El Presidente sostiene que el mejor homenaje a Raúl Alfonsín es construir “una Argentina unida, como la que él soñó, con instituciones sólidas y políticas públicas que mejoren la calidad de vida de nuestra gente”.
Hay personas que, con sus valores e ideas, dejan una huella, una marca que indica para siempre un antes y un después. A veces la dejan en sus familias, amigos o grupos más cercanos; en el trabajo, en el barrio, en una organización. Y están quienes dejan su impronta en sociedades enteras; líderes que, una vez que cumplen la responsabilidad que asumieron, dejan mucho más que resultados: entregan un legado, una enseñanza. Hoy, a diez años de su partida, tenemos una oportunidad más para honrar a uno de los más grandes y más queridos abanderados de nuestro país: Raúl Ricardo Alfonsín.
Nuestro “padre de la democracia” asumió la presidencia después de una de las etapas más oscuras de nuestra historia, y trajo luz. Nunca se vio alienado por el poder y fue la misma persona antes, durante y después de ocupar su cargo. “Es la misión de los dirigentes y de los líderes plantear ideas y proyectos evitando la autorreferencialidad y el personalismo; orientar y abrir caminos, generar consensos, convocar al emprendimiento, sumar inteligencias y voluntades, asumir con responsabilidad la carga de las decisiones. Sigan a ideas, no sigan a hombres. Los hombres pasan, las ideas quedan”, nos decía al cumplirse 25 años del retorno a la democracia, en 1983. Y en ese sentido, con idas y vueltas, los argentinos aprendimos mucho desde entonces.
Estoy convencido de que el mejor homenaje que podemos hacerle es demostrar que somos capaces de construir una Argentina unida, como la que él soñó, con instituciones sólidas y políticas públicas que mejoren la calidad de vida de nuestra gente. Una Argentina donde la justicia, la honestidad y el respeto por los derechos humanos sean pilares sobre los que podamos apoyarnos con firmeza. Una Argentina en paz y con libertad. En ese camino estamos desde que los argentinos elegimos cambiar.
Por eso hoy, en nuestro país, nadie es perseguido por dar su opinión. Al contrario: hay un gobierno que promueve la pluralidad de voces, que no teme a la discusión política ni a poner los temas sobre la mesa, por más difíciles que estos sean, porque está claro que el debate se nutre de la diversidad de pensamiento y el intercambio de ideas. En ese sentido, la libertad de prensa es fundamental. Y esta convicción se sostiene con acciones concretas, como la pauta publicitaria, que ahora es transparente; la independencia y profesionalización de los medios públicos, que ya no se usan más para imponer un mensaje único; la sanción y aplicación de la Ley de Acceso a la Información Pública y las políticas de gobierno abierto.
Una visión que adelantaba a su contexto político
También sabemos que para vivir genuinamente en democracia es fundamental que los tres poderes del Estado funcionen con autonomía e independencia. Instalamos el diálogo como herramienta central y elevamos la calidad del debate en el Congreso de la Nación para alcanzar consensos elementales. Dimos pasos importantes para que el Poder Judicial tenga las herramientas que le permitan actuar con rapidez, efectividad y más cerca de las víctimas del delito. Y, por supuesto, siempre respetando la independencia de la Justicia: hoy, en las grandes causas de corrupción o en denuncias que involucran a funcionarios de este gobierno, a mi propia persona o a mi familia, se investiga en tiempo real, sin presiones ni amenazas. Además, impulsamos normas que contribuyen a una mayor celeridad para el trabajo de jueces y fiscales, como las leyes de Flagrancia y del Arrepentido, que permitieron avances inéditos en múltiples causas.
Entendimos también que es muy difícil plantear una cultura democrática si no combatimos las mafias y las amenazas a la seguridad. Durante muchos años, los argentinos tuvimos que convivir con mafias de todo tipo, como el narcotráfico, la trata de personas, el contrabando, las barras bravas y el sobreprecio de la obra pública. Mafias que se habían instalado y crecido en nuestro país, ignoradas en algunos casos y en otros apañadas e incentivadas por el mismo Estado. Por eso tomamos la decisión de enfrentarlas. Y las vamos a seguir combatiendo hasta que entiendan, de una vez y para siempre, que en la Argentina se acabaron los comportamientos mafiosos. Que esa Argentina donde queremos construir un proyecto de vida es la Argentina del respeto, del esfuerzo, de la igualdad de oportunidades y la paz.
Hoy hay un gobierno que trabaja en base al diálogo, que promueve la cultura del acuerdo y que resuelve los problemas sentándose a la mesa con todos los actores. Que discute, con disidencias, pero con buena fe. Un gobierno que promueve debates que jamás habíamos tenido como sociedad.
Hoy podemos decir con orgullo que los argentinos maduramos, que entendimos que al país lo vamos a sacar adelante entre todos, porque depende de nosotros y de nadie más. Hoy estamos transitando un camino que parecía olvidado. Y por eso podemos decir con total convicción que esa revolución por la que Alfonsín luchó está más viva que nunca, porque la estamos haciendo juntos.
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