Por Eduardo Van Der Kooy
La visita de Barack Obama a la Argentina representó el suceso político más importante para Mauricio Macri desde que llegó al poder. Tres razones podrían explicarlo. La primera, el valor del apoyo del jefe de Estado de una de las dos principales potencias hacia un mandatario recién estrenado. Que conformó una coalición victoriosa alimentada en la sociedad tanto de las simpatías propias como del espanto al kirchnerismo. En suma, que requiere todavía amalgamarse. La segunda, la posibilidad de abrir al presidente argentino en el mundo una visibilidad detrás de la cual está corriendo. Basta recordar su viaje en enero al foro económico de Davos y las recepciones a Francois Hollande, de Francia, y Matteo Renzi, de Italia. La tercera, el efecto que el respaldo de una figura como Obama y su carismática esposa, Michelle, podría provocar en el plano interno para consolidar la autoridad presidencial aún en construcción y la conservación de la expectativa social que generó su ascenso.
Es cierto que a Obama le restan apenas nueve meses en la Casa Blanca. Se lo refrescó a Macri en la rueda de prensa. Pero se sabe que las líneas maestras de las principales naciones no suelen variar con las alteraciones de la política doméstica. Sólo un improbable triunfo de Donald Trump en las próximas elecciones de EE.UU. pondría en jaque esa afirmación. La última década pareció, en ese aspecto, una enseñanza para la Argentina. Los vínculos con Washington se empezaron a estropear en 2005 con el republicano George Bush. La llegada de Obama allá y de Cristina Fernández acá no repararon nada. Un interrogante brotaría de modo natural: ¿cuándo nuestro país sería capaz de mantener vínculos normales –no carnales– con EE.UU., si no logró tenerlos por tanto tiempo con un mandatario demócrata, el primero de la historia negro y con antepasados africanos?
Todo aquel paisaje de agradables simbolismos políticos no debería, sin embargo, tapar la realidad. Aquel apoyo de Obama habrá que traducirlo en beneficio para los intereses argentinos. “El verdadero trabajo empieza ahora”, ilustró el embajador en Washington, Martín Lousteau. El primer objetivo de la gestión del gobierno macrista también recibió un guiño auspicioso. El jefe de la Casa Blanca consideró constructivo el plan de Macri y de su ministro Alfonso Prat-Gay para alcanzar un acuerdo con los fondos buitre. De inmediato, su administración pidió a la Cámara de Apelaciones de Nueva York que levante el bloqueo a la Argentina para desmalezar el tránsito. Ese Tribunal posee plazos lerdos. El Gobierno obtuvo el aval de Diputados. Se encamina esta semana a lograr la aprobación en el Senado. Tuvo en una Cámara la eficacia de Emilio Monzó, el jefe de Diputados. En la otra fueron determinantes Gabriela Michetti y Federico Pinedo.
Tal progreso hubiera resultado imposible sin la buena voluntad de una parte del Frente para la Victoria. Allí los peronistas parecen diferenciarse cada vez más del kirchnerismo. Se notó con la nutrida participación de dirigentes de ese palo durante la visita de Obama. Varios de los cuales habían acompañado a Cristina sin chistar en su enfado con Washington. Nuevas peleas se avecinarían en el Congreso.
Algunas de ellas podrían rozar nervios sensibles de Cristina. La Comisión Bicameral promete dedicarse al nombramiento de tres representantes que faltan en la Auditoría General de la Nación (AGN). Es la que conduce Ricardo Echegaray, el ex titular de la AFIP. Que a medida que se destapan las ollas de la última década asoma con sospechas de complicidad en la monumental deuda impositiva de Cristóbal López y el lavado de dinero de Lázaro Báez. Se trata del par de empresarios que constituyen la columna maestra del poder económico K. El mandamás de la AGN cometió otro serio error. Modificó de manera inconsulta el reglamento interno del organismo para intentar investigar ahora decisiones de Macri –hasta el acuerdo con los fondos buitre– y enterrar para siempre el último año de Cristina. Esa maniobra fue tumbada por los auditores que están en funciones.
Recién se comprende mejor aquel apuro de Cristina cuando en el epílogo de su mandato designó dos auditores camporistas (Juan Forlón y Julián Alvarez) para que apuntalaran a Echegaray. La decisión fue suspendida por un fallo de la Justicia. Al oficialismo le corresponde siempre uno de aquellos auditores y a la oposición dos. La ex presidenta designó dos cuando era oficialista. Una mala picardía. El PRO pretendería que uno de esos cargos opositores le toque al Frente Renovador. Las negociaciones marchan con Sergio Massa.
