Por: Claudio Jacquelin. La arquitectura original de la gestión libertaria, si es que alguna vez fue diseñada, encontró su punto de quiebre.
Llego la hora ineludible de sacarse las capelinas de las pasarelas internacionales y los bonetes del carnaval para ponerse los cascos de la construcción. La arquitectura original del Gobierno (si es que alguna vez fue diseñada) encontró su punto de quiebre y está en revisión profunda por su falta de funcionalidad y de logros concretos, en medio de ruidos internos. La realidad impone un urgente relanzamiento. Una reestructuración que se intenta. Y está en proceso.
El día imaginado para celebrar el comienzo de la nueva etapa fundacional argentina resultó una caricatura de lo anunciado. El Pacto de Mayo fue, al final, el Fiasco de Mayo.
Ninguna de las construcciones estructurales de ese edificio soñado por Javier Milei llegó a la fecha señalada habiendo superado el plano del boceto o de unos toscos cimientos en permanente proceso de revisión.
La Ley Bases, que debía dar el soporte normativo y servir de plataforma para el alineamiento (o la subordinación) de la Argentina política a su proyecto de transformación radical, sigue sin concretarse casi un semestre después de haber comenzado la gestión. La condición necesaria para la fiesta no se logró cumplir. Y, aunque se diga lo contrario, importa y mucho.
Peor aún, la heterogénea aglutinación que hace las veces de gabinete estuvo en este acto exponiendo sus fisuras, pero sobre todo dejando al desnudo un modo de conducción hasta acá ineficaz para construir un equipo sólido y eficiente.
El escarnio público al que fue sometido (o se dejó someter) el silente jefe de Gabinete y antiguo amigo del Presidente deja a la vista una superestructura disfuncional.
El destrato a Nicolás Posse confirma no solo que su hora sombría ha llegado, sino que el Presidente ha demostrado en el ejercicio de la función una dificultad importante para resolver asuntos concretos de funcionamiento. También para encontrar colaboradores eficaces con los que se sienta conforme, para ser ejecutivo y para cumplir con la rutinaria e imprescindible tarea de gobernar, conducir la administración, ponerla en funcionamiento y concretar objetivos.
Se trata de un escenario demasiado inquietante para un país con tantos problemas urgentes que siguen sin ser resueltos y, en algunos casos, se han agravado por la demora en abordarlos y por la propia acumulación y postergación. El vértigo impide ver las nuevas formas de procrastinación.
El aire que se respira en la Casa de Gobierno y en varios ministerios está enrarecido. Las incertidumbres, temores, desconfianzas y sensación de precariedad que había en el armado inicial de la administración mileísta no se han despejado. En gran medida, se han profundizado. Nadie, salvo Karina Milei y el superasesor Santiago Caputo, tiene siquiera certezas mínimas respecto de su rol y de su permanencia.
Eso explica que se haya agudizado el hermetismo entre los funcionarios durante la frenética (y traumática) semana que arrancó con el conflicto con España y terminó con el licuado acto por el 25 de Mayo, con un paso previo por la estación del mercado cambiario alterado, con un salto abrupto de los dólares no oficiales.
La actitud de Posse, prestándose al destrato en uno de los actos públicos más emblemáticos de la liturgia institucional, llevó a algunos buenos lectores de la política y la ficción literaria a recordar pasajes de la novela de Michel Houllebecq titulada Sumisión.
La concentración de poder en la tríada de los hermanos Milei y Santiago Caputo y la creciente delegación y acumulación de funciones y responsabilidades en la hermanísima y en el gurú comunicacional sumaron disonancias en este tiempo.
La mala relación y la tensión de Posse con ellos dos tienen numerosas razones que van desde tropiezos administrativos y comunicacionales, conflictos por espacios de poder, hasta sospechas y acusaciones de manejos no compartidos u operatorias discutibles en espacios bajo control del jefe de Gabinete (como la inteligencia interna) y asoman como causas de un conflicto que desde hace tiempo viene inquietando a áreas sensibles del Gobierno. Es el caso del Ministerio de Economía. La lista de disparadores podría ampliarse.
Como ya sucedió con otras bajas en la novel administración, al Presidente parece costarle ejecutar la salida de algunos de los funcionarios a los que él convocó y gozaban de la confianza de su estrechísimo núcleo de colaboradores, en el que hasta hace unos meses figuraba Posse.
La dificultad se ve profundizada cuando se trata de quienes, en otra vida, integraron la corta lista de amigos perdurables (como Posse). Todo lo contrario a lo que ocurre cuando se trata de bajar contratos o deshacerse de agentes que no llegaron con él a la administración. La demora en aceptar renuncias de algunos eyectados es la demostración palmaria. El efímero ministro de Infraestructura Guillermo Ferraro y su equipo pueden dar fe.
La disruptiva y vertiginosa forma en la que Milei llegó al poder dejó y va dejando en evidencia la ausencia previa de equipos de trabajo y de un staff de colaboradores de confianza en condiciones de integrar la administración nacional.
Las demoras en los nombramientos se potencian al momento de concretar reemplazos. Pero el tiempo se acaba y la acumulación de conflictos y la demora en resolver asuntos críticos obligan a revisar métodos.
