El presidente ataca a economistas ultraliberales y formadores de opinión de la derecha tradicional que lo apoyaron en su ascenso fulminante. La batalla por disciplinarlos y que asuman los costos de su aventura.
Por: Diego Genoud.
Javier Milei decidió incluir en la lista de sus enemigos a muchos de sus reconocidos promotores. Como parte de su cruzada por erigirse en vértice de una refundación cultural, el presidente dispara cada día contra celebridades de una Argentina que cree haber sepultado con su victoria. El líder de la extrema derecha local ataca y descoloca a los que quieren que le vaya bien: les niega su militancia antikirchnerista y los señala como cómplices de la decadencia argentina. Actúa como si tuviera con ellos una cuestión personal, pero es ideológica y parte de una estrategia.
Milei inició primero su campaña contra los economistas ultraliberales que cuestionan las inconsistencias de su diseño económico: la hiper recesión, el superávit que sale con fórceps, el dólar atrasado, la quema de reservas. Desde antiguos colaboradores como Carlos Rodríguez y Roberto Cachanovsky hasta vacas sagradas como Miguel Ángel Broda, Carlos Melconian o Domingo Cavallo. Se cansó de hacerles bullying en público, de criticarlos en privado y de atacarlos a través de distintos mecanismos. Es sintomático porque lo principal que los separa de recontra liberales pro Milei como Juan Carlos De Pablo es la independencia que pretenden mostrar. Rebajado siempre al status de marginal por la crema de la ortodoxia económica y subestimado durante años en foros y camarillas, Milei hoy les dedica la baja de la inflación. No importa que se deba a la recesión y al dólar planchado. Es parte de su venganza contra los consultores top que fijan las coordenadas del debate desde la década del noventa. Los llama libertarados y los ubica en el team de los fracasados. Algo de razón le asiste.
En paralelo y cada vez con mayor intensidad, el ex panelista arremete desde las redes contra formadores de opinión que engordaron en las últimas dos décadas en abierta oposición al kirchnerismo. Como discípulo despeinado del menemismo y la última dictadura militar, Milei los desprecia y quiere terminar con una hegemonía cultural que no lo incluye. Por eso, difunde listas y castiga de manera personal a los periodistas que, según supone, le hacen daño. Algunos hicieron campaña en su contra pero muchos jugaron fuerte a su favor. Si algo los unifica es que militan en distintas corrientes del liberalismo argentino: algunos optaron por refugiarse en un progresismo sin norte; otros mutaron hacia una derecha que, de tan dura y antipopular, fue devorada por Milei. Ahora solo les queda disciplinarse o rebelarse contra un enemigo imprevisto, un Frankestein que ayudaron a crear y en el poder exhibe alma de parricida.
No alcanza que algunos le digan que ve enemigos donde no los hay. Milei los desafía porque no asumen los costos de la etapa ni se allanan a los nuevos modos de la derecha que se transfiguró hacia el extremo de la reacción en todos los planos. No es un invento argentino. Como ese Trump que repudia al establishment republicano y denuncia a Wall Street, Milei confronta con parte de sus aliados naturales, los que pretenden una autonomía que no piensa concederles de manera gratuita. Hay un mensaje tácito: o se arrastran como los conversos que hoy forman parte del poder o pagarán las consecuencias.
Es evidente que el presidente se cree blindado ante las críticas que provienen del 44% de la sociedad que le dio la espalda en el balotaje del 19 de noviembre. En el plano de lo virtual, la campaña contra comunistas y populistas empobrecedores es continua pero forma parte de un plan que estaba escrito de antemano. Tener en su contra al arco que va desde el peronismo hacia la izquierda gratifica al ex economista jefe de Eduardo Eurnekian. Su problema es con los que pretenden discutirle las formas, los sommeliers del ajuste brutal y la batalla cultural. Su objetivo es ambicioso; eliminar al extremismo de centro, según la nueva definición que se impone en redes sociales. Los catequistas del consenso. En el lenguaje paleolibertario, los tibios.
Con sus predecesores recientes inhabilitados para incidir en el debate, Milei carga también contra los resabios de un alfonsinismo testimonial. Vuelve en el poder al manual del candidato macartista que veía en Horacio Rodríguez Larreta a un "zurdo" y una "paloma socialdemócrata". El ex jefe de gobierno porteño está fuera de carrera y la campaña necesita nuevos blancos, desde radicales sui generis como Martín Lousteau hasta formadores de opinión que van desde el centro a la derecha dura.
Milei no sólo llegó al poder por el fracaso del Frente de Todos. También lo hizo por la enorme decepción que generó el gobierno de Mauricio Macri en actores de poder que, durante años, habían invertido energía, tiempo y dinero en alumbrar una alternativa de derecha con potencia electoral. La aventura fallida de Macri en la Casa Rosada golpeó también a las distintas corrientes del liberalismo que lo promovieron como una esperanza.
El problema es que el experimento de Milei es temerario y su futuro está plagado de interrogantes. Así como el profeta de la dolarización nació de los escombros del sistema político, después de la oportunidad histórica que arruinó Macri, ahora el presidente es el que amenaza con improvisación permanente la legitimidad de la derecha no libertaria. Como le pasa al ingeniero, todos saben que si Milei la choca, ellos también van a pagar y su incidencia pública entrará en riesgo. Con el mismo elenco económico que Macri y sin dólares para afrontar los vencimientos de deuda, las chances de que ese escenario se concrete no son pocas. Con distintos trajes pero la misma esencia, dos fracasos seguidos de la derecha en apenas un suspiro de la historia puede representar un costo irremontable.
Comentá la nota