se le imponen las cosas, es el peronismo el que las termina imponiendo.
Al igual que Larreta, también critica a Macri, pero por lo contrario: cree que fue blando y excesivamente gradualista. Una crítica que el expresidente hoy admite, por lo que promueve que la próxima gestión de JxC debe hacer todo más profundo y rápidamente de lo que él hizo.
Mientras el larretismo intentará no dinamitar del todo los puentes con massistas, peronistas provinciales y de la tercera vía, y conservadores y liberales moderados; los halcones del macrismo impondrán la confrontación con todos ellos. Apenas con unos decibeles menos que Milei, pero transmitiendo la misma señal de que hay una casta a vencer.
Y así como entre los halcones subsiste la sospecha de un acuerdo futuro entre Larreta y Massa, entre las palomas del PRO suman a diario motivos para creer en una alianza poselectoral entre Bullrich (Macri) y Milei.
De forma más o menos explícita, los dos hablan de la necesidad de un duro ajuste: déficit cero urgente, con baja de gasto y eventual cierre de empresas públicas.
Ese es un problema para ambos.
El estilo de gobernanza por consenso significará que cuanto más diálogo y negociación, menos chances de conseguir un apoyo mayoritario a un fuerte ajuste.
Que es otro de los argumentos de quienes impulsan una gobernanza por imposición: buscar consenso debilita la fuerza de los cambios. “Los cambios se imponen, no se negocian.”
La pregunta que estos últimos deberían responder, es qué pasará en las calles cuando eso suceda.
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