No serían las únicas. También el peronismo se habría sumado a las conversaciones para evaluar la permanencia o no de Echegaray al mando de la AGN. El ex titular de la AFIP soporta un cascoteo con denuncias. Lo sabe e intenta tomar distancia: de allí su súbito presagio acerca de que Báez podría terminar preso. También Alicia Kirchner anotició tardíamente que el empresario K nunca habría sido socio de la familia. El mecanismo de relevo de Echegaray sería menos complejo de lo imaginado aunque requiere de una condición insalvable: el aval de la conducción opositora. El peronismo tiene previsto renovar autoridades en mayo. Habrá que ver si puede hacerlo envuelto por la tormenta. Siempre sobrevuela el fantasma de una posible intervención.
La señal de Obama a favor del acuerdo con los fondos buitre fue una de las cuestiones que Susana Malcorra le había anticipado a Macri. También el primer resultado pequeño pero tangible de la visita: el inicio del largo trámite para el levantamiento de la visa a los argentinos que viajen a EE.UU. Junto con la eliminación de la tasa de reciprocidad ( US$ 180) que abonan los estadounidenses para ingresar a nuestro país. La canciller se estaría revelando como otra pieza clave del Gabinete. El diseño de la visita de Obama, en la que tuvo muchísimo que ver, cuidó todos los detalles. Hasta la idea de que el jefe de la Casa Blanca pasara sus últimas horas en Bariloche, alejado de las marchas masivas de repudio por los 40 años del golpe militar de 1976.
En la cuestión de los derechos humanos, otro eje de la agenda bilateral, habría quedado al final un sabor inconcluso. El Gobierno negoció con tacto el cambio de la visita de Obama prevista inicialmente a la ESMA por un homenaje a las víctimas de la dictadura en el Parque de la Memoria. Fue cuando pronunció el impactante “Nunca Mas”, como condena explícita al terrorismo de Estado. El giro no resultó suficiente para que el cuadro pudiera completarse. No participaron de ninguna ceremonia las organizaciones de derechos humanos.
En esas filas no se habría terminado de procesar el cambio de época política. Pesarían mucho los años kirchneristas y el protagonismo adquirido, aún por afuera de los temas específicos. Algunos pretendieron un mea culpa en nombre de la responsabilidad de EE.UU. por las dictaduras en América latina que Obama no estaba en condiciones de asumir. Hizo lo que pudo y no fue poco. El anuncio de la desclasificación de los archivos militares y de inteligencia tampoco alcanzó. Los secretos del Departamento de Estado se habían ventilado ya en el 2002.
Tal vez, aunque cueste creerlo, algunos datos de la historia de los años trágicos no constarían para las organizaciones. Junto a Obama estuvo en la delegación Tex Harris, diplomático enviado en 1977 a nuestro país por el ex presidente demócrata James Carter para inspeccionar, en principio, el plan nuclear de los militares. Terminó dedicado a la defensa de los derechos humanos y se enfrentó, en ese campo, a los halcones de Henry Kissinger. Concurrió varias veces a las rondas de los jueves de las Madres de Plaza de Mayo. Distribuyó tarjetas personales para que lo llamaran. Llegó a compilar 13.500 denuncias por desapariciones. Ya retirado, fue condecorado a raíz de esa tarea por Rafael Bielsa, el ex canciller de Néstor Kirchner. Harris, un grandote que hoy orilla los 77 años, recorrió paso a paso el Parque de la Memoria.
Aquella postura inflexible en los organismos tampoco exhibió unanimidad interna. El CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) había aceptado concurrir al Parque de la Memoria. La Casa Blanca cursó una invitación para su titular, Horacio Verbitsky. Anticipó que no podía asistir. No hubo otra invitación. Nadie supo explicar por qué razón. Esa situación hizo vacilar a Estela Carlotto, con deseos iniciales de estar presente. Se lo había dicho a Marcos Peña, el jefe de Gabinete, en un encuentro casual en una estación aérea. La habría terminado de apartar la intransigencia de Carlos Pisoni, el titular de HIJOS, y ex funcionario de Cristina. La mujer de Abuelas optó por preservar la unidad de las entidades. Esa pretensión también explicaría cierta desmesura de su mensaje al hablar en el acto de repudio al golpe: “Otra vez somos convocados para defender la democracia”, arengó. Como si la democracia estuviera ahora mismo en peligro.
Quizás haya sido esa la única grieta visible que dejó el ensayo de Obama por rehacer las relaciones con la Argentina. Habría debajo de ella algo bastante profundo. Reflejaría, a 40 años de producida, la incapacidad de nuestra sociedad para procesar la tragedia sin antinomias insalvables. Para lograr mutarlas, alguna vez, en un punto eterno de encuentro.
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