Por: Eduardo van der Kooy. El FMI demanda medidas que Sergio Massa no puede cumplir. La campaña lo condiciona. El kirchnerismo lo limita. Está como un rehén. Analiza decisiones para recaudar dólares. Tendrán secuelas negativas en la economía. Sus maniobras políticas le hacen perder fiabilidad.
Hay una película argentina, que hizo historia, que dejó una frase sobre el vínculo indestructible que suele unir a las personas con el fútbol. Se trata de “El secreto de sus ojos”, ganadora del Oscar, que en un instante reproduce este contenido: “¿Te das cuenta Benjamín? El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no pueda cambiar, Benjamín, no puede cambiar de pasión”, afirma el personaje que encarna Guillermo Francella. Esa convicción permitió a los investigadores (Ricardo Darín y Soledad Villamil) ubicar a un escurridizo y brutal asesino en un estadio viendo a su equipo.
Mucho se ha comentado, sin pruebas fehacientes, sobre la volatilidad pasional de Sergio Massa ligada al fútbol. Sus adversarios aseguran que recién terminó anclando en Tigre después que conoció a su esposa, Malena Galmarini, titular de AySA, y comenzó a desarrollar en esa geografía bonaerense su carrera política. En este campo, en cambio, existen evidencias sobre su versatilidad sorprendente. Los tópicos son innumerables. Basta con reparar en uno que coloca en estado de jaque su doble función de ministro de Economía y candidato: las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En marzo del año pasado (no una década atrás) Massa fue una pieza clave para la aprobación del acuerdo suscripto por el renunciado Martín Guzmán, respaldado por Alberto Fernández y cuestionado por Cristina Fernández y el diputado Máximo Kirchner. Logró cosechar en Diputados los votos de Juntos por el Cambio que le retaceó el kirchnerismo. Afirmó públicamente, incluso, que “nos da la oportunidad de crecer para pagar que es lo que la Argentina necesita”. Aventuró que “permite empezar a resolver otros problemas”.
En plena campaña, convertido en candidato de dudosa unidad oficialista, se ocupa hoy de denostar aquel acuerdo y convoca a sacarse de encima al FMI. Claro, saldando antes las multimillonarias deudas existentes. Como Néstor Kirchner, para los nostálgicos. Pero sin plata.
El giro copernicano de su postura quizá no tenga que ver con sus convicciones. Incidiría más la circunstancial pertenencia electoral al sector ideológico intransigente de la desarticulada coalición oficial. El kirchnerismo le coloca límites objetivos que el candidato no está en aptitud de sortear. Entre los potenciales votantes del sector, la autonomía respecto del FMI constituye en el imaginario la llave para abordar la solución de otros problemas.
Ese corsé explica la tortuosidad de las tratativas en Washington. ¿Alguien supone que aquellos registros furibundos de campaña no se conocen en el organismo financiero? Su ropaje de ministro-candidato es a esta altura un indisimulable obstáculo. No solo por la retórica política. Massa ha ensayado simulaciones que sólo produjeron fastidio en el Directorio y el staff.
Una de aquellas fue su afirmación de que el FMI había aconsejado detener la construcción del gasoducto de Vaca Muerta como modo de no profundizar el desequilibrio de las cuentas. Todo lo contrario. Otra fue la teleconferencia que sostuvo con el ministro de Finanzas de Egipto, Mohamed Maait, conjeturando sobre una cesación conjunta de pagos. La nación afro-asiática también es deudora importante del organismo. Una de las últimas, resultó la gestión reservada con el nuevo director del Hemisferio Occidental, Rodrigo Valdés, tendiente a obtener facilidades que no llegaron. El economista chileno trabajó con la ex presidenta socialista Michelle Bachelet. Pero también es muy cuidadoso del equilibrio fiscal y los Presupuestos austeros.
Como broche, existió un sondeo para corroborar las presuntas diferencias de criterio entre la jefa del FMI, la búlgara Kristalina Georgieva y la subdirectora gerente en el organismo, la india-estadounidense Gita Gopinath. La conclusión sería que el FMI, amén de exigir medidas que el Gobierno en campaña no estaría con margen de cumplir, habría devaluado la condición fiable de Massa como interlocutor.
El ministro-candidato posee las manos atadas para alguna flexibilización importante (devaluación lisa y llana) pese a que en el Banco Central no quedan reservas. Apenas una porción del swap en yuanes concedido por China. Indaga recetas conocidas: un nuevo dólar diferenciado para el agro, un recargo a las importaciones y otro anticipo de Ganancias a grandes empresas que ayudaría a recomponer reservas. Aunque tendría efectos colaterales sobre la actividad económica.
Se trataría de devaluaciones encubiertas que pretende no sean vistas como una cesión al FMI. Massa está ahora obligado a consolidar el núcleo duro kirchnerista para encumbrarse en las PASO como el postulante individualmente más votado. Objetivo que, de acuerdo con la mayoría de las encuestas, no está aún asegurado.
