La presidenta de Madres de Plaza de Mayo pidió que esparzan sus cenizas en ese lugar donde desde 1977 reclamaba por sus hijos. La trayectoria de una madre parida en la lucha. El Gobierno decretó tres días de duelo por su fallecimiento.
Por Luciana Bertoia
Murió Hebe de Bonafini. Hebe, la que salió a la calle buscando a un hijo desaparecido por la dictadura; después a otro y finalmente a todos los hijos y las hijas porque, para ella, la maternidad era colectiva. Hebe, la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y la que albergaba dentro de un mismo cuerpo a una dirigente política implacable y a la madre tierna que esperaba con el plato de comida caliente. Hebe, emblema de la resistencia a los genocidas pero también de la resistencia al hambre y al neoliberalismo. Sus cenizas quedarán para siempre en Plaza de Mayo, ese lugar que tantos jueves transitó con sus pies cansados de tanto buscar.
A las 9.20 del domingo murió Hebe –a los 93 años– en el Hospital Italiano de La Plata. Llevaba internada una semana, según cuentan las fuentes del gobierno provincial que seguían de cerca su estado de salud. El mes pasado había sido ingresada a esa institución, pero le habían dado el alta el 13 de octubre para que continuara con los cuidados desde su casa. Su hija Alejandra fue quien informó del fallecimiento y pidió llorarla en la intimidad.
Tanto el presidente Alberto Fernández como la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner despidieron con dolor a la Madre de Plaza de Mayo. El gobierno nacional decretó tres días de duelo. La Red Nacional de H.I.J.O.S se encontraba reunida en La Matanza cuando se conoció la noticia. La decisión que tomaron sus integrantes fue inmediata: llamar a una ronda para decirle "hasta siempre" desde la Plaza de Mayo, ese lugar en el que ella enseñó que no había que dar ni un paso atrás.
Antes de ser Hebe
Nació el 4 de diciembre de 1928 en una casita de pisos de material en El Dique, un barrio obrero de Ensenada. Fue la hija mayor de una familia en la que el padre se ganaba el pan trabajando en una fábrica de sombreros. Hebe –para entonces “Kika”-- soñaba con ser maestra. Quería ir al Normal, pero ni la madre ni el padre estuvieron de acuerdo. La mandaron a aprender corte y confección. Después, siguió con telar.
A Humberto Bonafini –o “Toto”-- lo conoció en el barrio. Él era un poco mayor que ella. También era obrero, como su padre. Para entonces trabajaba en Vialidad Nacional. Se casaron en 1949 en la Iglesia San Francisco de La Plata, donde cuatro años antes habían dado el sí Evita y Juan Domingo Perón. Al poco tiempo, Hebe quedó embarazada de Jorge Omar, su hijo mayor que nació en 1950. A los tres años, llegó Raúl.
La suerte le había empezado a sonreír a la familia Pastor-Bonafini cuando “Toto” consiguió trabajo como obrero de YPF. Con eso les alcanzó para mudarse a una casita más cerca de La Plata y, en 1965, nació Alejandra, la menor de los hermanos.
Los chicos pudieron hacer lo que ella no había logrado: estudiar. Los dos mayores terminaron el Nacional y entraron a la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Jorge se destacaba como estudiante de Física en Ciencias Exactas y Raúl estudiaba Zoología en Ciencias Naturales. Los dos militaban en el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML).
El final de los días felices llegó pocos meses después del golpe del 24 de marzo de 1976.
Parida por los hijos
Raúl fue quien la llamó para darle la noticia: se habían llevado a Jorge. “Kika” estaba entonces al cuidado de su hermano que estaba muriendo de cáncer. El 8 de febrero de 1977 comenzó la búsqueda, el hábeas corpus escrito a mano y presentado por su marido, los golpes en las puertas de las comisarías y de los regimientos para saber dónde estaba su hijo mayor.
Antes de la desaparición de Raúl, Hebe no había pisado la Capital más de una o dos veces –reconstruye el escritor Ulises Gorini en Hebe de Bonafini: Los caminos de la vida–. La búsqueda del hijo la llevó hacia donde estaban las instituciones de poder. Como muchas otras Madres, dejó de lado su apellido de soltera y adoptó el de casada –para que la identificaran más fácilmente con el de su hijo–.
El 30 de abril de 1977, otras mujeres que buscaban a sus hijos e hijas empezaron a juntarse en Plaza de Mayo. Hebe se enteró por la madre de un preso político y se sumó días más tarde. Con la primera madre que habló fue con Azucena Villaflor de De Vincenti. La búsqueda desgarraba, pero ya no era en solitario.
