Por: Jorge Fontevecchia. ¿Un hacker es un periodista que obtiene información por otros medios? Durante el reportaje que le hice al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, mientras estaba asilado en la Embajada de Ecuador en Londres hace unos años, él respondió: “El papel más importante del periodismo es ayudar a entender cómo funciona el poder y una de las formas del poder hoy son los datos.
Los hackers son expertos en entender los datos y comparten la misma motivación psicológica de los periodistas por penetrar la opacidad”. Y ante la pregunta sobre si cambiaría algo que la fuente quisiera cobrar por los datos, respondió: “Nada cambia en relación con la legitimidad de la información o su valor para la historia o el público. Todo aquel que se involucre en una acción tiene una motivación. Cuando alguien pretende ganar dinero, al menos las motivaciones son claras. Se puede elegir hasta qué punto se apoyará a la fuente, según lo que supongamos que son sus motivaciones. Pero en lo que respecta al periodismo que surge del material, si se paga, las cosas pueden ser aún más claras”.
El fundador de WikiLeaks revolucionó el mundo de los medios creando la categoría de programador periodista
Julian Assange no piensa como un periodista sino como un activista, a pesar de que se asume como editor porque esta categorización le permite defenderse ante los tribunales de Estados Unidos, que lo juzgarán apelando a la libertad de prensa garantizada en la Primera Enmienda de la Constitución de ese país.
Estar amparado bajo la categoría de periodista es algo que trasciende mucho a los hackers y es el gran problema del periodismo mundial: espías, propagandistas, extorsionadores, grupos de interés económico o grupos de presión política a menudo se disfrazan de periodistas para enmascarar sus motivaciones. Y claro que las motivaciones importan, es parte sustancial de lo que hace la diferencia entre periodismo y las otras actividades.
Tengo simpatía por Julian Assange, el mayor hacker del mundo, y me dio lástima verlo ser arrastrado a los tirones por la policía inglesa afuera de la Embajada de Ecuador notablemente desmejorado. Hace cuatro años compartí varias horas con él en el limitado espacio que usaba en su asilo para atender visitas y aquella persona que conocí parece el hijo de la que mostraron las fotos cuando fue detenido.
Probablemente haya cierta proyección afectiva de mi parte porque también tuve que dormir en el sillón de una embajada durante un asilo y, como él, entrar disfrazado para engañar a la policía que la custodiaba, pero un asilo de siete años como el que llevaba Assange es algo excepcional.
En América Latina, el caso más longevo fue el de Héctor J. Cámpora, que vivió tres años y medio en la Embajada de México en Buenos Aires hasta que la dictadura militar le otorgó el salvoconducto. En Europa el récord lo tiene Hungría con el cardenal Jozsef Mindszenty, quien a partir de la revolución de 1956 vivió 15 años en la Embajada de EE.UU. en Budapest, hasta que el Vaticano logró su salvoconducto. Pero el cardenal Mindszenty y Cámpora fueron sexagenarios al iniciar su asilo mientras que Assange tenía 40 años cuando entró a la Embajada de Ecuador y el que salió, tras siete años de encierro, luce como alguien que perdió su juventud.
La Embajada de Ecuador en Londres es una pequeña casa que ni siquiera tiene garaje, en una calle lateral vecina a Harrods, incomparablemente más pequeña que la Embajada de México en Buenos Aires o la de Estados Unidos en Budapest.
Claramente, su caso es especial también jurídicamente porque si solo enfrentara el juicio por violación de la seguridad informática de Estados Unidos, le hubiera sido más benigno enfrentar la prisión máxima de cinco años, en el caso de haber sido condenado, que los siete años de asilo más los que hubiera continuado de no haberle cancelado su asilo el actual presidente de Ecuador, Lenín Moreno, opuesto a Rafael Correa, admirador de Assange. Pero enfrenta en Suecia cargos por la violación de Anna Ardin (que la fiscal en primera instancia desestimó pero la fiscal de segunda instancia pidió que se avanzara en su juzgamiento) y la acusación de abuso de Sofia Wilen por haber tenido relaciones sexuales mientras dormía, sin su consentimiento, acusaciones que Assange dice son fomentadas por Estados Unidos. En cualquier caso, el autoencierro que se impuso fue un error de cálculo de Assange teniendo en cuenta que Inglaterra nunca iba a permitirle el salvoconducto a quien se había asilado incumpliendo el arresto domiciliario preventivo dispuesto por un juez inglés.
Probablemente la misma terquedad y temeridad que llevó a Assange a esta situación haya sido el gen transgresor que le permitió soñar con WikiLeaks e implementarlo creando una cadena de servidores informáticos en espejo en diferentes países, para impedir que la Justicia de ningún país pudiera cerrarla.
Julian Aassange fue premio de periodismo de Amnesty International, persona del año de Time y candidato al Nobel
Entrevisté a Assange al aparecer su libro Cuando Google encontró a WikiLeaks, en el que cuenta su reunión con el CEO del buscador y cómo este le explica que Google es una herramienta fundamental de inteligencia para el Departamento de Defensa norteamericano. Pudo haberlo predispuesto a concederme el reportaje el hecho de que un año antes hubiera obtenido el Premio Perfil a la Libertad de Expresión Internacional el periodista que denunció al programa de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad Nacional (Prism), que tiene acceso a todo lo que circula por internet, el columnista del diario inglés The Guardian Glenn Greenwald. También jugó a favor la recomendación del otro periodista argentino que lo entrevistó y autor del libro ArgenLeaks, Santiago O’Donnell.
El reportaje de PERFIL es uno de los más extensos que se le hayan hecho al fundador de WikiLeaks (ver página 64) y tiene un especial valor en estos momentos en que no se volverá a escuchar su palabra empoderada por varios años. Vale la pena leer su inteligente y controvertida interpretación sobre el poder y la comunicación.
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