Tucumán vive en estado de shock. Sucedió lo impensado. Que Domingo Amaya, el intendente peronista de la capital, el dirigente de mejor imagen de la provincia, el militante amigo de "La Cámpora" local, haya cruzado el Rubicón para realizar una alianza con el líder de la UCR, José Cano, era algo de lo que se venía hablando, pero parecía imposible.
Ayer, pomposamente, Cano y Amaya salieron por la gran puerta de madera de la Casa Histórica, saludaron a sus respectivas barras, una colocada hacia la izquierda del escenario, otra hacia la derecha, sonrieron, se abrazaron efusivamente, y firmaron el "Acuerdo por el Tucumán del Bicentenario", que puso fin a semanas de rumores y dio inicio a una experiencia inédita en el interior del país: que radicales y peronistas compartan una fórmula ultracompetitiva para la gobernación.
En efecto, la suma automática de la intención de voto de ambos dirigentes supera el 50% en las encuestas del oficialismo, y el 60 en las de la oposición, y aunque nada es definitivo hasta que se cuenten los votos, nadie pone en duda la fortaleza del acuerdo formalizado ayer.
Mañana, además, Mauricio Macri estará en Tucumán para respaldar la nueva fórmula, para la que aportó bajando el candidato a gobernador del PRO, Manuel Avellaneda, que no supera los dos o tres puntos de intención de voto, pero que podría ser una piedra en el zapato, sobre todo si el actual jefe de Gobierno porteño hacía campaña por él. Macri será acompañado por Ernesto Sanz, presidente de la UCR, que le garantizó una foto con Cano. Para curarse en salud, y porque no hay que dejar ningún hilo suelto, el candidato a gobernador radical se sacará otra foto hoy, pero con Sergio Massa en Tigre, buscando retener también los votos massistas a su candidatura.
Pero lo inesperado, lo que merece explicarse, es la audacia de Amaya. De familia peronista, con un hermano, Ramón América, secuestrado por la dictadura en octubre de 1976 mientras trabajaba como obrero industrial en un ingenio de Aguilares, compartió con José Alperovich el gabinete del gobernador Julio Miranda.
Elegido Alperovich gobernador, Amaya fue parte de su equipo, y cuando en el 2003 el general (RE) Antonio Bussi, electo intendente de Tucumán, fue detenido, dejando vacante el ejecutivo de la capital provincial, el gobernador designó a Amaya por decreto. Revalidó su cargo en dos elecciones sucesivas, en el 2007 y el 2011, o sea, es intendente hace 12 años. Durante los últimos tiempos, vino expresando sus diferencias con el gobernador, al que critica por insensible y autoritario, al punto que consolidó un vínculo importante con Florencio Randazzo, ya que Alperovich lo tiene con Daniel Scioli. Pero esos comentarios fueron siempre con sordina.
El detonante fue la decisión de Alperovich de designar a José Manzur como su sucesor. A partir de entonces, el diálogo se truncó y Amaya le restó apoyo en el PJ local, cuya presidencia ejerce Beatriz Rojkés, a pesar de que viene del radicalismo, como su esposo. Desde que empezaron los rumores de su acercamiento a Cano, importantes dirigentes del gobierno nacional lo llamaron en forma insistente, ofreciéndole de todo, hasta depositarle millones en una cuenta que le abrirían en el exterior. Para terminar con las presiones, hizo trascender un asado que le ofreció el diputado radical en su casa la semana pasada, y aceptó dar a conocer el acuerdo alcanzado.
Los lugares en la fórmula ya están decididos, pero por un gesto de cortesía hacia él, no fueron todavía anunciados. Cada uno quiere cuidar al otro y proteger el nuevo espacio como a una porcelana china. Y evitar todo triunfalismo para las elecciones que se realizarán el 23 de agosto, porque el aparato del FPV es poderoso en la provincia y la imagen de Alperovich es buena.
Nada de lo que pasó en Tucumán tiene traducción nacional automática. Amaya mismo se encargó de decir en la conferencia de prensa que dio ayer junto a Cano, que "este acuerdo es para la transformación de Tucumán, no tiene trascendencia en las candidaturas presidenciales, no sé todavía por quién voy a votar". Pero traduce, sin lugar a dudas, la vocación en muchos rincones del país por la constitución de nuevas plataformas políticas para superar al oficialismo, que cree ganadas las elecciones con la mera repetición de lo que viene haciendo: desidia y clientelismo.
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