Jefes comunales del oficialismo y de la oposición sueñan con llegar al sillón de Dardo Rocha, pero los antecedentes juegan en contra. Las razones políticas y demográficas que condicionan estas aspiraciones. El poder de los aparatos para hacerse fuertes en los distritos y las dificultades para trasladar ese capital a la esfera provincial.
Por Hernán Sánchez
“El aparato”, esa maquinaria compleja que a veces se intenta minimizar, pero funciona a partir de engranajes milimétricamente ajustados, y que encienden o apagan los jefes territoriales, acaba de dar una muestra irrevocable de vigencia. Herramienta casi exclusiva de los intendentes, la logística electoral desde los oficialismos locales mostró su cara más contundente el domingo pasado.
Se pudo ver el 14 de noviembre una andanada de remises, autos prestados y voluntariosos militantes para lo que guste mandar en absolutamente todos los distritos del Conurbano y en las grandes urbes del interior de la Provincia. Antes, el trabajo consistió en visitar casa por casa a los que no habían sufragado en las PASO. En ese sentido, el oficialismo puso especial énfasis en quienes reciben ayuda social.
Siempre se ha vinculado unilateralmente al “aparato” con el peronismo, pero el sistema trasciende las fronteras del pragmatismo justicialista. Todos los jefes comunales del Conurbano incrementaron el caudal electoral desde septiembre a noviembre. Los del Frente de Todos y los de Juntos. A tal punto que a algunos les sirvió para revertir el resultado de las Primarias. El hecho matemático, irrefutable, demuestra el poder de quienes transitan a diario las realidades de las sociedades que gobiernan.
En las altas esferas de los Ejecutivos nacional y provincial y del Instituto Patria, a las sospechas de que en las PASO los intendentes del oficialismo utilizaron el mecanismo electoral a media máquina se les contrapuso la descarnada demostración de que son quienes tienen los votos. Y sopesa más lo segundo que lo primero, por eso serán premiados.
Tras las Primarias el mensaje fue claro: “Sin nosotros no se puede”. Y, en sintonía con La Cámpora, ganaron espacios de poder que hasta ahí se les habían negado; no solamente ahora, sino desde hace muchos años. Después pusieron el cuerpo hasta el agotamiento y los recursos hasta el fondo de la olla. Les valió la remontada y como reconocimiento el compromiso por parte del Presidente, del Gobernador y hasta de quienes empujaron la ley de límite de las reelecciones para que esa normativa sea modificada. Era el objetivo desde hace mucho y están a un paso de lograrlo.
El peso de una historia esquiva
¿Pero esa demostración de poder aún candente alcanza para ir por más?, ¿se allana definitivamente el camino para que un alcalde salte en 2023 al sillón de Dardo Rocha? De ninguna manera. Para que eso suceda deberán derribarse mitos y fantasías, y enfrentar verdades y circunstancias para nada casuales que han depositado en la gobernación a sucesivos dirigentes de proyección nacional con encumbrado despacho en la Ciudad de Buenos Aires.
Todos hemos escuchado alguna vez que el mejor gobernador sería alguien con anclaje en el territorio y experiencia en el manejo de alguno de los complejos distritos bonaerenses, sobre todo del Conurbano. Pero esa es una especulación para nada empírica, más allá de la excepción de Eduardo Duhalde. Desde el retorno a la democracia hasta hoy solo el intendente de Lomas de Zamora entre 1983 y 1987 pudo acceder a la gobernación con un paso previo por un ejecutivo municipal. Y la transferencia no fue directa; Duhalde necesitó primero sumar volumen político y conocimiento como vicepresidente antes de desembarcar en el edificio de la calle 6 de La Plata.
Ninguno de los otros siete mandatarios que han ocupado ese sillón estuvo, ni antes ni después, al frente de una intendencia. Sí, en cambio, el gobierno bonaerense tiene el récord de haber sido conducido por tres vicepresidentes (Duhalde, Ruckauf y Scioli), que pasaron directamente de ser segundos en la línea de mando a jefes políticos de la mayor provincia del país. Otros tres (Cafiero, Solá y Kicillof) llegaron a la Gobernación con expertise en diferentes funciones durante distintos gobiernos nacionales.
El radical Alejandro Armendáriz fue el primero en el alumbramiento de la democracia, y hasta ahí su práctica pública era haber sido concejal en Saladillo y diputado provincial, con mandato trunco por el golpe contra Arturo Illia de 1966.
María Eugenia Vidal, la otra no peronista que gobernó la Provincia en los 38 años de democracia continua, tiene el todavía extraño palmarés de provenir de la vicejefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a la que ahora volvió como candidata a diputada nacional. El camino desde la segunda posición porteña a la primera bonaerense es el que intentaría Diego Santilli en 2023, con la diferencia de que ya tiene sobre sus espaldas una campaña en el territorio que lo catapultó al Congreso hace apenas siete días.
