Los Lanatta y Schillaci fueron advertidos: “Hay un contrato para matarlos”. Así decidieron escapar de la cárcel.
Varias semanas antes de que termine 2015, el Servicio Penitenciario Bonaerense les avisó a los hermanos Martín y Cristian Lanatta y a Víctor Schillaci, lo que podría a pasarles en la cárcel de General Alvear en el mediano plazo. Alguien intentaría asesinarlos. “Hay un “contrato” para matarlos acá adentro. Les estamos avisamos con tiempo. Piensen qué hacer. Si pagan, los dejamos ir”, les habrían dicho, palabras más palabras menos, agentes infieles de esa fuerza.
Los tres presos están condenados a cadena perpetua, acusados de ser losautores del Triple Crimen de General Rodríguez: en 2008 aparecieron muertos en una zanja de esa localidad bonaerense tres farmacéuticos que coquetearon con la narcopolítica. Eran Damián Ferrón, Leopoldo Bina y Sebastián Forza, aportante a la campaña de Cristina Kirchner en 2007.
Los reos no solo organizaron su fuga ante tremebunda advertencia de sus carcelarios. Durante ese mismo lapso de tiempo acordaron con conocidos que viven “extramuros” -influyentes y con dinero-, que una vez que ellos estuvieran en la calle tendrían la logística necesaria para irse del país. Sus interlocutores tendrían razones para darles aquello que los presos les pedían.
Los Lanatta y Schillaci trabajaron para el peronismo bonaerense y, según testigos del juicio del Triple Crimen, también para la policía mafiosa de la Dirección Departamental de Investigaciones de Quilmes. Conocen, según diversas fuentes del PJ y de la causa efedrina, al ex intendente de éste último distrito, el también ex jefe de Gabinete K, Aníbal Fernández. Y fueron amigos desde la juventud del hoy jefe comunal de Berazategui, Juan Patricio Mussi.
El acuerdo de su “doble” fuga habría incluido, además, una contrapropuesta”: antes de partir hacia el exterior, los presos debían dejar firmados textos que servirían como una especie de descargo y que podrían cambiar el rumbo de las causas judiciales en las que están involucrados o son testigos de otros investigados.
El pacto era preciso. Tras escapar de la cárcel, el trío debería ir a un quinta. Allí les darían todo lo necesario para huir al exterior. A las dos de la mañana del 27 de diciembre, los Lanatta y Schillaci salieron por la puerta principal de la cárcel de General Alvear sin disparar un tiro,cargando un bolso con armas y con las llaves del auto de un penitenciario. Ya en libertad, cambiaron de vehículo. En una camioneta negra fueron hacia la quinta bonaerense donde los esperarían para “salvarlos”. Era todo mentira. Nadie iba a ayudarlos. Se convencieron de lo contrario: los iban a matar.
Esta versión de la trama del “caso Prófugos” está siendo analizada por importantes autoridades del Gobierno, de los servicios de Inteligencia, de las fuerzas de Seguridad y de la Justicia. Clarín reconstruyó está hipótesis de los hechos en base al chequeo de la información y de documentos confeccionados por investigadores del caso, con fuentes que pertenecen a cada uno de los ámbitos antes enumerados.
Los investigadores analizan con seriedad esta tesis porque existen testimonios que los direccionaron hacia esta variable de la pesquisa, a los que se sumaron pruebas concretas en el mismo sentido.
Los propios Lanatta y Schillaci habrían dejado trascender a gente de confianza, estando ya presos en el penal de Ezeiza, parte de este relato desconocido.
La reconstrucción que pudo hacer Clarín de esta nueva versión sobre de la trama, indica que fue Cristian Lanatta quien les advirtió a su hermano y a Schillaci que fuera de la cárcel iba a matarlos.
Habría sido él quien reconoció en aquella quinta del sur del conurbano a un hombre que aseguró que era una especie de sicario con llegada a la policía bonaerense. “¡Nos van a matar, loco! ¡Rajemonos de acá! Yo a ese tipo lo conozco, la puta madre”, se asustó, según describieron fuentes investigativas de esta trama. Lograron escapar de esa encerrona que creyeron mortal a las corridas.
