Por: Eduardo van der Kooy. Fernández cree que Sergio Massa lo ayudará a poner moderación. Pero La Cámpora se impuso en el armado de las listas.
Empieza a tomar cuerpo en el kirchnerismo un dilema que puede proyectarse como sombra en caso de que Alberto Fernández y Cristina Fernández derroten a Mauricio Macri. La anómala conformación de la fórmula dará tela para cortar. No se trata de una novedad en la ambigua geografía peronista. Esa cima, tomando como punto de partida 1983, nunca fue lugar de armonía cuando el peronismo, en sus distintas expresiones, estuvo en el poder. Para ser justos, tampoco reinó durante la Alianza de Fernando de la Rúa.
Carlos Menem forcejeó con Eduardo Duhalde, hasta que el bonaerense renunció para recalar en la gobernación del principal distrito electoral. Néstor Kirchner lo condenó desde el inicio a Daniel Scioli. Cristina jamás congenió con Julio Cobos. Después del conflicto con el campo sobrevino la fractura. Tuvo poca suerte y pericia con Amado Boudou: a los dos meses de haber asumido estalló el escándalo Ciccone. La ex presidenta y Alberto dicen llevarse muy bien. Habrá que ver cómo sigue la historia si llegan a ganar.
El verdadero problema ahora mismo parece otro. Cómo afloraron las disputas entre Alberto y el ultra kirchnerismo por la distribución de las listas de candidatos para octubre. También, el modo en que exponentes de aquel sector irrumpieron en la escena pública. Empalideciendo la versión moderada que el aspirante a la presidencia pretende imponerle al conjunto. Habrá que dejar de lado a los personajes pintorescos que se deleitan con los disparates y, en muchos casos, sólo persiguen notoriedad. Pero Raúl Zaffaroni promueve la idea de leyes futuras para revisar las causas de corrupción. Apelando incluso a la Corte Suprema. Máximo Kirchner se tomó una fotografía con el energúmeno Santiago Cúneo. Al ex juez del Tribunal Mayor el candidato lo refutó, sin mencionarlo, en público. Con el hijo de Cristina habló en privado. Es su interlocutor confiable junto al diputado Eduardo De Pedro. Curioso que así se comporten los confiables.
En el ajedrez político Alberto ensayó tres movimientos que apuntan a su fortalecimiento en caso de victoria. También, para las exigencias de una campaña donde la inmensa mayoría busca aterrizar cerca de algún centro ideológico imaginario. El candidato intenta rodearse de los gobernadores del PJ no K. Con excepción de Juan Schiaretti, de Córdoba, con quien no tiene retorno. Visitó al sanjuanino Sergio Uñac. Dialogó con el mandatario electo de Santa Fe, Omar Perotti, antes de que el senador tomara vacaciones y no asistiera a la presentación en Rosario de “Sinceramente”, el best seller de Cristina. Rémora de Corín Tellado o de la nativa Poldy Bird.
También, su insistencia para sumar a Sergio Massa, como módico primer diputado por Buenos Aires, sobrepasó la simple necesidad electoral. Compartida por Cristina y Máximo. Todos suponen que el ex intendente de Tigre aportará una cuota extra de votos. Tal vez decisiva. Habrá que ver cuántos de esos votos llegan a destino después del serpenteante periplo de Massa. El camino más largo –según sus detractores—para regresar al kirchnerismo.
La presencia de Massa tendría relación con otra faceta. Puede constituir un soporte ideológico del reformismo conservador que cautiva a Alberto. Aun cuando entre ellos, dentro de esa abstracción de pensamiento, existan diferencias. El líder del Frente Renovador, o de sus ruinas, le garantiza una mirada de heterodoxia económica para afrontar la crisis. Lejos de las recetas de los kirchneristas bolivarianos. Nunca comulgó tampoco con el camporismo aunque haya mantenido activo siempre el circuito con Máximo y De Pedro. Tal contradicción en él no debe asombrar.
De hecho, Massa perdió el control de la intendencia de Tigre, que se propone reconquistar en octubre, cuando su discípulo Julio Zamora zarandeó a los massistas del gabinete municipal y los reemplazó por tres representantes de La Cámpora.
La otra pata puede descubrirse en el armado en la Ciudad. Alberto sabe que derrotar a Horacio Rodríguez Larreta, a quien elogió, podría estar en la agenda de las utopías. Su objetivo sería otro. Correr al kirchnerismo que en los últimos años transformó el distrito en estación testimonial. Después de los fracasos de Daniel Filmus tomó la posta, con igual suerte, Mariano Recalde. El candidato sacó de la galera a Matías Lammens, el presidente de San Lorenzo, a quien conoció en las épocas que frecuentó a Marcelo Tinelli cuando peleaba la titularidad de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Lammens se define como un extrapartidario con difuso racimo de ideas progresistas. Cauto. Se contrapone con las postulaciones legislativas del propio Recalde y de Pino Solanas.
