Por: Nelson Castro. La cintura política del jefe de Gabinete tiene un límite. El Presidente debe poner fin a las disputas en el Gobierno. La pobreza no espera.
La cifra es tan contundente como dramática: 52,9%. Ese es el porcentaje de pobres que hoy exhibe la Argentina. Llevado a números el guarismo estremece: 25 millones de personas. Es decir que, más de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza. Es el número más alto de los últimos veinte años, siendo que desde 2002 la cifra ha sido siempre elevada. Es increíble que un país con las posibilidades de la Argentina esté atravesado por una realidad de la que no puede salir.
Es una realidad de tal dimensión que adquiere la categoría de verdadera tragedia, porque este nivel de pobreza acaba con las ilusiones y aspiraciones de millones de personas, cuyas vidas quedan limitadas a una mera subsistencia.
Repitiendo lo que han hecho los que lo han precedido, el Gobierno salió presuroso a echar la culpa de este presente a la gestión anterior. No es que no le asista la razón: el brutal ajuste que Javier Milei viene implementando desde el 10 de diciembre pasado es consecuencia de la herencia recibida.
Es verdad que, de no haberse puesto en práctica, hubiese sobrevenido una ola hiperinflacionaria devastadora que hubiera arrojado números peores. Felizmente, eso no ocurrió. Pero como no sucedió, la población no lo experimentó. En cambio, lo que sí está sufriendo son las consecuencias de este ajuste. Y lo que cuenta en la vivencia de cada uno es lo que le acontece y no lo que le podría haber pasado. Javier Milei, primero, y todos sus funcionarios después, deberían tener esto muy presente.
Lo que sí está claro es que para la próxima medición no habrá excusa: ese guarismo reflejará el éxito o el fracaso del programa económico llevado adelante por el Gobierno.
En su breve paso por Nueva York, tanto el Presidente como el ministro de Economía, se llevaron una idea clara de las dudas que se generan entre quienes apoyan decididamente sus objetivos. En las distintas reuniones que tuvo con personas del mundo de las finanzas, Luis “Toto” Caputo escuchó palabras de apoyo, de aliento y también de incertidumbre. Ahí le plantearon con crudeza los interrogantes que generan el atraso cambiario, las dificultades para levantar el cepo y la sustentabilidad política y social del programa económico que llevan adelante. La conflictividad social y política representan problemas a los que los eventuales inversores les prestan mucha atención.
Cuando, invitada por Mauricio Macri, Angela Merkel visitó el país en 2016, vino acompañada por un grupo de empresarios alemanes que, teniendo algún interés en explorar la posibilidad de encarar emprendimientos en diversas áreas, quisieron ver in situ cuál era el nivel de perdurabilidad de las medidas promercado instrumentadas por aquel gobierno de Cambiemos. A esos empresarios les bastaron dos días para darse cuenta de la incapacidad de la clase dirigencial para sentar las bases de políticas estables y previsibles. Conclusión: ninguno de ellos invirtió un peso en la Argentina. “Con Macri coincidimos, pero no sabemos si será reelecto ni qué es lo viene después de él”, comentó en esos días uno de aquellos hombres con contundencia y pena.
Lo mismo sucede ahora. De esto se habla mucho en los ámbitos empresariales. Milei ha construido un personaje que produce fascinación. La tapa de The Wall Street Journal con su foto tomando el martillo para tocar la campana de apertura de la rueda del lunes en la Bolsa de Nueva York, lo demuestra. Pero con eso no alcanza para gobernar un país con las dificultades que presenta la Argentina. Los vaivenes de la casta política y sindical se encargan –con esmero– de mantener al país siempre a un paso del abismo. Sostener un rumbo determinado con acuerdos extrapartidarios es una misión imposible. Sin embargo, esas dificultades se potencian cuando el internismo y los enfrentamientos se producen dentro del propio gobierno. Vale la pena pues detenerse en la renuncia del ahora exministro de Salud Mario Russo.
El jueves por la noche el ministro presentó la renuncia. Una parte del Gobierno salió a decir que había sido por “motivos estrictamente personales” mientras que, otra facción, intentó instalar la versión de un supuesto hecho de corrupción que la propia Sandra Pettovello le habría confesado al papa Francisco en su visita a Roma. Al poco tiempo se dijo que, en realidad, esa versión la había soltado un empresario. El rumor, sin embargo, se extendió como un reguero de pólvora. Entrada la tarde del viernes ese relato se empezó a deshilachar. Lo primero que habría que preguntarse es: ¿qué habría ganado la ministra de Capital Humano llevando una historia semejante a la Santa Sede? Nada. Además, al menos tres fuentes gubernamentales confirmaron la buena sintonía entre Russo y Pettovello. En el entorno del exministro aseguran que la cartera de Salud ya venía loteada por hombres de Mario Lugones, el nuevo ministro cercano a Santiago Caputo, que había sido contratado al inicio de la gestión como asesor. El margen de acción real del ministro saliente era cada vez más acotado y su permanencia se hacía insostenible. El joven estrella del gobierno libertario ya le tenía el boleto picado y preparaba su desembarco en la cartera. Un detalle no menor: en el off the récord aseguran que, en realidad, Caputo intentó una doble carambola –voltear al ministro y desgastar a Pettovello–. La ministra de Capital
Humano es la única –por fuera de Karina Milei y Santiago Caputo– que tiene una relación de amistad y predilección con el Presidente. Eso resulta intolerable para los guardianes del poder. Una frase surgida del entorno de Russo describe la situación a la perfección: “Cuando el organigrama oficial es tan diferente del informal resulta imposible mantenerse en pie”. Más claro, agua. De un lado resisten Guillermo Francos y Sandra Pettovello y del otro, la hermana presidencial y el joven Maravilla. La cintura política del ministro del Interior para mantenerse a salvo es extraordinaria.
Javier Milei debería ordenar esta situación antes que las internas, los celos y las venganzas, terminen por llevarse puesto mucho más que un ministro.
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