El lunes 19 de octubre de 2020 el Gobierno lanzó un Acuerdo Económico y Social con diez puntos esenciales para promover el crecimiento. La presentación fue realizada por los ministros de Producción Matías Kulfas, y de Trabajo, Claudio Moroni. Del encuentro inaugural participaron representantes de la CGT, de la CTA, de las pymes y de las monopólicas, incluidas la Copal y la UIA.
Los diez puntos eje fueron: Exportar más. Ningún sector productivo sobra: todos son importantes. Mercado interno versus mercado externo es una falsa antinomia. No hay futuro sin políticas productivas. Ninguna política productiva será sustentable si no piensa en la dimensión ambiental. Una macroeconomía estable ayuda al desarrollo productivo. Si no mejoramos la productividad, no bajaremos ni la pobreza ni la desigualdad. Una buena política productiva debe reducir las brechas de género. La apertura comercial no es un fin en sí mismo, sino una herramienta que debe ser utilizada de manera inteligente. Toda política de desarrollo productivo debe ser una política de desarrollo regional.
En las próximas semanas el Gobierno intentará consensuar diez proyectos de Ley para elevar al Congreso, después de haber llevado adelante un diálogo en el tramo pre electoral con representantes de la CGT, de las organizaciones sociales y –por separado- de las empresas multinacionales más importantes que funcionan en el país. Con cierto desdén por la claridad expresiva, voceros oficiales señalaron que esas iniciativas promoverán la construcción de un acuerdo para una convergencia fiscal sin ajustar la economía, intensificar la lucha contra la evasión, promover la generación de empleo, instaurar carreras cortas con salida laboral y generar un ambiente propicio para atraer inversiones.
En el mismo bloque informativo, esos decidores refrendaron anticipos del ministro Martín Guzmán: no habrá default con el Fondo Monetario Internacional y no se llevará adelante ningún salto devaluatorio. No debe pasar por alto la oscuridad en el giro verbal, pues ¿qué significa “salto devaluatorio”? ¿Indica, en concreto, que no habrá devaluación? Como la Argentina es bien sensible al tema, el interrogante, que puede parecer innecesario para muchos, fue deslizado por algunos economistas consultados por este narrador. Alguien añadió “¿y qué es eso de la convergencia fiscal?”.
A nadie pasa desapercibido que ciertas palabras insertas en un cúmulo de buenas intenciones pueden roer el cerebro de quienes velan por los intereses populares: macroeconomía, productividad, apertura comercial. Sobre todo después de escuchar a varios representantes empresariales insistir sobre el costo laboral, de montarse sobre la oleada para “convertir planes en trabajo genuino” y de mencionar la necesidad de restringir cargas tributarias, pues los eternos malpensados –esos que acertaron al prever las acciones de la cúspide social- consideran que el combo no es otra cosa que una nueva transferencia de ingresos.
¿Por qué? Bueno, si una parte decisiva de los recursos asignados a la asistencia social van a parar a las grandes empresas que prometan generar puestos de trabajo, se corre el riesgo de reforzar los subsidios a esas corporaciones a cambio de tenues modificaciones en el indicador de empleo. También, porque si esas contrataciones se efectúan sin considerar el blanqueo pleno que implica jubilación, obra social y todo aquello que los gerentes estiman “cargas”, pueden derivar en hambre para mañana. Y además, porque si hay exenciones impositivas dentro de un marco general regresivo, puede registrarse un nuevo impacto negativo sobre las arcas estatales.
Las medidas destinadas a facilitar las cosas para originar empleo y atraer inversiones jamás han brindado otro resultado que la ampliación de beneficios para quienes ya resultaban beneficiados. Por lo demás, se observa con claridad que el concepto de estado empresario y de intervención directa en la economía no cuadran en la filosofía de los eventuales anuncios. Por tanto, en el período que arranca, los que ostentan conducción en las entidades gremiales y en las que agrupan marginados, deberán estar muy atentos a esos proyectos que se delinearon en Olivos, pasaron rápidamente por Casa Rosada y se volcarán sobre el Congreso Nacional.
Otra vez, una parte del problema radica en el diagnóstico. Evaluar que el dilema argentino está en las dificultades de las corporaciones que más ganan y menos puestos de labor originan implica enfocar las propuestas hacia la solución de desafíos inexistentes. Si, en cambio, se analiza la necesidad de obtener divisas, de contar con empresas públicas ligadas a un proyecto productivo y de mejorar aceleradamente el poder adquisitivo de la sociedad para dinamizar el alicaído mercado interno, el sentido de las iniciativas podría ser distinto.
Mientras todos estos asuntos se debaten vertiendo conceptos opacos, la Argentina lidera varios rankings bien interesantes: posee el promedio salarial más bajo de la región, tiene la distribución de PBI más inequitativa de la historia y los consecuentes niveles de pobreza e indigencia más elevados, su masa laboral es impulsada por firmas medianas y cooperativas que ganan, en conjunto, muchísimo menos que las monopólicas y ha dejado en manos privadas varias de las herramientas centrales para la elaboración de una política económica. Con estos datos, más un adeudo fenomenal que se ha resuelto pagar –lentamente, es cierto- el partido se complica.
