Por Ricardo Roa
Con suerte pero también con profesionalismo y trabajo, River recupera su historia. Puede servir de ejemplo.
Estuvo a sólo cuatro minutos de quedar eliminado. Perdía 2-0 en Monterrey con el mismo rival de este miércoles y en una ráfaga iluminada lo empató.
Necesitaba otro milagro: que Tigres ganase en Perú. Los mejicanos se habían clasificado. Viajaron con un equipo íntegro de suplentes. Le ganaron 5-4 a Juan Aurich.
River pasó a la siguiente fase como el peor de los 16 clasificados.
Detrás de esa dosis doble de fortuna la conquista de la Libertadores tiene para River menos de milagro que de un trabajo lúcido y profesional. Hay un aire de cambio en el club. Signos de una recuperación institucional casi impensable hace menos de cuatro años. El presidente D’Onofrio impuso el perfil de un dirigente serio, con un equipo preparado y de trato amable aunque sin nada de inocencia.
De River no han desaparecido las deudas ni ha desaparecido la mafia de los barrabravas. Pero ni el uno ni el otro drama tienen visibilidad. En un club acostumbrado a sospechas de corrupción D’Onofrio no despierta sospechas.
Adentro se amigó con grandes ídolos que habían sufrido destratos y manejó con inteligencia situaciones complicadas. La primera cuando Ramón Díaz pegó un portazo a poco de salir campeón.
Acaso el máximo acierto haya sido la contratación de Gallardo, hijo de otro acierto: la contratación de Francescoli como director deportivo para manejar el fútbol desde un cargo profesionalizado, al estilo de los grandes clubes europeos.
Cerca de los 40, Gallardo está en esa edad en que uno empieza a darse cuenta mejor del lugar que se ganó o la suerte le dio. O de ambas cosas. Dice Francescoli que la mayor virtud de Gallardo es la de aprender permanentemente. Es una virtud que escasea.
Gallardo no hace cuernitos ni tira talco. Es un DT de hoy lejos del viejo DT cabulero. Es laburante, medido y flexible para adaptarse a los cambios. Y armó un equipo equilibrado con jóvenes de la cantera y hombres con experiencia.
Puso jugadores que Díaz descartaba. Y logró de ellos grandes rendimientos. Eligió con ojo certero refuerzos casi desconocidos. No exigió gastos absurdos aunque tuviera que terminar jugando con juveniles. No se quejó.
Cuando el equipo se vio disminuido en el fútbol que había deslumbrado al principio compensó con un juego guerrero hasta el borde de las reglas. Y se benefició de arbitrajes complacientes.
Aquel club que se había convertido en algo irreconocible para su historia empieza a reconciliarse con ella. Ojalá se reconcilie. Puede servir de ejemplo.
Comentá la nota