Hace un mes que el Presidente lanzó su reelección y hoy ya hay quienes auguran que quizás no termine su mandato. Cristina Kirchner habla mañana con la historia bien aprendida
Por Nancy Pazos
En un país cuya coyuntura económica, política y social hace décadas está signada por el cortoplacismo, es lógico que el común de la dirigencia política sea irreflexiva (la mayoría de las veces por ignorancia y otras por conveniencia) en términos históricos. Así se construyen supuestos o verdades relativas atadas casi exclusivamente a la lectura de medios periodísticos y que no exceden los últimos 30 años.
Argentina tiene ya 212 años de existencia si tomamos como fundacional la Revolución de Mayo o está próxima a cumplir los 206 si nos aferramos a la declaración formal de nuestra Independencia. La Unión Cívica Radical ya tiene 130 años y el peronismo está a 16 meses de convertirse en octogenario.
Mauricio Macri terminó su gobierno el 10 de diciembre de 2019 con un mérito que ni el más acérrimo kirchnerista puede negarle: cumplió íntegro su mandato constitucional. “Todo un mérito para un presidente no peronista”, decían las crónicas de esos días, haciendo un obvio comparativo con los gobiernos truncos de Raúl Alfonsín y de Fernando De la Rúa.
Pero ese análisis político es frívolo y maniqueo. Porque tiene en cuenta sólo el último 15% de la historia del país. En rigor, el que quebró la racha de gobiernos elegidos democráticamente y que no llegaban al final de sus mandatos fue Carlos Menem en 1995. Desde el derrocamiento de Perón en el 55 que un Presidente constitucional no lograba esa “hazaña” en un país tan inestable institucionalmente como el nuestro.
La Revolución libertadora inauguró un período de 40 años donde ni peronistas ni radicales (Perón en el 55, Frondizi en el 58, Illia en el 66, Isabelita en el 76 todos por golpes militares y Alfonsín en el 89 por golpe económico) lograban completar sus mandatos.
Alberto Fernández debe ser de los Presidentes que, en ejercicio del poder, más se preocupa por cómo quedará retratado en los libros de historia. A tal punto que hizo referencia en muchas ocasiones a que sería recordado como el Presidente que tuvo que combatir la pandemia. Pero no estaría mal que repasara un poco más las últimas siete décadas de la Argentina para tomar nota que que su raíz peronista no es un antídoto contra la inestabilidad institucional. Bajo la lupa histórica los gobiernos de Menem, de Kirchner, de Cristina y de Macri son aún excepción y no regla.
Hace un mes y desde el extranjero o desde su universo propio, Alberto lanzaba su reelección. Hoy el grado de fragilidad de su gobierno, por inoperancia propia y por al acecho de quienes nunca respetaron la voluntad de las urnas, es una realidad palpable.
Fernández gobierna en absoluta soledad por impericia propia. Aceptó ser designado por tuit, incumplió el pacto por el que llegó (no sabemos los términos pero las puteadas públicas y privadas de CFK alcanzan para concluir que fue así) y terminó a mitad de camino porque tampoco se animó a traicionar del todo “matando” a Cristina como le exigía el poder económico.
Su último cambio de gabinete fue una obra maestra de la autodestrucción. Echó a uno de los suyos (dejando desamparados políticamente a los propios porque sienten que como jefe te entrega a la primera de cambio) con lógica porque Matías Kulfas había insinuado corrupción en la obra emblemática de su gobierno, el gasoducto Néstor Kirchner, después se enredó en los motivos y alegó que era porque no le gustaba que los funcionarios hablen en off (ganándose la medalla al cinismo porque Alberto no solo habla sino escribe en off por WhatsApp constantemente).
Como si todo esto fuera poco, terminó eligiendo en su reemplazo -después de dos rechazos previos- a Daniel Scioli, detonando su relación personal y política con Sergio Massa, el único socio del Frente de Todos después de Cristina con el que Alberto aún tenía tendidos puentes.
Como todo en su vida desde que llegó a la cima del poder hubo contramarchas. Entonces, terminó agradeciendo y felicitando a Kulfas, intentó bajarle el precio a Scioli haciendo subir al escenario también al titular de la AFI, Agustín “Chivo” Rossi que no tenía nada que jurar, llevó a Massa a California para sumarle millas y, al regreso, le entregó la Aduana (quedó a cargo de Guillermo Michel, un hombre del diputado que custodiará sobre todo que los derechos de importación que autorice Scioli no estén sobregirados), y ya deslizó que el ex embajador que llegó con su impronta histórica de campaña permanente va a sufrir rápidamente los efectos adormecedores del albertismo. Los mismos efectos que transformaron de león en gatito al Tucumano Jorge Manzur a pocos meses de asumir la Jefatura de Gabinete.
