El Presidente y Lula da Silva no ocultaron su antipatía. "Líneas rojas" y reproches sotto voce a la Argentina. La batalla cultural espera a Donald Trump.
Por Marcelo Falak
Apretones de manos y abrazos con los hombres, besos con las mujeres y sonrisas para todos. Luiz Inácio Lula da Silvacumplió a la perfección el rol de cálido anfitrión de los mandatarios que asisten a la Cumbre del Grupo de los 20 (G20) en Río de Janeiro. Con una excepción: con Javier Milei fue helado, al filo del protocolo.
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El apretón de manos forzado, los gestos torvos, la distancia física, la ausencia de palabras de ida y de vuelta y el simple señalamiento del camino que el argentino debía seguir para ingresar a la sala de deliberaciones en el Museo de Arte Moderno carioca sólo encontraron algo de empatía en el esfuerzo con el que la primera dama Janja da Silva le sonrió al anarcocapitalista a y su acompañante, Karina Milei.
Las razones de la frialdad exceden las disputas ideológicas y la mala relación personal. De hecho, también hubo cordialidad con otra ultraderechista, la italiana Giorgia Meloni.
El fondo de la cuestión –esta vez– fue el obstruccionismo argentino a las negociaciones de la Declaración final de la reunión, en las que la delegación encabezada por el sherpa argentino Federico Pinedo fue la permanente mosca blanca. Sin embargo, las presiones arreciaron y el país aceptó a regañadientes no ser el único en negarse a firmar la Alianza Global contra el Hambre.
El G20, banco de ensayo de la "batalla cultural"
A la espera de los discursos de los gobernantes presentes, al cierre de este artículo se abrían dos escenarios posibles: la firma de una Declaración por parte de los 20 países del bloque, aunque con disidencias argentinas en varias cuestiones vinculadas a la batalla cultural en curso; o la lisa y llana ausencia de la rúbrica de nuestro país en la misma, lo que sería el sello de fracaso de una cumbre que el gobierno de Brasil sintió de movida boicoteada por Milei.
"Argentina cruzó una línea roja". "La participación de los negociadores argentinos fue de bajísimo nivel". "Vetan todo, pero no hacen propuestas alternativas". Esas y otras frases pronunciaron diplomáticos brasileños y europeos, citados por la prensa del país organizador, en relación al rol de Pinedo y los suyos, que obliga a un toma y daca hasta el último momento en torno a un texto que debería haber estado listo el fin de semana.
Para Lula da Silva, la cumbre fue la ocasión de proyectar de nuevo un liderazgo internacional que –la verdad sea dicha– ya no es el que supo ser mucho más allá de las diferencias con Buenos Aires.
Ese estado de cosas, que permite hablar socarronamente de un "Grupo de los 19 más/menos Argentina", ya desvela a Sudáfrica, país organizador de la próxima cumbre, a la que, además, asistirá Donald Trumpen lugar de Joe Biden, lo que romperá con la soledad argentina nada menos que con el concurso de la principal potencia mundial.
Donald Trump y el mundo que viene
Milei sigue así su propia agenda, que en el plano de la política exterior anticipa la "batalla cultural" que se avecina fronteras adentro. Demasiado atrevimiento, acaso, para un país chico en el foro en cuestión y, además, cruzado por graves fragilidades, pero anticipo de la irrupción de Trump, quien promete dar vuelta la política doméstica de los Estados Unidos y las reglas de juego internacionales en una medida mucho mayor que lo hecho en su primer mandato (2017-2021).
Si la agenda de las cumbres de este tipo es establecida, en diálogo con el resto de las partes, por el país organizador, las objeciones argentinas apuntaron a prácticamente todos los puntos planteados.
El G20 estableció nuevos compromisos –declarativos– con la lucha contra el cambio climático, pero la Argentina de ultraderecha no cree –contra el consenso si no unánime, seguramente abrumador de la comunidad científica– que ese proceso sea producto de la acción humana, sino producto de fases propias del devenir natural.
La visita del sábado y domingo a Buenos Aires de Emmanuel Macron no logró arrancarle al Presidente una actitud cuando menos no tan obstructiva, diferencia que le permitió dar de baja definitivamente la posibilidad de aplicar el tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) que les arrancó lágrimas en 2019 a los entonces funcionarios macristas Jorge Faurie y a Dante Sica.
Javier Milei: el "no" como toda respuesta
De la mano de eso, nuestro país también se opuso a los objetivos de desarrollo sustentable, tanto por el mencionado negacionismo climático como por considerar que los Estados no deben hacer absolutamente nada al respecto y que esos procesos dependen enteramente de la actividad privada.
Por supuesto, cada palabra y cada coma del tramo que la Declaración dedicó a la igualdad de género fue objetada por el gobierno nacional. De hecho, venía de retirar su firma sobre una declaración ministerial al respecto que ni siquiera rechazaron Arabia Saudita, Turquía o Egipto.
Luiz Inácio Lula da Silva le dio su impronta personal e ideológica a la Cumbre del G20.
Otro punto de desacuerdo fue la pretensión de convertir en idea de aplicación internacional de una medida que tomó el año pasado, al inicio de su gestión: la aplicación de un impuesto extraordinario a las fortunas verdaderamente colosales.
El llamado a la regulación de la inteligencia artificial y la reivindicación del multilateralismo, finalmente, también motivaron los reparos nacionales, dado el sesgo soberanista –anti-ONU y adverso a ese engendro conceptual llamado "globalismo"– que a abrazado el mileísmo, cada vez más alejado de cualquier noción política liberal y más alineado con las derechas radicales e incluso extremas del mundo.
El G20 y la agenda grande
Sin embargo, Argentina no es el ombligo del mundo ni el del G20. Temas globales también complicaron en el estribo la redacción final de la atribulada Declaración. Uno, Medio Oriente, dado el sesgo crítico de Israel de Brasil –Lula da Silva habló en la apertura de "ataques israelíes indiscriminados"–, China y los países musulmanes presentes: dos, Ucrania, por cuya defensa frente a Rusia –presente en la reunión más allá del faltazo de Vladímir Putin, quien no quiso complicar a Lula da Silva dada la vigencia de una orden internacional de captura emitida en su contra.
Ocurre que en estas horas arrecian tanto los ataques israelíes contra Gaza y el Líbano –allí murió en un bombardeo el vocero de Hizbulá, Mohamed Afif– y una contraofensiva rusa.
Estados Unidos y Europa quieren dotar a Kiev de todo el poder de fuego posible antes de que Trump busque imponer una paz favorable territorialmente a Rusia. Para eso, Biden autorizó a Volodímir Zelenski a usar misiles estadounidenses de largo alcance contra objetivos dentro de Rusia, lo que motivó advertencias nucleares y hasta sobre una Tercera Guerra Mundial en Moscú. También, claro, pretende presionar sobre el tono de la Declaración al respecto, desafiando el equilibrio que Lula da Silva debe hacer con Rusia y su aliada China, socios de Brasil en el grupo BRICS.
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