Martín Lanatta es, desde julio del año pasado, el principal denunciante de quien asegura fue su jefe en una “red ilegal” de tráfico de drogas y armas, el ex jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Así lo ratificó ante la jueza del caso de la efedrina, María Romilda Servini de Cubría.
En la causa del Triple Crimen, investigada por el fiscal Juan Bidone, aún se busca a otro prófugo: Ibar Esteban Pérez Corradi, un narcotraficante y financista del que se determinó que fue el autor ideológico de las tres muertes de los farmacéuticos del caso de General Rodríguez.
Aníbal Fernández niega las acusaciones de Lanatta, y asegura que no lo conoce. Pero cada vez se conocen más vínculos entre ellos.
En el expediente de Servini de Cubría hay pruebas y declaraciones que lo involucran en esta trama. La causa de la efedrina podría reimpulsarse tras la feria judicial. Lanatta volvería a declarar ante Servini de Cubría. Es un condenado a muerte, y autor de nuevos delitos cometidos en su huida, igual que su hermano Cristian y Schillaci. Pero no por eso podría mentir adrede en declaraciones judiciales sobre pasado vinculado al narcotráfico. ¿Cómo hicieron estos tres presos para escaparse de la prisión de Alvear? Los investigadores tienen pistas confidenciales sobre ese punto. ¿Por qué huyeron si no tenían una logística acorde para afrontar una persecución policial de obvia envergadura? ¿Cómo es posible que le pidieran ayuda a uno de los amigos que lo visitaba en prisión, Marcelo “El Faraón” Melnyk, alguien que sería rastreado de inmediato por las autoridades? “Fuimos a lo de Melnyk y el pelotudo estaba en una fiesta con cien personas”, se quejó uno de los Lanatta frente a testigos de la cárcel de Ezeiza.
Está comprobado que durante su fuga el entorno de los ex prófugos contó con complicidad policial. Según él mismo declaró, Melnyk recibió a los fugados en su quinta y les dio solo dos “Pepsi heladas”. La Justicia cree que además les entregó plata y armas. Él lo niega.
Melnyk les había pedido, además, que volvieron a esa misma propiedad que usa los fines de semana pero después de que pase la fiesta. Lo hicieron. La quinta ya había sido allanada y él ya estaba detenido. La zona no estaba custodiada. ¿Negligencia policial? Azares bonaerenses.
Los prófugos recorrieron entonces, errantes y paranoicos, las calles de Quilmes y Berazategui, buscando ayuda entre familiares y amigos. Demasiado riesgo.
El 31 de diciembre se cruzaron en un camino de la localidad de Ranchos, le dispararon a dos policías con notable violencia. Decidieron ir hacia Santa Fe, dicen los investigadores del caso, porque en San Carlos vive quien sería un ex compañero de colegio de uno de ellos. Se escondieron con él por cuatro días. Agentes de la ex SIDE detectaron el lugar exacto en el que se encontraban. Era una “tapera” que estaba a metros de una ruta, con una señal inconfundible: un árbol se erguía allí solo en kilómetros a la redonda de territorio liso, como un faro. La Gendarmería fue a otro lado cuando quiso detenerlos. Volvieron a escapar.
Días antes, dos vecinos del lugar, confirmó Clarín con fuentes oficiales, los reconocieron y fueron dos veces a la comisaría de San Carlos a denunciarlos. El comisario nunca los atendió. Azares santafesinos.
En su última huida por maizales y pantanos, los fugados siquieron cometiendo crímenes. Terminaron agotados, con hambre y sed. Volcaron una camioneta robada. Heridos, fueron capturados gracias a la denuncia de otros vecinos de Cayastá. Igual que los celulares que robaron por los caminos, se quedaron sin energía. De vuelta están presos. Encerrados, planean qué secretos le contarán, o no, a la Justicia.
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