Tan grande resulta su necesidad que medió y arregló un pleito desatado en Jujuy luego de que el kirchnerismo bajó las listas de Carolina Moisés y Guillermo Snopek, colgadas de la fórmula presidencial. “No podemos regalar nada”, se enojó. Snopek fue uno de los legisladores que no dio quórum en el Senado cuando Cristina buscó prolongar la carrera de la jueza Ana María Figueroa, una vez que en agosto se jubile. Funcionaria judicial que entiende en causas de corrupción que afectan a la vicepresidenta.
Juan Grabois continúa convertido para Massa en incordio. De ninguna manera coloca en riesgo su victoria. Aunque arrastra una clientela de votantes que nadie ubica por debajo del 6%. Perteneciente a ese universo cristinista insobornable. La Cámpora no se priva de darle aire al dirigente social. Axel Kicillof también lo tiene en cuenta para su campaña de reelección en Buenos Aires. Lo acompañó en un paseo por Berisso. Eso explica la recurrencia con que Cristina ha comenzado a aparecer al lado del ministro-candidato. Una ayuda a medias, porque el eje de su mensaje apunta siempre contra el FMI.
La kirchnerización de Massa plantea interrogantes a futuro. Después de las PASO, si aspira a la pelea real por la Casa Rosada, estará forzado a modificar la actual dirección. Correrse hacia el centro. Buscar a los ciudadanos “decepcionados”, como invocó durante esa ceremonia enmohecida que encabezó en la Confederación General del Trabajo (CGT). Vuelco necesario que, tal vez, en el núcleo duro kirchnerista trae reminiscencias de los ensayos precedentes con Daniel Scioli o el propio Alberto.
Durante el acto en la central obrera el ministro-candidato jugó a dos puntas. Llamó a “militar” su boleta en las PASO. Señal que palpa las dificultades de la interna. Buscó garantizarse para más adelante la solidaridad de los popes sindicales que vienen cascoteados por un montón de razones. Sus crisis de representatividad, la debacle económica y las frustraciones que tuvieron con Alberto. Circulando por un camino paralelo al kirchnerismo.
La participación activa cegetista, espectadora en los últimos cuatro años, sucede en un momento donde parece ahondarse hasta la desintegración la realidad de los trabajadores. No únicamente por la informalidad que escala. El Ministerio de Trabajo, a cargo de Kelly Olmos, recibió una petición para que se otorgue personería a un nuevo gremio. Agruparía a manteros, limpiavidrios y cuidacoches. Pretendería ser su titular un ex jefe de los barrabravas de Estudiantes. Postal de decadencia.
La disyuntiva que se plantea en la campaña oficial, donde su jefe Eduardo De Pedro talla nada, sería para Massa cómo transitar de la kirchnerización extrema presente al papel de dirigente moderado con riesgo de dejar adhesiones en uno y otro lado. Que se entienda: la dificultad no estaría representada por la capacidad de adaptación de Massa. Sí por su fiabilidad, que no reconoce registros altos en la sociedad.
El ministro-candidato intenta sacar rédito de las peleas en Juntos por el Cambio. Lanzó varias veces, en alusión a Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, que en esas condiciones no podrían gobernar. Tal impulso pareció encontrar un freno en Santa Fe. El Gobierno sintió el impacto del vendaval que significó la recolección del 65% de los votos en las PASO de la principal oposición. Massa opinó, con acierto, que una interna no necesariamente es replicable en una elección general. El asunto radica en la gigantesca diferencia que la coalición opositora le arrancó a un peronismo que no llegó al 30% de sufragios.
Los números de Santa Fe parecen, en general, similares a los que registran los trabajos de las consultoras de opinión pública. Managment & Fit, por ejemplo, señala que en el orden nacional el 64% está decidido a votar alguna opción opositora. También se iría perfilando un escenario que desdibuja la idea de los tres tercios que instaló públicamente Cristina. Con Javier Milei como gran novedad.
El diputado libertario ha cedido posiciones luego de repetidos escándalos. Su empinamiento estadístico nunca tuvo correspondencia en las primeras 14 elecciones realizadas hasta ahora. Ni siquiera presentó un postulante en Santa Fe. ¿Cómo desde semejante llanura podría trepar hasta el tercio que se supo pronosticar? Pregunta todavía sin respuesta.
Su campaña también ha perdido vigor. Es cierto que en las PASO es candidato único. Pero la huella para octubre no se hará de un solo trazo. En los últimos días denunció que Bullrich ha sido artífice de su difamación. Era hasta hace poco su amiga. Salió a torear a Massa invitándolo en dos ocasiones a un debate público. En la última propuso que se utilice el Luna Park.
Hay quienes especulan que semejante prepotente desafío apuntaría a enmascarar la ayuda que el ministro-candidato le habría brindado para el armado de listas, sobre todo en Buenos Aires. Sólo gente mal pensada.
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