Tras conocerse el resultado, Macron recibió el apoyo de los socialistas y los conservadores para frenar a la ultraderecha.
Por Eduardo Febbro
PáginaI12 En Francia
Desde París
Los partidos políticos tradicionales salieron despedidos por la puertas de las urnas. Francia consagró en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, en un acto de magia, la candidatura del centro liberal de Emmanuel Macron, ex ministro de Finanzas del presidente François Hollande, cuyo movimiento En Marche!, recién fue creado en 2016, y volvió a izar a la cumbre a la extrema derecha con la clasificación de su candidata, Marine Le Pen. Después del terremoto del 21 de abril de 2002, por segunda vez en el naciente siglo la ultraderecha logra disputar una vuelta final de una elección presidencial. Jean Marie Le Pen, el fundador del Frente Nacional, había dejado afuera al primer ministro Socialista Lionel Jospin. Esta vez fue peor porque la ultraderecha también congeló en el camino a los conservadores, representados en este elección de 2017 por François Fillon. 23,9% para Emmanuel Macron, 21,6 para Marine Le Pen, 19,5% para Fillon, 19,3 para la izquierda radical de Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon y 6,5% para el socialista Benoît Hamon, los resultados confirman la siembra de los sondeos.
El PS conoció este domingo uno de los resultados más degradantes de su historia. Minutos después de que se conocieran los porcentajes, el llamado “Frente Republicano” empezó a plasmarse como antídoto contra la extrema derecha. Benoît Hamon fue uno de los primeros en intervenir. Sin denunciar el balance gris del presidente François Hollande ni las escabrosas traiciones de su propio partido de que fue víctima, Hamon dijo: “Fracasé en mi intento de desarmar el desastre que se anunciaba desde hace varios años. Asumo la responsabilidad”. Según Hamon, “la eliminación de la izquierda por segunda vez en 15 años firma una derrota moral para la izquierda. Pero la izquierda no ha muerto”. El representante socialista llamó a derrotar al Frente Nacional, lo que implica un voto a favor de Macron. Lo mismo hizo el candidato de la derecha, François Fillon. El derrotado representante de Los Republicanos dijo que “los obstáculos que se pusieron en mi camino fueron muy numerosos y muy crueles. Asumo mi responsabilidad. Esta derrota es la mía”. Luego, ante la perspectiva de la segunda vuelta entre Macron y Le Pen, Fillon, se pronunció dignamente por el primero: “No hay otra opción que votar contra la extrema derecha. Votaré por Emmanuel Macron”. Los caciques regionales y ex ministros de la derecha también cerraron filas dentro de ese Frente Republicano que se activa por segunda vez.
El hombre que a los 40 años y sin ninguna experiencia electoral desafió a todos los niveles del pensamiento político y de las mecánicas partidistas se posicionó enseguida de cara a la segunda vuelta del próximo 7 de mayo.
“Quiero ser el presidente de los patriotas contra la amenaza de los nacionalistas”, dijo Macron. Su estrategia dio vuelta todos los moldes con los que funcionaba la Quinta República (1958). Hace apenas tres años, cuando François Hollande lo nombró ministro de Economía, nadie lo conocía. Su dos posturas sucesivas, una, “ni de izquierda ni de derecha”, luego, “de izquierda y de derecha”, le permitieron convocar a un electorado tanto de centro derecha como socialista. Espantados por la inmolación política de su partido y las traiciones, 47% de los votantes del PS eligieron a Macron. El ya seguro candidato de la última vuelta manejó a su antojo la temporalidad de las narrativas políticas, como si los años en los que fue asistente del gran filósofo francés Paul Ricoeur, autor de esa obras ineludible que es Tiempo y Relato, le hubiesen servido para jugar con la plastilina del tiempo y el relato político. Su adversaría, Marine Le Pen, evocó un momento “histórico” aunque lo cierto es que el resumen de las urnas no es lo que ella y el Frente Nacional esperaban. Durante años figuró en las encuestas como pegada al primer puesto pero la realidad la dejó en el segundo. Se trata de un relativo fracaso con respecto a las otras elecciones, las regionales por ejemplo, ya que Marine Le Pen sacó un 6% menos que su partido. Emmanuel Macron terminó disputándole el título de “primer partido de Francia” que el Frente Nacional se había ganado en las elecciones que se celebraron desde 2014 hasta ahora. Ello no oculta que, consulta tras consulta (regionales, municipales, europeas), la ultraderecha fue consolidando sus posiciones hasta convertirse en la estrella que orienta las posiciones de las otras fuerzas políticas, incluida la de los socialistas. Antes, la derecha y el socialismo moribundo solían copiarle su manual, ahora se ven obligados a levantarse todos contra ella.