Los seis meses acumulados en el poder, además de un desgaste de muchas piezas, también trajeron aparejadas nuevas dinámicas, relaciones y construcciones que influyen y condicionan la reorganización que se pretende.
Karina Milei está acompañada de un plantel de colaboradores y operadores mucho más grande e influyente que el que tenía hace un semestre, además de haber acumulado una experiencia que le ha aportado tantas seguridades y afinidades como rechazos y prevenciones. Y suele ser tan o más inflexible que su hermano.
El sector que más sufre esa configuración cada vez más sólida de poder en torno del Presidente es el de los colaboracionistas de Pro. Lo que vale menos para los que ya forman parte del Gobierno como para los que aspiran a sumarse, encarnados en los inesperados libertarios de nuevo cuño e ilimitado fervor, como Cristian Ritondo y Diego Santilli, cuyo entusiasmo en el acto del Luna Park competía con el de los fanáticos más antiguos. La fe de los conversos suele ser insuperable. Más cuando están por quedar libres espacios a la diestra del padre (de las “fuerzas del cielo”).
“Karina y los suyos, como [Eduardo Menem] Lule, son el dique de contención para la entrada de los amarillos que quieren ingresar al Gobierno. Tienen terror de que con su experiencia en la gestión y en el manejo del poder les copen el Gobierno”, sostiene un diputado que se inscribe en el equipo de los dialoguistas y que conoce de hace muchos años a Lule, casi desde que este ingresó, hace dos décadas, a la opaca planta de empleados del Senado, por gestión de sus tíos, el expresidente Carlos y el exsenador Eduardo.
Entre la necesidad de sumar funcionarios con capacidad de gestión y los extremos temores aparece la urgencia por terminar de cerrar el insólito capítulo que abrió el Presidente al poner en disponibilidad a todo su gabinete, situación que siempre han evitado todos los presidentes para no exponer fragilidades de su administración. Otra singularidad de la que puede jactarse Milei.
Si bien el disparador del anuncio de que el plantel de colaboradores presidenciales estaba a prueba fue el ya inocultable malestar con el jefe de Gabinete, no es lo único que lo precipitó ni es Posse el único responsable de la insatisfacción presidencial. Las recurrentes demoras en la aprobación de la Ley Bases conforman la punta de un iceberg y, por eso, todos los que han sido partícipes de su gestión y discusión están también con estabilidad condicional.
El problema más complejo es que muchos de esos operadores han sido víctimas de la falta de delegación de autoridad suficiente y de los arrestos temperamentales del Presidente. Además, de la existencia de un sistema disfuncional en el que los cargos y las responsabilidades no siempre se corresponden con el poder que se tiene para llevar adelante las tareas.
Que la secretaria general de la Presidencia o un asesor cuenten con más poder real que el propio jefe de Gabinete o el ministro del Interior suele provocar complicaciones. Otro tanto empieza a ocurrir en el área económica, donde, además del equipo ministerial, hay dos gabinetes de facto en las sombras y con creciente influencia. Son los que lideran el padre del mega-DNU desregulatorio, Federico Sturzenegger, ya elevado por el Presidente al plano de ministro inminente, por un lado. Y, por otro, el que conduce Demian Reidel. Aunque Milei se ocupa de ensalzar en forma recurrente a Luis “Toto” Caputo, nadie en el Palacio de Hacienda deja de mirar ni un instante por el espejo retrovisor.
No es la primera vez en la historia reciente de la democracia argentina en la que los experimentos en los que el poder y el cargo no coinciden conspiran contra el funcionamiento de un gobierno. La gestión de Mauricio Macri con los dos subjefes de Gabinete que tenían más atribuciones reales que los ministros, pero sin sus responsabilidad formales, o el artefacto del último gobierno peronista en el que el presidente era un vicario de la vicepresidenta constituyen antecedentes poco felices como para remedarlos.
Las múltiples versiones sobre los posibles nombres que circulan para reemplazar a Posse y los de posibles ingresantes a otras áreas, incluida una posible ampliación del gabinete, reflejan el grado de hermetismo así como la originalidad con la que la tríada gobernante toma decisiones. Todo resulta verosímil, aunque no parezca probable.
La incógnita central es si cuando se ejecute la reestructuración (si finalmente se concreta) responderá a las expectativas y metas propuestas y se conformará una arquitectura acorde.
La decisión (y la necesidad) para que, finalmente, se apruebe la Ley Bases parece haber calado tan hondo en el Gobierno que ya se advierten algunos cambios de actitud.
Después de los días de furia, en el acto del 25 de Mayo el Presidente mostró un rostro componedor que apunta a ese objetivo. Ni siquiera parecieron haberlo alterado algunas observaciones punzantes que hizo el arzobispo de Buenos Aires, Ignacio García Cuerva, que muchos interpretaron como exhortaciones críticas destinadas al Presidente y su gobierno. En la dirigencia política se preguntaron si era una buena nueva señal o si hubo una comprensión distinta del texto clerical por parte del Presidente.
De cualquier manera, el tono y el fondo del mensaje emitido en Córdoba fueron interpretados unánimemente como la verbalización de un intento de reconducir el vehículo oficialista y tratar de alcanzar objetivos más sólidos que los logrados en el primer semestre. Nada más parecido a un gobierno que entró a boxes en busca de relanzarse.
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