El imperio Kicillof también amenaza al vicepresidente

Por Carlos Pagni

En los mundiales, las grandes decisiones se toman así: cuando Ángel Di María sacó al país de la agonía con su gol contra Suiza, Cristina Kirchner modificó la conducción del área más crítica del Gobierno.Liquidó a Daniel Cameron y puso al frente de la Secretaría de Energía a Mariana Matranga, una ingeniera del equipo de Axel Kicillof.

En un momento en el que las grandes compañías petroleras evalúan si ha llegado el momento de invertir en la Argentina, la Presidenta decidió disuadirlas. La designación de Matranga es más que un movimiento en el ajedrez tribal del kirchnerismo. Intenta ratificar una línea discursiva. Según afirmaciones que ha divulgado en entrevistas y artículos periodísticos, esta investigadora universitaria profesa, en materia de hidrocarburos, la misma concepción que Kicillof. Para ella el Estado debe estar en el centro del negocio, debido a que el petróleo y el gas no son mercancías que se intercambian a un precio definido por la oferta y la demanda. Son bienes estratégicos de los que depende la viabilidad de toda la economía.

Por lo tanto, deben ser extraídos y comercializados de acuerdo con criterios políticos y no económicos. Dicho de otro modo, si es necesario, se debe explorar y producir a pérdida.

Esta orientación energética, que está en la raíz del déficit que consume las reservas del Banco Central, se proyecta sobre la política exterior. El Gobierno no se preocuparía tanto por seducir a las grandes empresas, que toman sus decisiones de inversión guiadas por el afán de lucro. Apostaría al vínculo con grandes potencias Estado-céntricas, como China o Rusia. El avance de Kicillof, a quien Jorge Capitanich llama "el soviético", sobre la Secretaría de Energía, es una subliminal bienvenida a Xi Jinping y Vladimir Putin. La señora de Kirchner recibirá al presidente chino el 19 de julio, con la expectativa de que desembolse en cámara lenta unos US$ 10.000 millones. La parte principal se destinaría a las controvertidas represas Kirchner y Cepernic, obras para las que sería difícil conseguir fondos en compañías que sólo se fijen en la rentabilidad de sus inversiones. Este mes también Putin estará en Buenos Aires, para hablar de energía nuclear. Es más difícil, en cambio, que confirme el ingreso de Gazprom a Vaca Muerta de la mano de la alemana Wintershall, como se supusieron las versiones del mercado.

Con independencia de las ensoñaciones y realidades de esta diplomacia energética, con Matranga el ministro Kicillof expande otra frontera de su imperio. La vieja pingüinera, a la que pertenece Cameron, se desprende de una posición que Néstor Kirchner tomó para sí cuando llegó al poder, en 2003. El ex presidente arrebató a Roberto Lavagna la Secretaría de Energía, que ocupaba Enrique Devoto. El reemplazante fue el eterno asesor de Cristina Kirchner en el Senado: Cameron. Kicillof agregó anteayer una gema a su corona. Ya había introducido en los feudos de De Vido a dos de sus peones, el vicepresidente de Cammesa, Esteban Kiper, y el de Enarsa, Juan José Carbajales. Los técnicos del ministro controlan, además, todas las butacas de la Anses en directorios privados. Tontos, pero no tanto.

Estas conquistas administrativas actualizan una convicción dominante a escala regional en los malditos 90: sólo son factibles las reformas que se sostienen en la alianza entre un líder popular y una tecnocracia académica. Es decir, en agentes que guardan alguna autonomía respecto del empresariado, que suele sacralizar el statu quo. Itamar Franco y Fernando Henrique Cardoso, Carlos Menem y Domingo Cavallo, Carlos Salinas de Gortari y Pedro Aspe, Patricio Alwyn y Alejandro Foxley representaron esa estrategia.

La marcha del estatista Kicillof sobre Energía fue interpretada por muchos hombres de negocios como un augurio nefasto para el tratamiento de la deuda. Por analogía, promete más una ruptura que una conciliación con los holdouts. Galuccio también debería preocuparse. Es difícil que las multinacionales a las que pretende seducir se entusiasmen con la letanía de que los negocios deben subordinarse a las necesidades de largo plazo del Estado. Ese mensaje, desalentador para los inversores, fue central en la captura de YPF: si la iniciativa privada descubre un activo interesante, por ejemplo, Vaca Muerta, debe transferírselo al sector público.