La imposición de Santilli como candidato este año es otra demostración descarnada de que el poder distrital de los intendentes (el espacio gobierna en tres municipios fuertes del Conurbano y en las principales ciudades del interior) no ha podido imponerse por sobre las ordenes de la superestructura que digitaliza desde la Capital Federal. En Juntos se vive lo mismo que los jefes comunales peronistas experimentan desde hace años. Es decir que no es un karma exclusivo de un partido.
Hay estudios que explican el fenómeno. “Politólogos como María Matilde Ollier han desarrollado una teoría sobre la paradoja de que la ciudad de Buenos Aires, es decir la Capital, era en su momento parte de la Provincia y es como si de alguna manera siguiera siéndolo para colocar los candidatos a gobernador o a gobernadora. En vez de estar en La Plata la capital de la Provincia, Buenos Aires sigue siendo la capital de la Argentina y la capital bonaerense” asegura el socio director de la consultora MyR Asociados, Gustavo Marangoni.
Ollier, recientemente fallecida, escribió en el inicio de la década pasada el libro “Atrapada sin salida”, en la que explora hasta el fondo las causas del sometimiento político que la provincia de Buenos Aires tiene por parte del Gobierno Nacional. Y va hasta las profundidades del fenómeno de los barones del Conurbano, dueños durante años de bastiones territoriales, que no han podido trascender las propias fronteras de su reino.
En este sentido, la investigadora remarca la permanente tirantez en la relación entre el gobierno bonaerense y la Nación, devenida desde el mismo momento en que la Provincia cede su autonomía al Estado Nacional y éste la despoja de su capital. Según Ollier esto trae aparejado el constante sometimiento a la Casa Rosada por el temor a la rebelión por parte del territorio más grande y más rico. Una consecuencia directa es que, salvo raras excepciones, los gobernadores ven limitadas sus aspiraciones y les cuesta construir un aparato político propio. Demostración inequívoca: ningún mandatario bonaerense ha sido elegido presidente.
¿Duhalde es una de esas raras excepciones? Solo en una mínima parte. Pudo construir un aparato, pero con centralidad en los intendentes de aquella época. Y no logró imponer desde esa estructura a su propio sucesor, que terminó siendo otra vez el vicepresidente de turno.
En cuanto a los municipios del AMBA, su densidad hace que sean absolutamente relevantes para la las elecciones nacionales, y eso lleva a que el poder central siempre los tenga bajo observación, análisis y actuación. Los propios intendentes colaboran con ello. Sin ir más lejos, el año pasado, ante la crisis de seguridad concurrieron presurosos a que la Nación implementara un plan por el cual se dispusieron millonarias partidas, y por cuya implementación hubo una crisis entre Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta, a quien le sacaron recursos para enviarlos al Conurbano.
Esta simbiosis, además de la puja y los celos inter pares que siempre ha mellado las relaciones entre los poderosos alcaldes, es clave a la hora de explicar por qué, pese a los irrefrenables deseos de muchos, por ahora sigue vedado ese utópico pase de la municipalidad a la gobernación. No hay brujería, hay cuestiones de la macro y la micro política que operan consecuentemente con la historia.
¿Comenzará a revertirse esa historia en el 2023? Varios intendentes quieren y amagan con tomar las lanzas y derribar de una vez por todas esos esquivos molinos con viento en contra. Pero, por las dudas, quieren asegurarse las reelecciones. Dicen que se lo ganaron en la cancha.
“Los intendentes primero crean muros y después esos muros les impiden salir”
“Yo siempre digo que los intendentes primero crean muros en sus municipios para que nadie ingrese, pero de alguna manera también esos muros les impiden salir, les impide proyectarse Creo que el tema, además, hace que muchas veces los propios intendentes sean más remisos a apoyar a otros intendentes, por cuestiones de competencia seccional, y prefieran, de alguna manera, a alguien de afuera bajo el temor de que la proyección de un par después lo pueda subordinar de una manera diferente a lo que lo hace un gobernador de origen porteño, como generalmente suele suceder”, reflexiona ante la consultad de La Tecla el consultor Gustavo Marangoni.
“También creo que está el hecho de que la provincia de Buenos Aires siempre requiere de alguien que tenga proyección nacional. Entonces por eso les cuesta aparecer a los intendentes”, estima el socio de MyR Asociados.
E infiere que “muchas veces uno ve el proceso de lo que fue Ruckauf, Scioli, Vidal, Kicillof, que eran figuras con amplio conocimiento a nivel nacional y, a partir de determinadas encuestas, sus respectivos padrinos políticos los pensaron como alternativa para la Provincia. Este punto está vinculado como el primero porque también de esa manera los presidentes o los líderes nacionales, al seleccionar a una figura de prestigio y de imagen nacional, no tienen que lidiar con cuestiones como si es de la Tercera o de la Primera sección, si ofende al interior o margina a tal o a cuál”.
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