Relativo o no, el batacazo de Marine Le Pen es muy profundo:como lo recuerda el vespertino Le Monde, no hay que olvidar que “por primera vez en la historia de la Quinta República, la extrema derecha supera el 20% en la primera vuelta de una elección presidencial”. Su poder de nocividad permanece intacto, tanto más cuanto que el Frente Nacional es desde este momento el partido eje de la derecha en torno al cual se recompondrá esa corriente. Pese a que ninguna encuesta le deja a Marine Le Pen la más mínima posibilidad de ganarle a Emmanuel Macron el próximo siete de mayo, la ultraderecha francesa tiene la batuta de la orquesta conservadora. La actual ministra socialista de Salud, Marisol Touraine, reconoció que se trata de un “momento de gran gravedad. No logramos evitar que Marine Le Pen pase a la segunda vuelta. Sin la más mínima duda, hay que votar por Emmanuel Macron. Hay que derrotar a Marine Le Pen de la forma más rotunda posible y evitar que pese en la vida política de nuestro país en los próximos años”.
De esta consulta se desprende una mayoría que funciona como un abanico y abarca un centro liberal-social / demócrata y socialista y una fuerza compuesta por la derecha y la ultraderecha: el primer eje sumaría cerca de un 52%, el segundo algo más del 47%. Las cifras de esta vuelta inaugural son una sentencia para los partidos del sistema de gobierno, la derecha y los socialistas. Los primeros deben limpiar sus liderazgos internos y su posición ante la extrema derecha, los segundos aclarar su identidad: sea socialistas, sea un partido socialdemócrata de orientación de centro liberal. Benoît Hamon tuvo demasiada inexperiencia y un tremendo peso sobre sus espaldas: le tocó ponerle rumbo a una campaña en la cual los capitanes del barco socialista abandonaban el navío. Este hombre joven y honesto, licenciado en historia, pagó el tributo de quienes querían hacer historia con su cadáver político. Le Pen y Macron se los tragaron a todos.
El esquema que se desprende de la cumbre electoral del domingo termina por dar vuelta las páginas de la historia contemporánea francesa. La historia empezó a ir mucho más rápido de lo que los líderes políticos franceses estaban acostumbrados cuando la sociedad decidió sanear sus sistema de representantes eliminando sucesivamente a sus mamotretos: François Hollande, Nicolas Sarkozy, Alain Juppé, Manuel Valls. Todos quedaron afuera de este ciclo que, al final, restauró el eterno antagonismo entre la social democracia liberal y las fibras ultraconservadoras. Sobre ese modelo se construyó la Europa de la posguerra. En un clima de descomposición y de desencanto nacido de las fallidas alternancias políticas entre la derecha y los socialistas, Emmanuel Macron y los cerebros anticipados de su estructura política realizaron el sueño que otros centristas no lograron plasmar: crear un polo alternativo a ambas corrientes y romper la muralla que ambas representaban cuando se aspiraba a ocupar el espacio político. Como lo dijo Benoît Hamon, “la izquierda no ha muerto”, sólo el esperpento que pretendió representarla, el Partido Socialista.
La izquierda demostró su vigencia a través de Jean-Luc Mélenchon y el movimiento Francia Insumisa. Mélenchon no alcanzó el objetivo de pasar a la segunda vuelta pero conquistó poco más del 19% de los votos, lo que equivale a 8 puntos más que en 2012. Habrá sido, junto a Emmanuel Macron, la constelación que iluminó con su prosa y sus ideas una campaña alterada por la corrupción de la derecha y la ultraderecha y las adulterios políticos del socialismo. Estos habrán sido, al final, los episodios que decidieron a los electores. Muchos votantes de la derecha confesaban ayer que les costaba mucho olvidar la honda decepción que les causó el escándalo en que se vio envuelto François Fillon cuando se supo que había alterado la contratación de su esposa e hijos en la Asamblea Nacional, que no era ni por asomo lo que su narrativa de católico probo e inflexible vendió en los medios. Los electores socialistas estaban ante la disyuntiva de respaldar a un partido carcomido desde el alma por sus antagonismos u optar por ese centro liberal, nuevo y joven de Emmanuel Macron que les hablaba de lo que tenían en el corazón: el optimismo. No son horas de festejo para la izquierda real. La segunda vuelta no contará con ella como protagonista. Cinco años de una presidencia ambivalente que pasó de “mi enemigo es la finanza” (François Hollande como candidato en 2012) a un programa liberal tibio a cuya cabeza estaba un primer ministro, Manuel Valls, que más se parecía a un maestro enojado que aun joven dirigente socialista, terminaron por desencadenar la agonía del 23 de abril. Valls pasó un par de años diciendo “la izquierda puede desaparecer”. Habrá sido el sepulturero y guía de esa desaparición. Ni siquiera tuvo la entereza de ser leal y respaldar al candidato que lo derrotó en las primarias. Tampoco lo hizo el presidente Hollande, electo en 2012 con los votos de esa izquierda que ambos repudiaron sin piedad ni honor. La paradoja, no obstante, está ahí agazapada: de manera solapada, ganaron ambos: Emmanuel Macron impacta por su milagroso y rápido ascenso en una máquina cuyos engranajes giran a paso de tortuga pero representa cierta continuidad con el soporífero hollandismo: fue su ministro de Economía y el eje del giro liberal que empezó a plasmarse en 2014. Es, en este momento, el hombre providencial porque enfrente está al fascismo, al antisemitismo y la xenofobia enmascarada de democracia. No hay muchas opciones para los progresistas: o Macron o la abstención.
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