Sin luz, sin respuestas y sin ayuda durante 48 horasNilda Armentano ha sobrevivido a diversos contratiempos; incluso le viene dando batalla al cáncer desde hace tiempo. Pero asegura que nunca pasó por una circunstancia como la que la tuvo como víctima hasta anteayer. Padeció 48 horas sin luz en Flores, sin respuesta de la concesionaria y sin ayuda del Estado. A la buena de Dios.
"Estuvimos sin luz desde el viernes y creo que nos la repusieron el domingo por el gran escándalo que hicimos. Igual no estamos tranquilos, porque hicieron una especie de sobreenganche en una línea, no sabemos cuánto va a durar. Y en el barrio todavía hay otros sectores sin luz", narró a LA NACION.
Durante los dos días sin electricidad, Nilda, de 68 años, tuvo que tirar todo lo que tenía guardado en la heladera; entre otras cosas, la carne que ya había comprado para la cena de fin de año y varios productos lácteos.
Además, se le echaron a perder cinco vacunas que le suministran para levantar la anemia que le provoca la lucha contra el cáncer: actualmente, Nilda tiene cáncer de columna. Participó del piquete vecinal apoyada en su bastón.
"Sin ventilador, en un departamento al que le pega el sol todo el día. Así viví. Tomando líquido y más líquido para no deshidratarme. Yo me trato en el hospital Marie Curie, y encima ahora los médicos de cabecera no van a estar por los feriados", se quejó.
"Yo no estoy en contra de ningún gobierno, pero por esto nunca hemos pasado. A una nieta con discapacidad la tuvimos que mudar a otro lugar. No se puede vivir así", concluyó.
JUANA Y MARCELA
La desesperación de una madre con su beba
Juana llegó al mundo el 17 de diciembre, con apenas ocho meses de gestación, en el hospital Durand. Y colmó de alegría a su madre, Marcela Britez. La alegría fue total cuando, cuatro días después, los médicos consideraron que la nena estaba estabilizada y le dieron el alta.
Pero pronto Marcela vivió un sobresalto y temió por la salud de Juanita. Cuando arribó al hotel en el que vive con su marido y otros tres hijos -de 18, 13 y 14 años-, en Flores, descubrió que no había luz.
"Justo que me dieron el alta me encontré con esto. Para la beba me indicaron una fórmula de leche especial, de la que supuestamente usaba una parte y refrigeraba el resto hasta la próxima mamadera. Pero la heladera no funcionaba, así que tuve que tirar permanentemente la leche", recordó ayer Marcela.
La situación era tan delicada por el calor, la falta de luz y la precaria condición de Juana que la madre ya había tomado una decisión drástica: volver a internarse al hospital, para por lo menos tener protegida y correctamente alimentada a la niña.
"Ayer [por anteayer] nos dieron la luz. Hoy [por ayer], por unos instantes, se volvió a cortar. No creo que esto se haya arreglado. En la otra cuadra de mi casa, el mercadito chino sigue sin luz. Me da miedo lo que vaya a pasar. Si otra vez nos cortan, me voy directo al Durand", insistió Britez en diálogo con LA NACION.
Mañana, precisamente, la mujer debe llevar a la beba al primer control médico en el hospital desde que fue dada de alta. Tanto Marcela como todos los vecinos del hotel, que se preocuparon por la salud del bebe durante el corte de luz y fueron los únicos en ofrecer ayuda a la familia, esperan que los especialistas encuentren bien a Juanita, pese a todo.
SILVIA
Comer mal, dormir en el piso y bañarse en el gimnasio
Silvia Fernández toma su mochila e introduce en ella el shampoo, la crema de enjuague y todos sus elementos de higiene personal. No se va de viaje. Se va al gimnasio en el que trabaja como profesora de educación física. Pero no dará una clase. Va a bañarse.
La rutina se repite cada día desde el pasado 23 de diciembre, cuando la luz dejó de funcionar en su departamento del barrio de Villa Crespo. Sin agua y sin energía eléctrica en su casa, la mujer decidió pedir permiso a las autoridades de la red de gimnasios para la que trabaja para poder asearse en algunas de las sucursales. Era la única opción que tenía, ante la falta de respuestas oficiales a los problemas que vive en su hogar.
En estos días, no es lo único que Silvia tuvo que modificar de su vida. Para refrigerar la comida, la mujer le pidió ayuda al carnicero que tiene su local a la vuelta de su casa, sobre la calle Acevedo.
"Últimamente como muy mal, y tuve que cambiar todos mis hábitos. Y por la falta de aire que hay en mi casa, duermo tirada en el piso del living", confiesa Silvia.
El techo de su dormitorio, a diferencia del de su madre, de 86 años, da a una terraza, entonces el sol recalienta las paredes.
"Sólo voy a mi pieza para sacar ropa, y cada vez que entro siento un golpe de calor terrible, que me agobia", describe la docente. Un par de colchonetas azules, de las que se utilizan para realizar actividad física o yoga, suplantaron al pesado colchón.
A su lado, Luisa, vecina de Silvia en la planta baja del edificio que habitan en Villa Crespo, resume: "El momento más triste de la casa es cuando empieza a oscurecer. No sabemos qué va a pasar y nos sentimos abandonadas, como si no le importáramos a nadie"..
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