Delitos sexualesTras la revelación de que desviaba alimentos de su Fundación a la cárcel perdió las comodidades que tenía. Pasa todo el día en una celda de dos por dos que comparte con un condenado por robo. Sólo lo sacan para bañarse.
El cura Julio César Grassi cumple un año de encierro en el peor momento de su breve historia carcelaria: confinado las 24 horas en una celda de dos por dos.
Es que el ex director de la Fundación Felices los Niños, preso desde el 23 de septiembre del año pasado por el delito de abuso de menores,perdió los privilegios que tenía y ahora pasa sus días obligado a permanecer exclusivamente detrás de los barrotes de su celda. A diferencia de la libertad de movimientos que gozaba durante los primeros nueve meses de prisión, ahora sólo sale de allí para recibir visitas y para ducharse, una vez por día. Nada más.
Desde que a fines de julio fue denunciado por desviar donaciones de su fundación a la Unidad Penal N° 41 de Campana, donde está por tachar el primero de sus 15 años de condena, Grassi perdió el “privilegio” de pasar casi todo el día lejos de lo que en la jerga se conoce como el “rancho”. Días atrás intentó reactivar su movimiento interno y pidió permiso para fabricar velas junto a otro preso. Pero le fue denegado. “Es que lo de la denuncia hizo mucho ruido acá”, comentó a Clarín una fuente que conoce los movimientos del penal.
Por una cuestión de seguridad, en los primeros 300 días que pasó en Campana el sacerdote había sido asignado al “trabajo” de ayudar en la organización del depósito de la cocina del penal, a donde llegan los alimentos que luego se usan para darles de comer a los cerca de 500 internos. Pero esa “asignación” también le permitía al cura administrar Felices Los Niños sin que nadie lo molestara y lejos de la triste escenografía tumbera . Además, según quedó en evidencia en julio, servía para que Grassi supervisara la entrada de comida que llegaba desde la fundación, que él usaba para garantizarse un trato especial.
“Tenía casi abierta la puerta de su celda las 24 horas”, contó una fuente penitenciaria.
Sin embargo, tras la denuncia periodística (ver “Los chicos...), las autoridades del penal le quitaron a Grassi sus permisos y lo condenaron al aislamiento casi absoluto. Como coletazo del escándalo además fueron removidos en agosto el director de la cárcel, Raúl Garnica, dos subdirectores, el encargado del depósito de la cocina –donde Grassi había montado una suerte de oficina– y algunos penitenciarios más, a quienes se les iniciaron sumarios internos.
Si antes el sacerdote salía de su celda a las 7 y se instalaba en el depósito de alimentos hasta las 18, cuando volvía a su celda, ahora no sale nunca. Hay presos que se dedican a trabajar en la biblioteca del penal, otros hacen cursos en los distintos talleres que se dictan, o estudian en la escuela agraria. Pero el cura de la Diócesis de Morón (que a pesar de la condena nunca fue expulsado por la Iglesia) transcurre prácticamente las 24 horas en su pequeño lugar de confinamiento. “Es una pieza de dos por dos”, comentó a Clarín otra fuente que transita los pasillos del penal. “Lo guardaron hasta que se enfríe la situación”.
Grassi comparte su celda con otro interno, condenado por robo calificado, con quien tiene “una muy buena relación”. Allí tienen un monitor de computadora de 18 pulgadas conectado a la Televisión Digital Abierta (TDA). Antes de la denuncia, el cura tenía a su disposición teléfonos celulares, un televisor grande, un frigobar y hasta un caloventor.
Según allegados al cura consultados por Clarín, Grassi está “profundamente deprimido”. El motivo, aseguran, es que “le sacaron lo que más amaba, que era su Fundación”. Sin embargo, para las fuentes del penal esa depresión está asociada al confinamiento y a la pérdida de la comodidad extraordinaria que gozaba.
Lo cierto es que, de acuerdo a lo que cuentan desde Campana, el cura se la pasa leyendo el Evangelio y escritos relacionados con la religión (“Es un gran lector”, aseguran). También dicen que reza buena parte del día. “Sale para bañarse, bien temprano. O cuando le toca alguna visita, que son su hermano o los abogados, con quienes habla todos los días por el teléfono público del penal ”, revelaron. No perdió todos los privilegios: a diferencia del resto de los presos, él recibe a las visitas en el Casino de Suboficiales y los guardias le evitan cruzarse con otros internos, quienes “le viven mangueando plata y comida”, aseguran.
La otra consecuencia de la denuncia fue que al depósito del penal ya no llega la comida de la Fundación Felices los Niños. Quizás por esoGrassi nunca estuvo tan incómodo y aislado.
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