Estrenó oficinas y equipo. Los ejes de un megaplán económico. Terminales políticas y planes a futuro. Su lugar, el peronismo. Alberto, CFK y Massa.
Por Marcelo Falak
La Universidad de Columbia es, para él, un sitio al que regresará solo para dar sus cursos; su lugar es Argentina, su referencia, el peronismo y su vocación, hacer política pensando en el futuro. Martín Guzmán quiere volver.
El economista salió de manera controvertida del Palacio de Hacienda el 2 de julio, un sábado de furia en el que Alberto Fernández lo esquivaba para no cumplir el acuerdo al que habían arribado para que manejara de una vez el área de Energía y la mesa de dinero del Banco Central y Cristina Fernández de Kirchner se daba a la rutina del destrato en público. Desde entonces, Guzmán ha pensado en su revancha y ahora pone en marcha el operativo retorno.
Atiende en unas oficinas ubicadas en el centro porteño, donde se muestra más locuaz que en sus tiempos de ministro. Según fuentes que están cerca de él, cambió, al punto que escupió los pelos que tenía en la lengua y se anima a mencionar sin ambigüedades a quienes le hicieron la vida imposible y a quienes –afirma– "mintieron" para enlodarlo o directamente lo traicionaron.
Se siente un progresista, pero cree que a esa identidad política le hace falta en la Argentina una dosis fuerte de racionalidad. Está convencido de que, para alguien como él, el lugar para tratar de transformar el país es el peronismo, en cuya dinámica pretende incidir a través de la generación de un discurso económico viable que –considera- hoy está ausente por el predominio del cristinismo.
Sus terminales políticas son variadas, pero están en plena construcción. Las tiene, para empezar, en diferentes movimientos sociales. Entre los referentes del Evita, tiene buen vínculo con el secretario de Relaciones con la Sociedad Civil y Desarrollo Comunitario de la Jefatura de Gabinete, Fernando Navarro, y con el hijo del Chino, Juan Francisco, director de Promoción de Desarrollo Sostenible del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES). Asimismo, con Daniel Menendez, subsecretario de Políticas de Integración y Formación en el Ministerio de Desarrollo Social y coordinador nacional de Barrios de Pie. Otro con el que conversa es Esteban Castro, conocido como El Gringo, secretario de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP).
Esas relaciones podrían hacer pensar que Guzmán busca contribuir a la generación de un polo posalbertista. A Alberto Fernández lo sigue valorando en lo personal, aunque eso no le hace pensar que tenga futuro. Según cuentan, lo pondera como un hombre honesto y mantiene afecto por él, aunque considera que la interna brutal del Frente de Todos desnudó, en el mandatario, flaquezas que llevaron a la ruptura.
Pese a eso, interlocutores del exministro perciben, en el último tiempo, un cambio de tono respecto de Fernández, lo que los lleva a pensar en un restablecimiento del diálogo entre ambos, algo que Guzmán no les niega ni les confirma.
Las terminales políticas del platense no terminan, desde ya, en los movimientos sociales, insuficientes para un proyecto ambicioso. Dialoga también con "un grupo de gobernadores" peronistas, afirman cerca de él, pero sin dar nombres. "Ya llegará el momento de blanquear esos contactos, después de que el peronismo termine de ‘defender la suya’ en diferentes territorios", vaticinó una fuente que tiene trato casi diario con él.
Decir eso lleva a interpretar que no está pensando en 2023, sino más allá, al menos en 2025, cuando las elecciones de mitad del próximo mandato comiencen a perfilar nuevos presidenciables. El suyo es un proyecto que, se supone, debería ponerlo cerca de algún liderazgo futuro que le permita al peronismo superar su fase K. Mucha gente ha soñado con eso durante casi 20 años y Guzmán se suma ahora a esa empresa como una suerte de "consultor libre" y deseoso de hacerse escuchar.
