Cuando el Frente de Todos cerró su campaña bajo el sol de la rambla, Fernanda Raverta todavía creía que Mar del Plata podía rendirle homenaje al bueno de Kirchner, como había sucedido en las PASO. Pero el 27 de octubre, los votantes de General Pueyrredón se negaron a romper la tradición antiperonista de la ciudad balnearia que ya lleva más de 65 años.
La diferencia de votos con el macrista Montenegro fue absurda como lo es la maldición peronista en La Feliz. Raverta, derrotada pero con un piso de votos excepcionalmente alto, asumió entonces como ministra de Desarrollo de la Comunidad bonaerense. Es estrecho el vínculo entre Axel Kicillof y la licenciada en Trabajo Social que honra la lucha de bloque compartida en Diputados durante los años amarillos.
Sagitariana del 76, fundó la regional HIJOS Mar del Plata en el 95 y, como tantos de la generación política ligada a los DDHH, Fernanda encontró su lugar en La Cámpora. Algunos dicen que llegó por el mediático José Ottavis. Otros, por la diputada del entonces FPV y vieja conocida de los Kirchner, Adela Segarra, quien tomó la posta de su crianza luego de la desaparición de su madre en Lima. Igual que Ana, Fernanda es hija de los militantes montoneros María Inés Raverta y Mario Montoto. Pero a diferencia de su hermana, ella no adoptó el apellido de su padre, dueño de Codesur. La ex diputada provincial entre 2011 y 2015 es de las personas que eligen ser juzgadas no por sus orígenes sino por sus propias acciones. A menudo los hijos lo prefieren así.
Las desinteligencias del “viernes negro” que expusieron a miles de jubilados al Covid-19 y le costaron a Alejandro Vanoli la renuncia, trajeron a colación el nombre de Raverta que, familiarizada con las problemáticas de la niñez vulnerada y su experiencia en el territorio, se consagró entonces como la primera mujer a la cabeza de la Administración Nacional de Seguridad Social. En una Argentina asediada por todos los frentes, asumió y firmó una resolución para que las actividades de su cartera sean consideradas esenciales y se cargó al hombro la tarea mesiánica de administrar una de las cajas más grandes y transversales del país. Innegable trampolín político para los que salen airosos de su gestión.
Viaja todos los días desde La Plata a las oficinas de Córdoba 720, donde las jornadas no son nunca de menos de 12 horas. En su segunda experiencia en la ANSES —en 2010 fue jefa de la Unidad de Atención Integral en el Puerto de Mar del Plata—, Fernanda emprolijó el proceso de cobro de millones de IFE, ATP, AUH y bonos a los jubilados en coordinación con los bancos y el Correo Argentino. Aun criticada por no provenir del campo de la economía, y desafiada por la emergencia, Raverta demuestra tener con qué. Cómoda, tranquila y ordenada: así se la ve y así se la escucha.
¿Cómo un gobierno de empresarios va a entender que el salario familiar sirve para comprar un guardapolvo blanco?”, preguntaba la retórica Raverta desde su banca al pícaro Monzó cuando en 2017, represión mediante, Cambiemos lograba la reforma previsional que emitía la falsa promesa de ganarle a la inflación. De cara a la post pandemia, con un pacto social en proceso de maduración, se reedita la misma discusión esta vez de mano de un gobierno que pretende achatar la pirámide de haberes sin tocar la edad jubilatoria y que se propone, además, transformar el Ingreso Familiar de Emergencia en una Renta Básica Universal. Innumerables los desafíos se le avecinan a Fernanda Raverta, guardiana de la gobernabilidad, en un país que no desborda gracias al dique de contención que la seguridad social representa para los más vulnerados.
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