Marcelo Araya habló por primera vez desde la cárcel. Dice estar seguro de que sus procesos son nulos porque hay fallas judiciales.
El interno condenado por homicidio, juzgado en estos días por un doble homicidio y pronto a enfrentar una causa por narcotráfico y contrabando, llegó a la cita esposado. Pero igual se las arregló para cargar consigo una bolsa ecológica de una cadena de hipermercados en la que llevaba 5 cuerpos del expediente de su causa por narcotráfico, “la madre de todas las causas que hay en mi contra”, según asegura.
Araya es más bajo de lo que se ve por TV o en las fotos de los diarios. No es un pibe chorro y se expresa sin deglutirse las “s”. Terminó la secundaria en prisión y hace lo posible para que todos se den cuenta. Viste una camisa manga corta que le ajusta un poco la panza incipiente, pantalones de jeans y unas zapatillas Nike blancas, en apariencia bastante nuevas. Se ha afeitado para la nota y tiene las uñas limpias.
Marcelo Araya pasó de ser un preso prófugo más a una suerte de enemigo público número uno en enero de 2010, cuando cayó detenido en Buenos Aires, acusado de liderar una banda de narcotraficantes que llevaba droga desde Paraguay a Chile.
-¿Por qué está preso?
-Técnicamente, yo soy un prófugo desde 2007 que volvió a caer en prisión en 2010; con suerte en 2016 debería salir en libertad. Pero del caso que quiero hablar, por eso doy por primera vez una entrevista a la prensa, tiene que ver con el circo que se ha montado sobre mí acerca de que soy un asesino y un narcotraficante.
En ese sentido estoy acá, condenado y en la cárcel, a partir de una supuesta tarea de inteligencia con teléfonos pinchados que inició la Policía de Mendoza en junio de 2009 contra un comerciante de Las Heras de apellido Galiana. Dos o tres policías, con la anuencia del ministro de Seguridad, Carlos Aranda, llevaron adelante escuchas telefónicas que no tienen ninguna rigurosidad legal y que el juez federal Walter Bento “compró”. Las escuchas fueron ilegales ya que, entre otras irregularidades, estuvieron más de cuatro meses con las pinchaduras, algo que no permite la ley de escuchas telefónicas. Todo eso fue ilegal. Por eso, a partir de esta situación, todo es ilegal.
-Pero usted fue condenado el año pasado como instigador en un caso de homicidio…
-Sí, el caso de Exequiel Salas, porque desde los preventivos con las escuchas de la causa de narcotráfico, los policías comandados por el jefe de la Policía, Juan Caleri, le hicieron creer a la Justicia que a partir de las escuchas por el presunto caso de narcotráfico salieron a la luz tres homicidios: el de Salas, por el que ya fui condenado pero está en casación, y el doble crimen de El Carrizal, que es por lo que estoy siendo juzgado ahora. Pero la matriz de los tres hechos (el federal y los dos provinciales) tiene su génesis en las escuchas telefónicas que por supuesto narcotráfico, como dije, son un engendro jurídico.
-Igual, hay que entender que muchos jueces y fiscales “compraron” las pinchaduras porque hasta ahora los tres procesos parecen firmes.
-Sí, parecen firmes, pero ya va a ver que no lo son. Lo que pasó acá fue que el Gobierno de “Paco” Pérez quedó con lo peor de la policía de Jaque, una verdadera mafia, que necesitaba un chivo expiatorio como yo para tapar sus escasos logros en materia de seguridad. Conmigo venden un circo para la prensa, que la prensa adquiere sin saber demasiado y que replica por los medios de comunicación como una novela berreta de narcotráfico y asesinatos. Y eso pasó: yo soy un preso fugado, pero nada más que eso. Lo que han hecho conmigo es a todas luces injusto, pero sé que más temprano que tarde voy a salir en libertad y voy a aclarar todo.
-¿Usted dice que sin las escuchas no habría nada en su contra?
-Esas escuchas comenzaron con una denuncia anónima al Fonodroga contra un camionero de apellido Galiana, de Las Heras. La Justicia Federal hizo lugar a esas intervenciones, que se fueron ramificando durante más tiempo de lo que la ley permite y hasta llegaron a pinchar teléfonos de gente que no tenía nada que ver y que ni debe saber que sus conversaciones eran escuchadas. El tiempo para intervenir un teléfono es perentorio: no se puede escuchar a alguien eternamente. Pero eso hizo la policía con la anuencia de Aranda y de Caleri. Todo eso es ilegal y yo tengo cómo demostrarlo.
Quiero arrojar el guante para que alguien lo recoja: el procurador Rodolfo González, los funcionarios de la Inspección de Seguridad, la Bicameral del Senado. Pero no. Nadie lo hace. El Gobierno hizo de mí un gran show mediático y la prensa ayudó bastante repitiendo todo lo que los “investigadores” (entre comillas) decían de mí. De ser un desconocido ahora soy el sujeto más peligroso de Mendoza, cuando desde 2007 yo no vivía acá, porque estaba prófugo. Lo mío es todo política. Yo tengo códigos, sé que se gana o se pierde, pero a nadie le gusta perder cuando le hacen trampas.
Araya, sentado en uno de los sillones de la oficina y con sus manos libres de esposas, hojea los expedientes pesados que están llenos de anotaciones. Sonríe nervioso cada vez que encuentra algo escrito que para él es mentira.