Está claro que Alberto no es inocuo. Tiene la lapicera y capacidad de hacer daño. El tema es que hoy es el peronismo el que se preocupa. Porque de esa memoria frágil y líquida sobre el pasado también el peronismo había construido un mito. Para el común de los ciudadanos los gobiernos peronistas son gobiernos fuertes.
Hace ya diez días que los mercados están dando señales. Y solo quien sea miope puede creer que están pulseando a Martín Guzmán. La suba del riesgo país, la caída de los títulos públicos sobre todo los Cer y la suba del dólar paralelo es una señal inequívoca contra el gobierno, es contra Alberto Fernández.
Y una parte de la oposición no es inocente. Los dichos en privado de economistas del PRO sobre que si son gobierno el próximo año terminarán defaulteando (reperfilando en su léxico) los títulos emitidos en pesos no sólo influyeron en el mercado sino que alertaron a los líderes mas democráticos de la oposición. El tema fue motivo de charlas privadas entre Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y Elisa Carrió. Los tres están convencidos de que Mauricio y el resto de los halcones apuestan a un final trágico de este gobierno que les deje las manos libres para su accionar futuro. Se habló de la posibilidad de salir a decir públicamente que de llegar al gobierno “honrarán sus deudas” pero Horacio prefirió no exponerse y ser prudente. En un perfil que exaspera a sus socios políticos y que lo emparenta, a veces, con las peores características personales de Alberto.
En este contexto el Presidente deberá finalmente, más por necesidad que por convicción, cerrar filas con sus mandantes políticos, con Cristina, con Sergio, con los gobernadores peronistas y con la CGT. En ese estricto orden. Y reconocer que fueron sus propias zonas erróneas los que los convirtieron de socios en mandantes.
Un ejemplo alcanza para reflejar esa debilidad actual. Sergio Massa fue a California con la relación rota en lo personal y en lo político con Alberto. En el viaje intentaron reconstruir la confianza personal. Pero en lo político fue imposible. Cuando faltaban un par de horas para aterrizar, ya sobrevolando el territorio argentino, el dirigente de Tigre se acercó al asiento de uno de los hombres que acompañan siempre a Alberto a todos lados. Y le dejó una sutil amenaza: “Que no se apure a nombrar embajadores. Porque si lo político me deja sabor amargo por ahí prefiero irme y no seguir amargándome”.
El objetivo de Sergio, lo saben todos, no es solamente la Aduana que consiguió post viaje. Está convencido que la única manera de llegar con posibilidades electorales al próximo año es hacer un cambio radical en el área de decisiones económicas.
“Si querés seguir apostando a Guzmán (Massa odia al ministro) hacelo. Pero hacelo bien. Dale la sumatoria del poder económico. No sigas loteando las decisiones porque no se tolera más”, le dijo el diputado al Presidente en una de las largas charlas en suelo americano.
Mientras tanto acá estaba Cristina. Organizando en el Senado con Hugo Yasky y Rodolfo Baradell el acto de mañana con la CTA. El peronismo entero espera ahora el nuevo discurso de CFK. Nadie sabe qué dirá. Pero una cosa sí está clara. Si hay algo que Cristina tiene claro es la historia. A ella no se la tienen que contar.
Bonus Track
Luciano Andrés Laspina tuvo que salir a publicitar en público y en privado que él estaba de vacaciones cuando se corrió en el mercado el rumor de que Juntos por el Cambio reperfilaría los títulos públicos emitidos en pesos de llegar al gobierno. Sin embargo el economista filo radical Levy Yeyati sugirió a los líderes de la UCR que salieran a desmentir el default de los títulos porque Laspina había hablado con Fondos de Inversión en Europa y de ahí venía la caída de los títulos que estaban llevando a un desastre económico al país.
Pero no fue por lo único que Laspina estuvo publicitado esta semana. Con un nivel de falta de empatía pocas veces visto si se tiene en cuenta que la inflación afecta sobre todo a los que menos tienen, el diputado se dio el lujo esta semana de apostarle un lechón a Carlos Heller si la inflación del país no llega a tres dígitos el próximo año.
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