Experiencias. El público que llena la oscuridad total de la sala del Konex en las 10 funciones semanales se conmueve con el sonido de los parlantes holofónicos que inventó el argentino Hugo Zuccarelli.
Las luces de la sala del Konex se apagan. Oscuridad total. Silencio expectante. Uno siente el ligero contacto del brazo del espectador vecino al acomodarse en su butaca, gira la cabeza sospechando que aún habrá allí, donde hace instantes lo observó de reojo, algún atisbo de imagen reconocible como humana. Pero no, sólo la negrura llena la sala. Se le aprieta el estómago. Se oyen por lo bajo los latidos de un corazón que, in crescendo, poco a poco, van llenando el lugar, como si proviniesen de todas partes. Suena el tictac de un reloj. Voces, una caja registradora que se abre y se cierra, papeles que alguien rompe con la mano, monedas que tintinean, risotadas sardónicas; todo al compás de los ahora bestiales latidos, como en una cadena de montaje industrial, pero invisible y diabólica, en la que se hubiera transformado el recinto. Un helicóptero parece haberse metido en la sala y sobrevolar las cabezas del público. No se ve nada. Un grito agudo irrumpe en la maraña de ruido que de pronto se funde con la música más relajada y etérea que se pueda imaginar. “Breathe!”, canta la suave voz de David Gilmour, y suena como si lo hiciera al oído del cada integrante del público. El efecto tridimensional generado por los parlantes holofónicos da la sensación de que los músicos están ahí, tocando frente a uno. En especial el sonido de la batería: es tan natural, tan suave y cálido, que uno realmente cree que verá a Nick Mason detrás de su kit, una vez que se enciendan las luces.
Escuchar Dark Side of the Moon con parlantes holofónicos en el Konex es una experiencia única, si bien es cierto que la ligera ansiedad generada por la combinación de multitud y oscuridad no se termina de esfumar: la situación social dificulta relajarse y dejarse llevar como quien se encierra a escuchar música en la soledad más absoluta. Esa inquietud lucha y por breves momentos se deja vencer por el efecto electrizante de la música, que suena como nunca. Si escuchar Pink Floyd de por sí es suficiente para ponerle la piel de gallina a una estatua, escucharlos así es toda una novedad para el oído ya acostumbrado: la calidez, la nitidez, la cercanía de los instrumentos, el sonido envolvente, la presencia casi material de la banda, la claridad que revela detalles de la grabación hasta ahora inadvertidos, como segundas voces o segundas guitarras, hacen una combinación de factores que parece revelar cómo sería, si fuese posible, volver a experimentar la obra por primera vez. Pink Floyd es el grupo más recurrente del ciclo Música en la oscuridad con parlantes holofónicos , y The Dark Side of the Moon , el álbum más repetido: sólo este mes, el disco tiene programadas seis funciones.
El histriónico anfitrión del espectáculo, Hugo Zuccarelli —que introduce personalmente a los oyentes en la sala y que al final de la audición conversa con ellos—, es el inventor de la holofonía, un sistema de grabación y reproducción de sonido que logra imitar la espacialidad tal como es captada por el oído humano, y que a través de los dos parlantes de cuatro metros de altura utilizados en las funciones, le da al público la sensación de que los artistas están ahí.
Obsesionado desde niño por saber cómo el oído humano era capaz de localizar las fuentes sonoras, Zuccarelli refutó la teoría más aceptada por la ciencia (según la cual el cerebro detecta la ínfima diferencia de volumen y de tiempo en la llegada del sonido a un oído respecto del otro y la interpreta como posición de la fuente) y postuló su propia explicación. Así, mientras estaba estudiando en el Politécnico de Milán a principios de los 80, creó un micrófono que registra la posición de la fuente del mismo modo en que lo hace el oído humano: literalmente, un “tímpano artificial”. Colocando dos de estos micrófonos en un modelo de cabeza humana (bautizada Ringo porque tenía la nariz torcida como Bonavena), realizó las primeras grabaciones holofónicas.
Con su invento se fue a Inglaterra, donde trabajó con Pink Floyd y con Paul McCartney. Más tarde recaló en los Estados Unidos; allí colaboró con Michael Jackson en su disco Bady luego fue contratado por la NASA, para la que trabajó hasta 2001, poco antes de volver a la Argentina.
