El cierre de las fronteras europeas convirtió a ese país en 2016 en un gran cuello de botella para la migración, con el campamento de Idomeni y más de 60.000 personas atrapadas en espera de una reubicación a otros países de la UE.
La construcción de la valla por parte de las autoridades macedonias no arredró a los migrantes que, esperanzados por una inminente apertura de la frontera, se resistían a marcharse.
Para finales de febrero, cuando ya Grecia había registrado 100.000 llegadas la situación comenzó a desbordar al Gobierno heleno, que no contaba con la infraestructura ni la experiencia para gestionar tantos migrantes, según consigna la agencia EFE.
En Idomeni, donde comenzaron las primeras protestas, aunque también en el puerto del Pireo, cerca de Atenas, donde se asentaban los refugiados tras llegar en barco desde las islas -verdadero punto de entrada a Europa- la precariedad y el hacinamiento eran cada de las islas del Egeo, con controles marítimos, pero sobre todo de la Policía turca para evitar la salida de embarcaciones.
No obstante esto, aunque redujo drásticamente el número de llegadas, no las detuvo por completo.
Además, los migrantes llegados después de esta fecha tienen que permanecer en centros de las islas -a la espera de que su demanda de asilo sea aceptada y puedan pasar a territorio continental- o que sea rechazada y sea deportado a Turquía tal y como contempla el acuerdo entre Bruselas y Ankara.
La lentitud en el examen de las demandas de asilo -en muchos casos por escasez de funcionarios especializados-, los problemas -legales en ocasiones- para la repatriación, y la falta de voluntad de los países de la UE para acoger refugiados hacen que los centros de las islas superen su aforo disponible y las plazas previstas se vean ampliamente desbordadas por el número de migrantes que viven en ellos.
Los países de la UE, que llegaron a un acuerdo para reubicar a 66.000 migrantes de Grecia para absorber ordenadamente una parte de los llegados al país heleno, solo reubicaron desde noviembre de 2015 a cerca de 6.000.
Esto desencadenó las primeras revueltas en la isla de Lesbos, en el campo de Moria, donde las malas condiciones de vida y la incertidumbre siguen generando disturbios de mayor o menor intensidad.
Mientras las islas se llenaban las autoridades griegas comenzaron un programa de reorganización de los campos que incluía la construcción de nuevas instalaciones, muchas veces utilizando infraestructuras ya existentes, como centros de vacaciones del Ejército o antiguas bases militares, y procedió al desalojo de Idomeni en mayo, a lo que le siguió progresivamente el Pireo.
Paralelamente el Gobierno heleno -en el que el ministro de Migración, Yannis Muzalas, cobró cada vez más importancia- implementaba programas educativos para los menores en este curso escolar, lo que daba muestras de que las autoridades asumían que la situación había llegado para quedarse.
Ni las visitas a Lesbos del papa Francisco, en abril y de Ban Ki-moon, en junio, o las decenas de declaraciones políticas han acelerado las reubicaciones.
Los retos para 2017
El Ejecutivo griego tiene en el hacinamiento de las islas uno de sus mayores retos para el año que viene, pues las poblaciones locales, que ya han visto como la economía, fundamentalmente turística, cae en picado, comienzan a mostrar su descontento con los centros de refugiados, algunos incluso de manera violenta.
Estos se niegan a que se construyan más campos en las islas para descongestionar los existentes y bloquean cualquier iniciativa, al tiempo que el acuerdo UE-Turquía prohíbe a Grecia trasladar a migrantes en espera de que su demanda de asilo sea tramitada a territorio continental, así sea temporalmente.
La llegada del invierno detendrá como cada año las llegadas por el mal tiempo, que a su vez hará, debido a la escasez de equipamiento adecuado, más dura la situación de los refugiados, que llegaron a Grecia pensando que era la puerta hacia Europa y se encontraron de lleno en una trampa.
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