Tal articulación en la Ciudad intentaría compensar lo sucedido en Buenos Aires. Alberto exhibe allí como cucarda la postulación de Massa. Pero la unción de Axel Kicillof y Verónica Magario para desplazar a María Eugenia Vidal fue patrimonio de Cristina y de Máximo. El hijo de la ex presidenta tuvo una intensísima injerencia en el armado de las listas del Conurbano. Igual que en otros distritos clave, con dominio camporista. Fueron inevitables las refriegas con intendentes pejotistas que se sintieron relegados. Quedaron cenizas luego de tanto fuego.
Alberto enfrenta una dificultad adicional. No remite al armado. Si a cierto discurso público a que lo obliga la relación de fuerzas internas en el espacio que lidera Cristina. Cuyo timón aspiraría a tomar en algún momento si al final ingresa en la Casa Rosada. Aquella dificultad remite a la corrupción, a las causas que involucran a la ex presidenta y a la situación del Poder Judicial.
El candidato flamea cada vez que aborda la cuestión. Debe defender a Cristina. Debe mostrarse, a la vez, propenso a combatir aquel flagelo. Complicado equilibrio. A veces asomaría más como abogado de la ex presidenta que como candidato. La lupa de los ultra kirchneristas está colocada sobre él. En un encuentro informal, cuatro integrantes de la vieja Carta Abierta arribaron días pasados a una conclusión: “Hay que estar atentos. Apoyamos a Alberto porque lo decidió Cristina. No porque resulte irrefutable. Pero ojo con una derechización”, advirtieron.
Alberto camina, en ese sentido, sobre terreno cenagoso. Afirma que no aspira a ninguna reforma constitucional ni a parches en la Justicia. Asegura que no contempla venganza contra los jueces. Les apuntó a todos los que llevan investigaciones contra la ex presidenta. En especial a Julián Ercolini, con quien confronta por cuestiones personales y políticas. El magistrado llegó a juez federal por consejo del candidato mientras fue jefe de Gabinete de Néstor y Cristina. Elevó a juicio la causa Hotesur, donde está involucrada la familia Kirchner por sospechas de lavado de dinero.
Alberto dijo esta semana, además, que si los jueces son justos no debiera existir ninguna condena contra Cristina. Explicó que estudió a conciencia las causas en que aparece implicada. Recordó que es especialista en Derecho Penal y que hace 25 años ejerce como profesor universitario. Indesmentible. Tanto, quizás, como que la larga cadena que intervino hasta ahora en las causas (fiscales, jueces y Cámaras) no estaría compuesta por improvisados. Ni ingenieros, comerciantes o albañiles.
Una de las misiones por las que fue empinado Alberto responde a la necesidad de Cristina y su familia de quedar a salvo de las acusaciones por la década pasada. No será tarea sencilla por varias razones. Hay una gran porción de la opinión pública sensibilizada con el tema. Aunque el centro de gravedad de las preocupaciones sea ahora la crisis económico-social. Un triunfo hipótetico de los Fernández engrosará su poder y aumentará el blindaje que Cristina ya posee. Habrá que observar si desde ese lugar de privilegio logra desarticular la trama judicial y detener los juicios.
Hay un antecedente que no debe pasarse por alto. La ofensiva de la Justicia contra Boudou comenzó en febrero del 2012. Apenas un par de meses después de que la ex presidenta ganó con el 54% y proclamó “vamos por todo”. El ex vice fue durante esos años zafando de la cárcel. Donde al final cayó. En el interín Cristina ensayó un estropicio en el Poder Judicial. Allí se levantaron defensas que permanecen. Se robustecieron con las admoniciones del candidato. A punto tal que consiguió un milagro: la mayoría de la Corte Suprema, solidaria con su jefe, Carlos Rosenkrantz, cuestionó la idea de revisar las causas de corrupción. O pretender interpelar a los magistrados que las llevaron adelante.
Los Fernández tuvieron una ingrata novedad en el amanecer de la campaña. El fiscal Carlos Stornelli solicitó la elevación a juicio oral de la causa por los cuadernos de las coimas. Después de las objeciones naturales que hará la defensa de los implicados deberá aguardarse la decisión de Claudio Bonadio. Con suerte el inicio del proceso ocurrirá en 2020. Cuando se sepa si permanece Mauricio Macri o regresó Cristina.
De la lectura de la investigación, a juicio de los expertos, surgen evidencias llamativas y concluyentes. Primero: la ruta del dinero. Muchas veces con escala en el financista Ernesto Clarens (que convertía pesos en dólares) y con destino final siempre en la residencia de Olivos, el departamento de los Kirchner en Recoleta o Río Gallegos. Segundo: la coincidencia estructural de los testimonios de los arrepentidos. Con atención en los empresarios y los pilotos de los aviones oficiales que trasladaban los bolsos con millones a Santa Cruz. Tercero: la verificación que lo recaudado se destinaba para enriquecimiento personal o la financiación de la política y las campañas.
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