Lo curioso es que el país está arribando a un record de producción de alimentos. También, que el panorama internacional ha originado nuevos actores bien dispuestos a entablar vínculos comerciales y financieros en condiciones diferentes a las conocidas. Asimismo, que posee una interesante capacidad instalada gracias al desarrollo tecnológico de las pymes durante el ciclo nacional popular anterior, y debido al hilván generacional, en línea con un know how en gran parte de la población que el resto de las naciones envidian (y algunas, absorben). Casi como una provocación, siguen funcionando con presencia estatal los espacios de investigación que promueven avances relacionados con las actividades productivas del agro y la industria. Entre otros factores.
Es decir, la Argentina no es un país en ruinas sino una potencia latente que insiste en apuntalar aquello que no necesita apuntalamiento y en destratar aquello que la puede desarrollar.
Es evidente que las complicaciones trascienden épocas y que las mismas recibieron un extraordinario y letal empuje durante la gestión macrista. Pero también lo es que la búsqueda de salidas se sigue diagramando sobre callejones ya transitados. Mientras tanto, una parte de las empresas que se beneficiaron con la deuda y fugaron capitales que cargan la responsabilidad fiscal, hoy reciben subsidios, acrecientan los precios al consumidor, gestan pocos puestos laborales, evaden cuando pueden los escasos compromisos tributarios y encima se dan el lujo de demandar facilidades de contratación, bajas impositivas y continuidad en el control monopólico de zonas comerciales decisivas.
Es el camino inverso del crecimiento, aun cuando varios indicadores sean invocados como la fase inicial del progreso nacional. ¿Es una frase pesimista? No.
El realismo crudo indica que si los salarios y el empleo no crecen ahora de modo extraordinario, la primarización se extenderá al forzar que millones de personas se vean acorraladas a comprar apenas productos de primera necesidad y dejen de lado la adquisición del resto, con valor agregado y despliegue tecnológico. La intervención directa del Estado en el Comercio Exterior, la absorción de firmas privadas deficitarias de servicios públicos, el control de los gigantescos beneficios financieros y el establecimiento de nuevas compañías nacionales potentes es el sendero a recorrer para instituir un esquema virtuoso que quiebre este inexorable descenso.
De allí que arrancáramos con aquellas premisas esbozadas el año pasado: Ya no hay lugar para enumeración de buenos deseos con derivaciones borrosas. Resulta imprescindible tomar el toro por las astas y adueñarse de los ejes de la Nación. Los que patalearán por esas decisiones son los mismos que endeudaron el país y ponen el grito en el cielo cuando un funcionario esboza tímidas herramientas de control parcial.
Este contraste entre un modelo productivo nacional y otro concentrador vinculado a intereses externos, aparece oculto detrás de brumas originadas por peleas políticas de cabotaje que se relacionan lábilmente con el fondo de la cuestión. Tras la irrupción hiperactiva del nuevo jefe de Gabinete Juan Manzur, varios funcionarios –incluido el Presidente- le exigieron bajar el protagonismo. También, las Fuentes Seguras nos indican que resultará difícil la convivencia de Matías Kulfas y Roberto Feletti en esta nueva instancia. Dentro de regiones más cercanas, se aguarda alguna resolución a los debates desplegados entre el gobernador bonaerense Axel Kicillof y el diputado nacional Máximo Kirchner. En tanto, muchos se preguntan qué hará Cristina Fernández de Kirchner tras leer los resultados.
Por otro lado, algunos dirigentes sindicales y sociales sostienen una pugna histórica con el kirchnerismo que impide a todos avanzar hacia un puñado de propuestas coincidentes. El resultado de esa brega dejó fuera de las secretarías generales a los gremios industriales de la CGT; en tanto, facilitó la permanencia del garajismo barrionuevista en lugar impropio. Sin embargo, el Smata, la UOM y la Corriente Federal se hicieron de secretarías importantes, a través de las cuales podrán activar sobre las regionales cegetistas y tensionar las discusiones acerca de las iniciativas destinadas al crecimiento con justicia social. No hay análisis lineal que salga indemne.
El empleo de lupas para agigantar el detalle puede confundir –de hecho lo hace- a observadores carentes de panorama. Pues pese a todo la CGT -con un Consejo Directivo integrador-, la CTA –con una postura sólida ante la contradicción esencial- y las organizaciones populares –contenedoras de una realidad social imposible pese a sus errores- constituyen la línea defensiva del pueblo argentino frente a los embates oligárquicos. En sentido equivalente, el Frente de Todos, con sus más y sus menos, es el único espacio de construcción política nacional conocido hasta el presente. Las variantes ajenas al eje peronista se han revelado como posibles relanzamientos del deterioro integral.
Comienza un tramo muy importante para el futuro nacional. Las cartas del adversario están sobre la mesa y –para ser francos- son conocidas. El interrogante radica ahora en cuáles son las cartas propias. Por lo pronto, a diferencia de las contiendas en las barajas, hay mucho público en derredor. Listo para movilizarse cuando sea necesario si se trata de sostener el Proyecto Nacional. Los gobernantes victoriosos son aquellos que enlazan su política con el interés geo económico profundo de sus pueblos y sus regiones. Ganan, aunque padezcan derrotas circunstanciales.
Cuando lea estas líneas, lector, la votación habrá concluido. Una nueva era de la gran lucha por poner de pie al país, estará comenzando.
Ha dicho José Gervasio Artigas, primer presidente de la proto Argentina al frente de la Liga de los Pueblos Libres: “La energía es el recurso de las almas grandes. No hay un sólo golpe de energía que no sea marcado con un laurel”.
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