El discípulo de Joseph Stiglitz, con quien se mostró el 24 de octubre en la Universidad de La Plata como parte de su campaña para elevar el perfil, no está solo, sino que lo rodea buena parte del equipo que lo acompañó en la gestión. Por caso, Ramiro Tosi –exsubsecretario de Financiamiento–, Maia Colodenco –exsecretaria de Asuntos Económicos y Financieros Internacionales–, Fernando Morra –exsecretario de Política Económica– y otros. Está ausente Raúl Rigo, quien permanece como secretario de Hacienda.
El equipo de Guzmán trabaja en cuatro ejes: equilibrio macro, desarrollo productivo, optimización del funcionamiento del Estado y mejora de la asignación de la liquidez. Todo un programa económico.
No apuesta al fracaso de Sergio Massa, más allá de la tensión que cruzó el vínculo entre ambos. De hecho, le reconoce haber sabido surfear la ola tamaño tsunami de Todos, pero, no sin amargura, les cuenta a sus íntimos que fue hostigado por el cristinismo –de manera principalísima, por Máximo Kirchner– por mucho menos que lo que hoy se pone en marcha. Insiste en que su programa no era de ajuste y en que, en el peor caso, tenía un saldo real neutro en materia de gasto público, mientras que el actual es restrictivo en materia fiscal y monetaria e impactará negativamente en la actividad y el empleo.
Tiene con Cristina y con Massa una reyerta nueva, aunque sorda. Siempre según las fuentes consultadas por Letra P, suele señalar la inconsistencia de que la vice lo haya tildado de ajustador, mientras que el hincha de Tigre acaba de denunciar que, al llegar al ministerio, debió hacerse cargo de un déficit fiscal superior al 12%. ¿En qué quedamos?
El exministro se muestra convencido de que el relato que lo convirtió en un chivo expiatorio tras su renuncia, apto para facilitar una breve tregua entre el Presidente y su vice, ya se disipó y que no está "quemado" para la política. Eso sí, cualquier nueva excursión por la función pública debería contar con condiciones de gobernabilidad diferentes de las que dispuso en su momento, precarias y que recuerda en diálogos con quienes lo rodean.
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) fue parte de una negociación larguísima que la interna oficialista demoró una y otra vez. Guzmán dice que siempre mantuvo al tanto a CFK –hasta que esta le cerró el teléfono– y la vice ha señalado que el exministro le mintió sobre los detalles. Como sea, su proyecto de Presupuesto 2021, que naufragó en el Congreso después de que Máximo K lanzara un discurso llamativamente incendiario contra la oposición, descansaba en ese supuesto como un ancla para las expectativas. Por eso apostó a una inflación del 29%, contra la presunción de que, con el desconfinamiento poscovid, debería volver al 50% en que la había dejado Mauricio Macri.
Para evitar ese escenario, Guzmán confiaba en que el acuerdo estimulara la demanda de dinero. Además, en el resultado de una discusión que se mantenía en paralelo en la interna por el futuro de la política cambiaria, posible en un contexto de superávit comercial y de fuerte reducción del 150% al 60% de la brecha entre los tipos de cambio paralelos y oficial. Así, quería empezar a recorrer el largo camino hacia la salida del cepo con un desdoblamiento que hiciera pasar por la cotización oficial solo al comercio exterior del país y trasladara todas las transacciones de servicios a un mercado libre.
En esa puja, que cada tanto regresa con otros protagonistas, perdió con el presidente de Banco Central, Miguel Ángel Pesce, quien se declaraba convencido de que tal idea haría quebrar a numerosas empresas que no podrían pagar sus deudas en dólares, desde YPF a privadas importantes. Para Guzmán, en cambio, una decisión de ese tipo iba a provocar quejas y ruidos, pero iba a propiciar un proceso virtuoso de refinanciaciones.
En la narrativa que el exministro expone hoy, Fernández escuchó a su amigo Pesce, le bajó el pulgar al desdoblamiento, las empresas se hicieron con todos los dólares baratos que querían y más, la cuenta de servicios y los incentivos distorsivos que genera el cepo se llevaron puestas las reservas del Banco Central y el país se metió en su encrucijada actual.
Guzmán busca revancha. ¿La tendrá?
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