El nuevo presidente de la Corte Suprema tiene grandes desafíos por delante. Ser la cabeza de un Poder Judicial para el que -para los tiempos de los tribunales- es un recién llegado, reemplazar a un presidente que ejerció el poder manejando toda la botonera y luchar contra su propia personalidad: a Carlos Rosenkrantz no le gusta la exposición. Tiene un perfil bajísimo.
Llegó a la Corte en 2016. Ejercía entonces como abogado de grandes empresas y era el rector de la Universidad de San Andrés.
Antes de que Mauricio Macri lo propusiera para integrar la Corte, su relación con la política había sido con el radicalismo. En 1994, fue asesor de Raúl Alfonsín en la Convención Nacional Constituyente y dos años después cumplió ese rol en la Convención Constituyente de la Ciudad de Buenos Aires.
En los últimos meses, cuando se analizaban los posibles reemplazantes de Lorenzetti al frente de la Corte, muchos sacaban de carrera a Rosenkrantz por su personalidad.
Se lo asocia mucho más con lo estrictamente jurídico, con el análisis técnico de los casos, que con el interés por los manejos políticos que requiere ser la cabeza del Poder Judicial. Hoy todos coinciden en que se avecina una nueva era en cuanto a la forma de conducción en la Corte.
Al igual que Horacio Rosatti, Rosenkrantz fue propuesto por Macri para integrar la Corte en diciembre de 2015, primero, por decreto y en comisión, método que el Gobierno abandonó por las críticas que despertó. Finalmente, el Senado terminó dándoles su acuerdo a ambos candidatos en junio. Pero -a diferencia de Rosatti, que asumió a los pocos días-, Rosenkrantz demoró casi dos meses en llegar a la Corte. Debía "cerrar asuntos profesionales y académicos", dijeron en su entorno.
Los dos mayores cuestionamientos que se hicieron a su designación fueron su condición de abogado de un estudio jurídico que representaba al Grupo Clarín en litigios contra el Estado y el hecho de haber aceptado aquella designación inicial por decreto.
Rosenkrantz se recibió con honores en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Además cuenta con un doctorado en Derecho de la Universidad de Yale, Estados Unidos. Sus allegados lo describen como intelectualmente brillante, además de reflexivo e introvertido.
Fue el primer juez de origen judío que llegó a la Corte y a partir de octubre será también el primer presidente de esa ascendencia. Es hijo de un judío de raíces polacas y de una madre católica, que falleció este año.
Rosenkrantz había empezado su actividad pública como integrante del grupo de trabajo de Carlos Santiago Nino, un reconocido filósofo del derecho que trabajó muy cerca de Alfonsín.
Intervino en la redacción de normas como las que abolieron la censura establecida por la dictadura militar y participó del Consejo para la Consolidación de la Democracia.
En 1990 fundó junto con Gabriel Bouzat un estudio jurídico que también tuvo una fuerte presencia en litigios complejos. En 1991 participó como letrado patrocinante de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) en un litigio en el que se cuestionaba la decisión de la Inspección General de Justicia de denegar personería jurídica a la entidad.
En 2008 asumió como rector de la Universidad de San Andrés y allí apoyó la creación del Centro de Estudios Anticorrupción.
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