No tengo dudas: entre los cargos políticos más desafiantes, el de intendente de una ciudad puede encabezar la lista. Es que hay tantos críticos e intendentes como habitantes tenga el lugar.
Por: Néstor Fenoglio.
En las comunidades pequeñas, ese cargo –el titular del Ejecutivo de cualquier pueblo o ciudad- es de tiempo completo y de máxima responsabilidad, porque también es real que a veces la gente no entiende de jurisdicciones y no discrimina si un problema es federal, provincial o municipal: el intendente es el culpable.
Hecha esta reflexión genérica y expiatoria, la gestión del intendente Emilio Jatón no termina dejando una muy buena imagen. Ni siquiera una buena imagen. Más bien, fue una gestión con claros y oscuros, con puntajes medios.
El idioma castellano es cruel en este punto: califica como mediocre a aquello que es mediano o regular, tirando a malo en cuanto a su calidad, valor, interés...
Quizás, entonces, mediocre es una calificación que puede parecer injusta o excesiva. Pero sí estoy seguro que la percepción de los miles de intendentes que tiene esta ciudad (sus habitantes, nosotros, los ciudadanos) no la tildan de “buena”.
Pruebas al canto: Emilio Jatón su postuló para ser reelecto y no pasó la interna del Frente al que pertenece. Dicho en otras palabras: la gente quiso cambiar de intendente.
Y, para decirlo de una vez, la gestión mostró mejores intenciones que concreciones.
Tuvo un norte, estableció ejes, pudo haber sido incluso ambiciosa en su formulación; pero fue quizás dubitativa, a veces errática y unas cuantas veces débil en las ejecuciones, que es el punto en que una política sale de la plataforma y del plano de las ideas y cae al territorio, se corporiza (o no), se materializa. Y aquí prevalece esa clásica distancia que a veces hay entre expectativa y realidad; entre el relato y lo discursivo versus, otra vez, la impiadosa realidad...
Porque la realidad dice que las calles están rotas y algunas muy rotas; y que hay cosas básicas apenas o deficientemente resueltas.
Y se marca como un debe importante haber “descuidado” lo que Santa Fe no debe descuidar nunca: la cuestión hídrica. Para la provincia tres años de sequía es una catástrofe. Pero para la ciudad es o fue una oportunidad perdida de trabajar en esa línea, sumando obras a lo hecho por gestiones anteriores. No sucedió y dos lluvias sobre el final del mandato pusieron dudas sobre la consistencia de lo (no) hecho en la materia; además de preocupación y temprana marcada de agenda a la gestión que viene...
El Litoral realizó una serie de notas, a modo de balance, sobre diferentes aspectos de la gestión saliente, que compartimos con nuestros lectores.
Comentá la nota