Lanata la llamó Heidi y el diario español El País la comparó con Tatcher. Dicotomías al margen, las autoras analizan la construcción y la evolución de la imagen pública de la estrella de Cambiemos.
En estos días en que mucho se habla del lugar que ocupa la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, en la “mesa chica” de Cambiemos, bien podemos detenernos a revisar la construcción de su imagen pública y la trayectoria de su presencia mediática: desde su asunción hasta la actualidad, es posible encontrar varias constantes y algunos (pocos) cambios.
Definida como “PRO pura” en “Mundo PRO” (Vommaro, Morresi y Belloti), arribó al centro de la escena mediática recién en 2015, cuando comenzó a hacer campaña como candidata a gobernadora. Antes de eso, forjó una trayectoria en la administración pública que la llevó de ser un cuadro técnico a vicejefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Todos coinciden -ella misma, incluso- en que, por entonces, nadie la conocía, pero, poco a poco, fue cobrando mayor relevancia política y mediática hasta desplazar a algunos de los personajes incondicionales del partido.
Ya en 2015 comenzaron a observarse algunos rasgos que formarían parte de la construcción de su imagen política. Vidal se presenta sobria, sencilla y austera, ya sea que se trate de su actuación en instancias puramente institucionales (por ejemplo, durante la apertura de sesiones ordinarias de la Legislatura provincial), mientras lleva a cabo los timbreos o cuando realiza alguna de sus variadas presentaciones en programas de televisión. Usualmente, se la ve con jeans y camisa o ropa un poco más formal, pero sin ningún exceso, el pelo suelto, maquillaje modesto, pocos accesorios. Y así se muestra desde la “entrevista íntima” que le hizo Lanata post victoria electoral hasta en cualquiera de sus apariciones más recientes. Casi la antítesis de lo que algunos han dicho sobre la imagen de Cristina Fernández.
El discurso de Vidal se asemeja a otros del partido cuando, por ejemplo, se presenta a sí misma como una mujer común, cercana, que escucha, está atenta a las necesidades de los vecinos; inscribiéndose, de ese modo, en un tipo de liderazgo que el discurso académico ha definido como legitimidad de proximidad, una estrategia que no es exclusiva de Cambiemos pero que, claramente, tiene a ese partido como uno de sus más fieles representantes.
Pero hay otros aspectos que son propios de su forma de enunciación: siendo la primera gobernadora mujer de la provincia de Buenos Aires, suele hacer alusión a su condición de madre (“no quiero más cambios para mis hijos que los que ya van a tener que atravesar”, “mis dos hijos están acá, me acompañaron hoy”, “en épocas de campaña la familia sufre mucho”). Su construcción maternal se muestra como un sacrificio en un doble sentido. Sacrificio porque sus hijos no eligieron el camino de la política y porque se reconoce preocupada por temas que atraviesan tanto lo político como lo personal: el uso de drogas o la educación sexual de sus hijas.
La constante referencia a su presencia en el territorio es otro de sus rasgos más distintivos: “Yo estoy en la calle todos los días”, “sigo estando en la calle” y “recorro los barrios todas las semanas, a mí nadie me lo cuenta” son algunas de las frases que repite una y otra vez.
Pero lo que caracteriza su puesta en discurso de modo más significativo, al tiempo que la diferencia de otros representantes del “cambio”, es su capacidad para responder, con tranquilidad, recurriendo a datos precisos (al menos, en apariencia), a todos los cuestionamientos e interrogantes planteados por el/la entrevistador/a de turno sobre distintos temas.
Rara vez se la ve titubear: con un tono monocorde se pasea sin problemas por comentarios sobre el narcotráfico o la educación, pasando por los aumentos de tarifas, la salud pública, los diferentes programas de desarrollo social, etc.
Ésta es la Vidal de 2015, pero también la de 2018. Su tendencia a la moderación se observa, a su vez, en el tono de su discurso. Y, aunque siempre toma partido (“mi única manera de lograr algo en serio es enfrentando”), se la escucha precisa pero no vehemente, incluso cuando se “enoja”.
Conforme avanza el mandato de Mauricio Macri en la presidencia de la Nación y, junto a ello, los numerosos problemas económicos y sociales, los medios le exigen a Vidal, cada vez más, que responda no solo por su trabajo sino, también, por la gestión nacional de Cambiemos. Y, en ese tren, se la puede advertir más seria y preocupada. “Me voy a dormir mucho peor”, reconoció en abril de este año en una entrevista que le concedió a Luis Novaresio. Pero, ¿”furiosa como nunca”?
Hace más de un año, en una de sus participaciones en “Intratables”, se la vio ofuscada ante la interpelación del panelista Diego Brancatelli cuando, incluso, lo increpó: “No me corrás”, “ahí sí que me enojo”, al tiempo que admitía: “Yo no soy de las que se enojan”.
Sin embargo, ni en ese momento tuvo lugar un exabrupto: “Me mantengo tranquila, pero me rompo el alma y el quetejedi todo el día recorriendo el conurbano”. Muy propio de quien parece seguir el Manual de la Buena Alumna egresada de la Universidad Católica Argentina. Ésa que suele lucir en su escote un rosario de oro o dice tener cuatro hijos porque perdió su primer embarazo y se declara en contra de la despenalización del aborto porque piensa que, aunque la violación sea un delito aberrante, “el fruto, o sea el bebé, no tiene por qué sufrir las consecuencias”.
Ni Heidi ni Margaret Tatcher, Vidal construye una imagen pública que parece pregnar en el imaginario colectivo de una población que descree, como tantas otras, de la “política tradicional” y sus representantes; o al menos así lo demuestran las últimas encuestas publicadas, que la ubican como una de las integrantes del equipo de Cambiemos con mayor imagen positiva en la actualidad.
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