Por: José Luis Jacobo.
Ante la suerte echada de los 44 tripulantes del ARA San Juan, los interrogantes giran hacia la malhadada historia del submarino fabricado por ThyssenKrupp en Alemania en 1983 y entregado a la República Argentina en 1985.
Interviene ahora la Oficina Anticorrupción, ante la sospecha de que podría haber habido irregularidades en las licitaciones y los contratos, cuando salta también una denuncia —obviada durante el kirchnerismo— del exdiputado radical Miguel Giubergia, quien aseguraba ya en 2010 que había coimas en la Armada para reparaciones y compras a Hawker y Ferrostaal, las empresas encargadas, entre otros asuntos, del mantenimiento del ARA San Juan. Se debe apuntar que el movimiento judicial inicial fue impulsado por el ex suboficial José Oscar Gómez, quien como resultado de sus denuncias fue dado de baja de la fuerza.
En esa matriz de corrupción está el origen de estas pérdidas, hoy un lamento emocional colectivo que lleva a la Presidencia de la Nación a disponer el duelo e iniciar una investigación que aporte respuestas en un contexto sumamente difícil por el escenario en el que ocurrió la tragedia.
Es obvio que los altos mandos de la Armada tienen responsabilidades concretas. La tapa del diario La Capital (ver N&P edición 1052) que anunciaba que por problemas eléctrico el ARA San Juan era traído a remolque al puerto de Mar del Plata tuvo que ver claramente con una operación surgida del interior de la fuerza, para colocar en escena una tragedia cuando menos en curso en aquel momento.
Es evidente que dentro de la Marina se conocía la información surgida del parte que indicaba que había entrado agua por el snorkel y que el incendio en las baterías implicaba una situación crítica. No podían desconocer los mandos que la circunstancia climática era en extremo compleja, y que un submarino que no posee aptitudes de navegación en superficie -cuyo snorkel sobresale cinco metros sobre la superficie del océano con olas de once metros- tenía frente a sí un desafío complicadísimo y un ticket casi seguro a la desgracia.
Interrogantes: ¿por qué en esas condiciones marítimas se dio la orden de zarpar? ¿tal vez la provisión de energía y el flujo de aire interno fue tan escaso como para desafiar el océano, buscando reponer el oxígeno y creando entonces las variables que habrían hecho propicio el siniestro?
En sus ilustraciones de situación, los medios se sirvieron de la información provista por la popular página del tiempo Windgurú, y así llevaron precisión a su público sobre el estado del océano y el impacto y altura de las olas. ¿Nadie en la Armada, incluido el propio capitán de la nave, la consultó antes de salir?
Por último: una fuente conocedora sostiene que los llamados satelitales -siete en total- de los que habló el ministro Aguad, efectivamente existieron. Sólo que nunca fueron atendidos, porque en la guardia del Comando de Submarinos, entre las 0 y las 0.36 del miércoles 15 no había nadie.
El emplacado de las baterías no es el único interrogante en el que una maniobra fría y cruel arrastró 44 vidas al fondo del mar sin que hasta ahora se pueda ubicar fehacientemente el punto de impacto. Casi, casi un crimen perfecto.
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