Pero ¿cómo es posible –se pregunta uno–, si trabajó con toda esa gente, que su invento y su nombre sigan siendo casi desconocidos? No todo fue color de rosa para Hugo Zuccarelli, como puede parecer a simple vista. Su trayectoria está llena de resbalones, de rechazos, de desengaños y de errores de cálculo que lo mantuvieron al margen del éxito, la visibilidad y el reconocimiento. Maltratado por los músicos, desacreditado por la academia, excluido y boicoteado por el establishment de la industria del sonido, Zuccarelli sufrió la misma resistencia que –sostiene, convencido– genera todo intento de romper con el statu quo, además de una buena dosis de discriminación –asegura– por ser un “sudaca” pretendiendo colarse en el mainstream.
Pero el peor error de su carrera, de acuerdo con su sorprendente relato, fue trabajar con Pink Floyd. “Me contrataron por diez días –cuenta– y terminaron usándome durante un año y medio, en exclusividad y sin pagarme más, o sea que perdí un año y medio de mi vida esperándolos a ellos cuando en realidad tendría que haber estado haciendo demostraciones para la Sony, la Panasonic y todos los japoneses.” El disco The Final Cut , en el que trabajó con la banda, tampoco le sirvió, como él había esperado, para hacerse un nombre, porque se trata de un trabajo antibélico y anti-Thatcher, que salió poco después de la guerra de las Malvinas y se ganó así un boicot promocional, con el agregado de su nacionalidad, que tampoco ayudó.
Este es un momento clave en la historia del inventor, porque mientras él estaba en Inglaterra trabajando para Pink Floyd, Dolby (un sistema que para conseguir su famoso efecto surround usa seis parlantes, frente a los dos de la holofonía) se alió con las compañías japonesas y se hizo con el mercado mundial.
Según Zuccarelli, las grandes empresas estaban interesadas en mantener un bajo estándar de calidad para poder comercializar parlantes masivamente y a bajo costo. “Con la perspectiva del tiempo –afirma– nos damos cuenta de que nunca utilizaron el Surround. Dolby fue el sustituto de la holofonía pero nunca hizo un solo disco, se utiliza solo para el cine”. Eso explica, según Zuccarelli, la animosidad de la industria hacia quienes fabricaban parlantes de calidad. Una competencia desleal que, sostiene, mató a muchas empresas de todo el mundo. “A mí el presidente de una gran compañía estadounidense de parlantes me dijo: ‘Hugo, no es que te lo hicieron a vos, nos lo hicieron a todos’”, cuenta el inventor.
Un juicio contra la empresa Sony a raíz de que la discográfica quitó la parte holofónica del disco Bad , el robo de una de sus cabezas (un “Ringo”) con la que terminaron grabando varios músicos de renombre mundial, el alejamiento de la NASA cuando, tras el atentado a las Torres Gemelas, la agencia espacial estadounidense quiso utilizar la holofonía con fines bélicos, son otras vicisitudes que Zuccarelli cuenta que atravesó.
Hoy, de vuelta en Argentina, el inventor afirma que esa “nube negra” aún lo sigue. Los músicos, dice, no han tenido interés en utilizar la holofonía para grabar ni para hacer música en vivo, salvo las excepciones de León Gieco, Marilina Ross y Gustavo Santaolalla, con quien trabajó en el soundtrack de la película Diarios de motocicleta . “Se me ve como un bicho raro”, dice Zuccarelli, “(…) medio Buenos Aires sabe lo que hago y sin embargo mi show es todavía underground.” ¿Underground? No parece, si se tiene en cuenta que consiguió un año completo de programación en el Konex y que todas las semanas las funciones son a sala llena.
Música en la oscuridad con parlantes holofónicos, que debutó hace unos años en el Teatro Ciego, ha venido creciendo y se extenderá durante todo 2016, con más de diez shows por semana en los que se pueden escuchar discos de los artistas más variados.
Tal vez la explicación del aparente desinterés de los músicos en la holofonía es la presión de las discográficas. Roger Waters, quien lo contrató luego de The Final Cut para grabar su disco solista The Pros and Cons of Hitch Hiking , tuvo que pagarle a Zuccarelli de su bolsillo y sin que el sello lo supiera. A la pregunta de si se puede llevar la holofonía al uso doméstico (lo que suena en los shows son CDs comunes), Zuccarelli responde que está buscando algún fabricante chino que pueda proveer parlantes para todo el mundo.
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