Por: Ernesto Tenembaum. En los últimos meses, Cristina Kirchner logró que se acercaran a ella dirigentes con los que desde hacía largo tiempo estaba enemistada. La reconciliación más novedosa fue con su ex jefe de gabinete, Alberto Fernández, quien ha sostenido que ella realizó una autocrítica, producto de varias derrotas consecutivas y que ya no es la misma que en los últimos años.
El otro regreso es el de Felipe Solá, quien esta semana visitó el Instituto Patria. "La vi cada vez más dispuesta a la unidad", dijo, al salir. Esa idea —la de una Cristina más moderada, autocrítica y flexible— se expresó en palabras de otros dirigentes. "Cristina maduró", dijo, por ejemplo, Juan Grabois.
Quien más esfuerzo hace por defender este punto de vista es Fernández. Para ello argumenta, en principio, que el mero hecho de que Cristina lo acepte a él a su lado refleja un cambio relevante, que ese gesto se ubica en un contexto en el que la ex Presidenta reconstruyó el diálogo con personas con las que estaba peleada casi de manera irreconciliable: el ex presidente Eduardo Duhalde, el jefe sindical Hugo Moyano, el gobernador antiabortista Juan Manzur, entre otros. Y el tercer argumento, tal vez el más sólido, es que luego de haber planeado separar su destino del peronismo, Cristina ha aceptado acuerdos en casi todo el país con los gobernadores. Se trataría de una amplia amnistía, impensable para la Jefa intransigente de otros tiempos.
El problema de todo este esfuerzo es que se desmorona cada vez que Cristina aparece en público. Esta semana, por ejemplo, habló en el Senado. En pocos minutos desparramó su furia contra sus tradicionales enemigos: Mauricio Macri, el resto de la oposición peronista, la Corte Suprema, la prensa y el Senado.
La ex Presidenta sostuvo que ella no está en condiciones de plantear ninguna cuestión de privilegio porque, en realidad, no es una privilegiada. "Esta senadora de la Nación, ex Presidenta de la República, dos veces elegida por el voto popular, no es que tiene privilegios: ni siquiera tiene los derechos ni las garantías que tiene cualquier ciudadano común en este país". Luego se refirió al armado de "operaciones políticas" para "dejar afuera a los dirigentes de la oposición". Y aclaró: "De la oposición en serio, ¿eh? De los que nos oponemos a este modelo de entrega, saqueo y hambre. De esos hablo. El resto… el resto es cartón pintado. Ustedes lo saben".
Después sostuvo que los funcionarios judiciales "se dedicaron a hacer negocios y extorsionar a la gente". También acusó al Senado de haber admitido los allanamientos contra sus domicilios, porque "hicieron en mis casas lo que no hicieron con nadie… Estos, que están filmados, grabados, fotografiados, whatsapeados extorsionando gente". Más tarde fue el turno de la Corte Suprema. "Miren: yo soy senadora desde el 10 de diciembre de 1995. Ríos de tinta corrieron sobre el manejo de la Corte, sobre la mayoría automática. En mi vida como legisladora nacional he visto y he escuchado a los que nos ha tocado ver y escuchar en los chats, en las fotos, en las filmaciones. Esto no es casual".
Y en el momento más intenso de su discurso, Cristina comparó lo que ocurre en estos tiempos con lo sucedido en los campos de concentración de la dictadura militar. "Estos sistemas se arman no solo por cuestiones económicas o de oposición política, sino para imponer modelos económicos y sociales de sojuzgamientos. Siempre fue así. Era así en la dictadura cuando los metían en la ESMA, pero además de meterlos en la ESMA por subversivos, les robaban el lavarropas, la heladera y le hacían firmar una escritura a la madre".
La intervención de Cristina revela, como la de casi cualquier otra persona, el sesgo de sus percepciones. El Senado puede ser acusado por tolerar allanamientos o reconocido porque mantuvo sus fueros. La Corte Suprema de Justicia aprobó en los últimos tiempos fallos contrarios a la voluntad oficial, uno de los cuales garantizó por ejemplo la ley de lemas en Santa Cruz, gracias a la cual la familia Kirchner gobierna aún la provincia. Otro le concedió una fortuna al gobernador kirchnerista de San Luis, Alberto Rodríguez Saá. Por más que sea muy necesario que la Justicia investigue seriamente la promiscua relación entre Marcelo D'Alessio y Carlos Stornelli, ni siquiera el juez de la causa, Alejo Ramos Padilla, se atrevió a afirmar que el propio Stornelli está implicado en la extorsión.
¿Dos lados de una misma dirigente? Felipe Solá y Luis D´Elía
La ex Presidenta podrá sentir que no tiene privilegios ni derechos. Pero su patrimonio la ubica en la cúspide de la pirámide social y sus fueros le otorgaron una protección de la que no gozaron, al ser detenidos, personajes tan variados como Diego Maradona, Carlos Menem, Domingo Cavallo, Ernestina Herrera de Noble, los hermanos Rohm, María Julia Alsogaray o Julio De Vido. La comparación entre lo que le sucede a ella y lo que les ocurría a las detenidas de la ESMA merece una reflexión que requiere otro espacio.
Todas las personas tienen derecho a una percepción subjetiva de la magnitud de las agresiones que reciben (y emiten). Lo que es más relevante es la manera en que esas percepciones afectan al ejercicio de un liderazgo y, en caso de que así fuera nuevamente, el del poder en un país tumultuoso. Un procesamiento puede ser analizado como un problema judicial o como la comprobación de una conspiración gigantesca en contra del procesado. Una caricatura puede ser un chiste mordaz o una herramienta mafiosa para producir un golpe de Estado. Un allanamiento puede ser un hecho irritante y agresivo que le ocurre a mucha gente o asemejarse a la desaparición y la tortura de militantes en los setenta. Una corrida cambiaria puede ser un problema económico que obedece a múltiples causas y les sucede, como está visto, a muchos presidentes, o un complot para debilitar a un gobierno que urge desactivar. De esos diagnósticos se derivan luego conductas que agravan o amortiguan los problemas.
El otro aspecto relevante de las apariciones de Cristina es el programa político implícito que sugieren. Hay, a su alrededor, una minoría de dirigentes que, dada su trayectoria, son propensos a la moderación. Alberto Fernández se alejó cuando el kirchnerismo se radicalizó, tras el conflicto por la 125. Felipe Solá, al lanzar su candidatura presidencial, sostuvo con criterio que era necesario "pacificar" el país.
Otros sectores cercanos a Cristina piensan distinto. Luis D'Elía, antes de ser detenido, los expresó con su prosa sincera e intensa: "Ni piedad con estos hijos de puta. Cuando volvamos, con todo muchachos, ¿eh? Ya aprendimos esta lección. La salida de esta peste es el nacionalismo popular revolucionario. Nueva Constitución, expoliación de Clarín, nacionalización y cooperativización de la banca, reforma agraria, reforma urbana, estatización de todas las empresas de servicios públicos, puesta en disponibilidad de toda la Justicia, especialmente de la Justicia federal. Y los que se prestaron a meter presos a los compañeros, ni piedad. Esos jueces van a ir a las cárceles. Hijos de puta. Esos que privan ilegítimamente de la libertad a nuestros compañeros, con causas truchas, con testigos truchos. Esos hijos de puta tienen que ir presos. Pasalo, Telenoche, la puta que te remil parió".
¿A cuál de los dos sectores se parece más Cristina Fernández? Su entorno está partido por una pulseada muy evidente. ¿Y su alma? Para alegría de algunos, y preocupación de otros, parece tan tormentosa como entonces.
Comentá la nota