MÁS INTERVENCIONISMO

Es posible que ese intervencionismo se refuerce con Matranga en Energía. Sobre todo porque ahora Kicillof tendrá a alguien más de su confianza en la Comisión de Planificación y Coordinación Estratégica del Plan Nacional de Inversiones -todo largo y con mayúsculas, como manda la retórica estatal-, creada por el decreto 1277 para regular el negocio petrolero y gasífero. ¿Será esta comisión la que permitirá al Poder Ejecutivo avanzar sobre las provincias si no se pacta una nueva ley de hidrocarburos? Es la amenaza. El debate encuentra a Galuccio y Kicillof del mismo lado. Si bien difieren en el tratamiento que merece la inversión privada, coinciden en que el Estado nacional, a través de YPF, debe tener ventajas sobre las demás jurisdicciones. Pero nadie supone que la señora de Kirchner irá a un choque definitivo con los gobernadores.

Sería un error, sin embargo, ignorar eventuales matices en el reemplazo de Cameron por Matranga. Igual que su gurú Kicillof, la ingeniera ha demostrado en los últimos tiempos una gran ductilidad. Si bien nunca tuvo un cargo en el organigrama de YPF, Matranga colaboró con Galuccio y con Nicolás Arceo, otro amigo del ministro que conduce la dirección financiera de la empresa. Desde esa posición fue, como Arceo, una eficiente gestora de las necesidades de Galuccio en Economía. En especial cuando se discuten los precios de las naftas.

La ductilidad es un sello de esta escuela. El maestro, Kicillof, abandonó hace tiempo las consignas de su Informe Mosconi. Hasta aceptó que YPF realice un acuerdo con Chevron, cuyos términos siguen siendo secretos hasta para la Justicia. Es el pragmatismo que exhibió en el tratamiento de la deuda y que llevó a Paul Singer, el titular del fondo NML, a decir: "Con que nos ofrezca lo mismo que a Repsol o al Club de París, estamos conformes". Un buitre con humor, Singer.

La gravitación de Kicillof en las decisiones de la Presidenta, que se advierte en la promoción de Matranga, debería inquietar a Amado Boudou. En el Ministerio de Economía temen que las fechorías del vicepresidente deterioren la credibilidad de la administración. Es decir, debiliten la campaña internacional de Kicillof para presionar sobre Thomas Griesa y enfrentar a los holdouts. Para el ministro lo mejor que podría hacer Boudou es pedir licencia. La "marijulización" ya comenzó: el vicepresidente comienza a ser el único responsable de la imagen externa del país.

Esta posición tiene cada día más adeptos en el oficialismo. La sostiene, desde el comienzo, Máximo Kirchner. Se le sumaron los amigos de La Cámpora, en especial Eduardo "Wado" De Pedro y Julián Álvarez, gerentes judiciales de la Casa Rosada. Los senadores también quieren una salida para sus propias carreras provinciales. Se hicieron oír por una voz inesperada: la de José Pampuro, que no habló en nombre de Daniel Scioli, sino de sus antiguos colegas de bancada. Por primera vez el caudillo del bloque peronista, Miguel Pichetto, evitó defender una causa oficialista. Candidato en Río Negro, Pichetto prefirió que el costo de la defensa de Boudou corra por cuenta del desprevenido Rodolfo Urtubey, hermano del gobernador de Salta. Ni Aníbal Fernández -que conoce Ciccone Calcográfica más que Boudou- ni Marcelo Fuentes, talibanes clásicos de la señora de Kirchner, abrieron la boca.

Sólo Carlos Zannini duda de la conveniencia de apartar al vicepresidente de la escena. Pero la incertidumbre tal vez se resuelva el próximo 16, cuando los diarios publiquen nuevos argumentos de Boudou, ya no para explicar su compromiso con la compra de Ciccone, sino el modo en que adquirió un auto flojo de papeles: ese día le tomará declaración indagatoria el juez Claudio Bonadio. Después habrá que esperar más excusas para la sospechosa compra de 19 autos de alta gama en el Ministerio de Economía, donde el ardid de inculpar a los subordinados tal vez no alcance, y para el enriquecimiento ilícito que investiga Ariel Lijo.

¿Caminará el vicepresidente, detrás de Cameron, hacia el eclipse? La asociación no es arbitraria. También Cameron está siendo investigado por la justicia federal en una causa por administración de subsidios. Y lo defienden Darío Richarte y Diego Pirota. Los abogados de Boudou..

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