Cuando estaba abocada con otras madres a juntar el dinero y las firmas para publicar una solicitada en la que se denunciara públicamente lo que muchas familias sufrían, desapareció Raúl. Se lo habían llevado de su casa de Berazategui. Fue el 6 de diciembre de 1977, dos días antes de que se produjeran los secuestros de dos de las Madres en la iglesia de la Santa Cruz. Hebe se enteró de lo que había pasado con dos de sus compañeras, Mary Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, al día siguiente. Ella quería dejar la solicitada a un lado, pero fue Azucena quien la convenció de que había que seguir adelante. Finalmente lograron que el diario La Nación publicara el texto el 10 de diciembre, el Día Internacional de los Derechos Humanos. Ese día, una patota de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) secuestró a Azucena.
“Cuando secuestraron a las Madres todas las familias dijeron: ‘Dejen, las van a matar a todas, no van a aparecer’. Fue una batalla con nuestras propias familias porque el miedo es una cárcel, pero nunca pensamos en dejar”, contó Hebe a finales de septiembre en la Plaza. Los golpes siguieron. En 1978, secuestraron a su nuera, María Elena Bugnone Cepeda, la compañera de Jorge.
Al año siguiente, en una reunión que se hizo en la casa de Emilio y “Chela” Mignone, Hebe fue elegida presidenta de Madres –que, en agosto de 1979, se constituyó como asociación civil. Ya en democracia, en 1986, el organismo se iba a partir en dos: la Asociación, liderada por Hebe, y la Línea Fundadora.
Todos son tus hijos
Hebe se sentía más cómoda definiendo a las Madres como una organización política que como un organismo de derechos humanos. Su sector dejó de llevar los nombres de los hijos en los pañuelos y ya no portaban la foto de cada uno de sus desaparecidos: se socializó la maternidad. Todos y todas eran sus hijos. Tampoco aceptaban las exhumaciones de los cuerpos, que reclamaba el resto del movimiento de derechos humanos. “El revolucionario nunca muere”, dice en Ni el flaco perdón de Dios, de Juan Gelman y Mara La Madrid.
En los ‘80 denunció las leyes del perdón sancionadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín y en los ‘90 los indultos de Carlos Menem. En la Plaza, fue la resistencia al modelo neoliberal de hambre y desempleo. Los más jóvenes se acercaban a ella, como recordaron desde H.I.J.O.S La Plata, a quienes consentía con alguna comida y, en la sobremesa, les daba los consejos políticos que no habían podido recibir de sus padres y de sus madres.
Sergio Schoklender también se acercó cuando estaba detenido en Devoto por el asesinato de sus padres y se ganó su confianza. La relación, que sorprendió a muchos, terminó cuando se conocieron las irregularidades en la construcción de viviendas del proyecto Sueños Compartidos. Para Hebe, fue más que una decepción. "Es una traición y el traidor es muy fuerte. Creo que es la peor palabra que se le puede dar a una persona. Traición a todo: sentimientos, la confianza, a todas las Madres. Somos un montón de viejas que luchamos y peleamos, que la gente nos respeta por todo eso", dijo entonces.
Cuando Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada, pensó que era “la misma mierda con distinto olor”. Al tiempo lo vio, se disculpó, le dijo qué no le gustaba y se entusiasmó con el proyecto de país que representaban Néstor y Cristina Kirchner. “Ya no tenemos un enemigo en la Casa Rosada”, sentenció.
En los últimos meses, había estado trabajando en un libro sobre la historia de las Madres de Plaza de Mayo de La Plata. En esa ciudad no son pocas las anécdotas de Hebe desafiando el terror. “La he visto hacer cosas heroicas”, solía contar María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani. Quería que fuera una forma de reivindicar a esas mujeres que lucharon desde su lugar en el mundo, cuenta el subsecretario bonaerense de Derechos Humanos Matías Moreno.
En una entrevista que hizo con la Universidad Nacional de San Martín (UNSaM), le preguntaron cómo quería ser recordada. “Que la gente sepa que no soy la mujer maravilla”, respondió. Pretendía que supieran que era una mujer común que salió a la calle a buscar a sus hijos, que se convirtió en una referente política amada por muchos y despreciada por algunos y que, en ese camino, se convirtió en la madre de los 30.000. “El día que me muera no tienen que llorar”, dice en otra entrevista difundida por la Asociación Madres de Plaza de Mayo. “Tienen que bailar, cantar, hacer la fiesta en la Plaza porque hice lo que quise, dije lo que quise y peleé con todo”.
Comentá la nota