“Esto -indica al mostrar una parte del documento judicial- no sé cómo lo van a comprobar”. Detrás de la puerta de la oficina los tres penitenciarios llamativamente pertrechados esperan el final de la entrevista. Lo tratan bien, incluso intercambian chistes. “Es un preso con conducta excelente, no es de los que hace lío. El lío, parece, lo hace con lo que se dedica”, explica uno de los guardias. Igual, Araya hace gala de su experiencia carcelaria: a los 18 años de edad estuvo en una cárcel por primera vez. “Yo no reniego de mi pasado”, dice.
-Entonces, ¿cuáles son las pruebas en su contra por los homicidios y por la causa de narcotráfico?
-Volvemos a lo mismo. Solamente las escuchas truchas esas. No tienen ni siquiera un teléfono secuestrado, ni mío ni de las personas con que yo supuestamente me comunicaba. Lo más curioso, por ejemplo, es que por el caso de narcotráfico no tienen secuestrado ni apenas un gramo de marihuana, que es la droga que me endilgan comerciar. Yo sigo preso por ser el personaje que hicieron de mí. Si fuera otro ni siquiera hubiera llegado a juicio.
-Bueno, pero parece que para la Justicia las escuchas son prueba suficiente.
-Para esta Justicia sí. Y los entiendo a los jueces. No se la van a jugar a declararme inocente con lo conocido que soy y la mala prensa que tengo ante la opinión pública. Las presiones políticas también las sienten los magistrados. Por eso mi esperanza está puesta en la Justicia Federal o en la Suprema Corte, que es hasta donde tengo pensado llegar.
-¿De dónde sale el apodo de Gato?
-Me lo pusieron los policías hace casi tres años, cuando me detuvieron en 2010. La Policía se lo dijo a algún periodista y quedó. Creo que es para verduguearme porque todos saben que el mote “gato”, en las cárceles, es ofensivo. Pero yo nunca tuve alias, tengo el nombre que me puso mi vieja: Marcelo.
-¿Es verdad que es enemigo de “El Rengo” (Daniel) Aguilera?
-No. Lo conozco desde hace años. Ambos nacimos en el barrio La Gloria y fuimos juntos al colegio primario. Después pasé años sin saber nada de él. Yo estuve preso con uno de sus hermanos. Pero no es mi enemigo, es otro verso para poner eso de la “guerra de bandas” en los diarios, para que la gilada esté ocupada en tonterías. Tampoco somos amigos, yo hace años que no aparezco por el barrio La Gloria.
-Otra versión indica que usted estaba dispuesto a pagar tres millones de pesos a quien lo saque de prisión.
-(se ríe) En Argentina, los que tienen ese dinero no están en las cárceles. No hay millonarios presos. Esa versión la mandaron a rodar desde la antigua dirección de esta cárcel, desde Sebastián Sarmiento, en otro intento de ponerme en calidad de mito viviente.
Es más, una vez Sarmiento me hizo desalojar una celda que estaba en el segundo piso y me trasladó al primer piso, porque decía que tenía información de que ¡me iban a rescatar con un helicóptero! Lo que demuestra, por otra parte, una ignorancia sobre legislación de derecho aéreo. Como si fuera tan fácil salir a dar vueltas por los cielos en un helicóptero. Por ese verso, tampoco tengo recreos al aire libre. Por si viene el helicóptero a rescatarme…
-O sea que no piensa fugarse...
-De esta cárcel ya se fugaron presos; no es de máxima seguridad. Yo me he fugado de otras. Y si quisiera hacerlo de ésta ya lo hubiera hecho.
-¿Cómo está compuesta su familia?
-Mis padres y somos siete hermanos. Yo tengo una hija de dos años.
-Dicen que todos viven bien y que sus padres están en un barrio privado.
-Mi familia es trabajadora y viven de eso, de su trabajo. Mis padres se fueron a un barrio semi privado de Maipú cuando les fue mejor. Porque todos los que pueden se van del barrio La Gloria.
-Otro comentario es el de su debilidad por la ropa cara y los autos de alta gama.
-Otro mito sacado de acá, de la cárcel. De que los que me vienen a visitar lo hacen en 4x4, que me gusta la ropa cara. Como verá, la ropa que tengo puesta ahora es ropa normal. Aunque a mí, como a mucha gente, me gusta la buena ropa, ¿qué tiene de malo eso? Lo mismo aseguran de mis abogados; y tengo que decir que en casos como el mío, no a todos los abogados les interesa el dinero; a mí me han venido a ver muchos que se ofrecen casi gratis, porque les aseguro prensa.
Por más que a Araya no le guste el mote de “Gato” (menos le debe agradar que algunos con sorna le digan “Gato a rayas”, por su condición de presidiario), mantiene la tranquilidad propia de los felinos. Mientras mete los 5 cuerpos del expediente que le quita el sueño, el hombre asegura que “esto va a terminar bien para mí. Se va a comprobar que todo fue ilegal y no habrá otra que dejarme en libertad. Mucha gente se unió en esto para hacerme daño y no me olvido, por más que no sea un hombre vengativo”.
- ¿Va a accionar legalmente si llega a quedar libre?
-Obvio. Legalmente.
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