Por: Roberto García. “Les amagué por la derecha y salí por la izquierda”, bromeaba ayer Luis Barrionuevo mientras jugaba al golf en Mar del Plata, en el torneo Dos Reyes.
Hoyo en uno, bramaba al burlarse de quienes habían imaginado, con deleite sangriento, la foto entre él y Javier Milei luego de que el gremialista le organizara un lunch a favor de su candidatura la noche anterior. Fue en el porteño Parque Norte, lugar que administra el oportuno mercantil Armando Cavalieri y allí, por telepatía, Barrionuevo hizo constituir la Mesa Sindical de apoyo al libertario, quien agradeció educadamente el convite. Decepción para quienes perseguían la foto reveladora de la componenda o chanchullo entre ambos, ya que esa instantánea completaba la denuncia de que el economista se integró por conveniencia a la “casta política”, contra la que presuntamente lucha. Como si los gastronómicos y otros gremios no le fueran a cuidar una elección en la que importan las boletas, los fiscales y, también, el conteo posterior a cargo de la controversial Indra.
En el mundo de las fotos no consumadas hay que incluir otra semejanza en la misma semana: la ausencia de instantánea entre Patricia Bullrich y su candidato a diputado Dante Camaño, ya que la candidata esquivó una invitación del sindicalista a otro lunch al que había prometido asistir. Alegó retrasos en la agenda, a ver si era ella y no Milei quien tendría que dar explicaciones. Justo Patricia, que se enfrentó a la burocracia sindical. Educada, también agradeció los favores de su seguidor, miembro de esa “casta” generalizada que acerca y quita votos al mismo tiempo. Nada difiere a Milei de Bullrich en el tema: como es público, Barrionuevo y Camaño dirigen el gremio gastronómico desde hace décadas y, además, son cuñados que la vida ahora ha distanciado. Por si faltaba otro, Sergio Massa eludió una foto con su patrocinadora Cristina Fernández de Kirchner, se privó de la alocución literaria que ella realizó ayer. Esgrimió la excusa de que se había comprometido a viajar al interior, como si a los funcionarios del Gobierno les faltaran aviones para desplazarse. En cambio, con los sindicalistas no tuvo problemas en retratarse: hace 15 días compartió acto con una parte de la CGT, también educadamente agradeció que lo acompañaran.
La locura de la campaña presidencial obliga a estas zonceras. No son las únicas. Bullrich, por ejemplo, se ha destetado tempranamente de Mauricio Macri, incluso lo corrige para malestar del expresidente. Dijo que era una tontería sospechar que había un pacto entre Massa y Milei, justo unas horas después de que Macri había denunciado ese supuesto. Esa observación crítica también lastimó a sus periodistas amigos/amigas que vienen lanzados con propagar ese pacto espurio. Sin embargo, más afectado se sintió el ingeniero por otra omisión: en la cena recaudatoria de fondos del PRO, hace tres días, la candidata habló 45 minutos a su grey ponedora homenajeando a personal del partido, desde Horacio Rodríguez Larreta hasta Diego Santilli. Nunca se refirió al fundador, Macri. Se lo olvidó, mientras la totalidad de los presentes lo conservaban en su memoria. Ocurre que ciertos cambios en Patricia no se entienden, como el spot publicitario en el que recomienda a los estudiantes “tomarse un vinito” en el Día de la Primavera. Como siempre, les echará la culpa a sus asesores ante el desborde de críticas a su consejo televisivo.
Otro que navega con brújula oxidada es Milei: si es cierto que preside las encuestas, nadie entiende la razón por la cual aumenta la velocidad de su auto, trata de marcar récords, pisa los pianitos en cada curva. Ni que fuera Verstappen. Sin que nadie se lo pidiera, anticipó que Emilio Ocampo será el titular del Banco Central si llega al gobierno. Para cerrar la entidad e instalar la dolarización. Insiste con ejecutar antes de tiempo medidas traumáticas, a convulsionar la sociedad, sea por razones económicas o institucionales, que requiere más explicación y supone costos brutales (por ejemplo, la devaluación al unificarse el tipo de cambio). Aunque exponga una razón ingeniosa a su decisión: la locura no es cerrar el BCRA, sino tenerlo abierto.
La llegada de Ocampo martiriza a ciertos colaboradores de Milei: uno de ellos, el exministro Roque Fernández, ya se había pronunciado contra la dolarización (aunque fue en el CEMA, su cuna, donde Jorge Ávila promovió esa alternativa, mentor en apariencia del nuevo elegido por Milei). No es el único, hay varios precavidos. Comienzan las disidencias, se exponen en público las internas. Será escuálido el Ministerio de Economía (Hacienda y Finanzas, quizá Cancillería) y mastodóntico el de Infraestructura, a cargo de Guillermo Ferraro. Aunque su misión básica será tijeretear la obra pública, la poda presupuestaria para bajar el déficit. Con la ayuda del gremialista Gerardo Martínez (Construcción), impulsaría una reforma laboral basada en la creación de una póliza de seguro a constituir por los patrones –en un nuevo mercado regenteado por las compañías del rubro– que reduciría finalmente las cargas por indemnización.
Algo raro suena también en la discordia con Eduardo Eurnekian, con quien Milei trabajó durante años y de cuyas empresas obtuvo colaboradores para su nuevo equipo. El empresario, entre otras críticas, dijo que podría convertirse Milei en un dictador y, por lo tanto, ahora alaba a Patricia como hace poco halagaba a Wado de Pedro. Teme quizá que el imaginario popular lo vincule demasiado con un nuevo gobierno, preocupación que no lo afectó –por ejemplo– cuando acompañó al matrimonio Kirchner y, menos, cuando aportó a Vilma Ibarra al mandatario Alberto Fernández, se hizo cargo durante meses del hermano del Presidente en su compañía y cercanía de Aeropuertos, mientras otros ex de su corporación se alistaban bajo el mando cristinista, como Eduardo Valdez o el luego embajador en Chile Rafael Bielsa. No fueron los únicos.
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