por Diego Genoud
A Mauricio Macri se lo comparaba con Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi, a Marcos Peña se lo definía como el “Kennedy argentino”, a Cambiemos se lo veía como una “oportunidad histórica”. Fue hace apenas dos años, aunque parezca una vida.
Pese al respaldo inigualable que demostró, la alianza conducida por el PRO se consumió en el poder mucho antes de lo que se esperaba y vuelve, a partir de ahora, a depender del fracaso ajeno. Macri no pudo cumplir la misión que le habían encomendado, duplicó una inflación que ya era alta, llevó la pobreza al 40%, dejó el ajuste a mitad de camino y fracasó con la tarea ambiciosa de erradicar al populismo. Al contrario, su mandato sirvió como ayudamemoria para una parte de la población, la que le dio el triunfo a la oposición peronista.
Diez millones de votos es una enormidad para un Presidente que trajo más decepciones que alegrías, incluso entre sus propios votantes. Expresan la convicción irreductible de la iglesia antiperonista antes que la identificación plena con el desempeño del renacido de Barrio Parque. Alberto Fernández tendrá por delante una “tarea ciclópea”, como anunció su compañera de fórmula, en la rara noche de una victoria que se vivió con espanto, ante una fuerza que se creía extinguida y todavía respira. Al presidente electo le sobrarán aliados y lobbys cruzados que buscarán influir sobre sus decisiones en beneficio propio. Lo demuestra la llamada de Donald Trump y los intentos de los fondos de inversión por ganar rápido con el nuevo peronismo, pero sobre todo la temporada intensa de garrocha de los empresarios locales. El textil liberal Teddy Karagozian y el oficialista permanente Rubén Cherñajovsky fueron los primeros en anunciar inversiones que tenían demoradas. Contra lo que se suponía, empiezan a aparecer los hombres de negocios que asociaban la incertidumbre con Macri: no con su rival.
Al presidente electo le sobrarán aliados y lobbys cruzados que buscarán influir sobre sus decisiones en beneficio propio.
En el Círculo Rojo, el enojo con el presidente saliente es abrumador. Los llorones de la industria tienen una lista interminable de facturas para pasar. La primera es simbólica: en sus cuatro años en el poder, Macri nunca pisó el edificio de la UIA, que queda a seis cuadras de la Casa Rosada. En cambio, se cansó de aparecer en foros y actividades en la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural, el coloquio de IDEA, la Fundación Mediterránea y las asociaciones de bancos. La segunda es concreta: cuando los cuatro años del gobierno de los CEOS terminen, se habrán perdido 200 mil puestos de trabajo en la industria. Veinte de los veinticuatro sectores industriales cayeron de manera sistemática en el ciclo amarillo.
Ni siquiera el reemplazo del latin lover Francisco Cabrera por Dante Sica apaciguó los animos. Al actual ministro de Producción le reconocen mayor conocimiento, pero lo señalan como un profesional que tiene más amigos en la FIESP de San Pablo que entre los empresarios argentinos.
El presidente en retirada está invitado a la próxima Conferencia Industrial en Parque Norte junto a Fernández y Felipe González, pero -a excepción de Cristiano Ratazzi- nadie tiene demasiado interés en escucharlo. El rencor es con un proyecto que sentó en la intimidad de Olivos a banqueros como Enrique Cristofani y Gabriel Martino, pero no le abrió la puerta a los dueños de empresas, ni les evitó el escarmiento de la causa Cuadernos.
Aún eufórico como se lo nota desde el domingo a la noche, el centro de los cuestionamientos es el jefe de Gabinete de Macri. “Marcos no conoce de ningún sector, nada. No trabajó ni cobrando un salario ni pagando un salario, no conoce el sector privado, no conoce el sector energético, el de la industria, ninguno. No entendían a la industria, eran todos financieros”, dice un accionista del Círculo Rojo que prefiere no hablar en público.
La lluvia de inversiones no llegó, el trabajo genuino no apareció y perdieron incluso los que siempre ganan. El caso más gráfico es el de Arcor, que dio balance negativo por segunda vez en 70 años en 2018, cerró plantas y adelantó vacaciones para 2500 empleados. En la UIA esperaban un gobierno empresario y se toparon con un experimento que reportaba al sector financiero. Un directivo de la multinacional que dirige Luis Pagani llegó a cruzarse con uno de los hombres de Macri que recitaban el catecismo contra el empresariado prebendario que vive del Estado: “Yo exporto a 120 países y vos me decís que no soy competitivo”, le dijo. No hubo respuesta.
La lluvia de inversiones no llegó, el trabajo genuino no apareció y perdieron incluso los que siempre ganan.
La gravedad de la crisis entre las grandes empresas sumará antes del 10 de noviembre un nuevo dato, cuando las compañías más importantes de la Argentina presenten el balance de los primeros nueve meses del año en la Comisión Nacional de Valores. Sin embargo, sobran los indicios. Según el relevamiento de la consultora Elypsis, con fecha del 29 de octubre, sólo en el mes de las elecciones fueron trece las grandes empresas que despidieron personal, cerraron plantas o ajustaron por la crisis. En Misiones, Nike cerró su planta de zapatillas con 400 empleados; en Corrientes, Massallin Particulares dejó en la calle a 220; en Tucumán, Catamarca y Salta, supermercados Emilio Luque cerró y echó a 1200 personas; Musimundo bajó las persianas de sus sucursales y provocó 120 despidos; Fallabella-Sodimac ajustó y echó 200 personas; Kimberley Clark otras 200; la autopartista cordobesa MWM cerró y despidió a 100 trabajadores; CIDAL en San Luis a 65; DASS en Misiones a 640; Renault a 37 en Córdoba; en Buenos Aires, Nidera echó a 70 empleados; La Nirva, a 83 y la textil Indyastile a 60; Zanella cerró sus plantas en Buenos Aires y Córdoba y dejó sin trabajo a 70 operarios, Pepsico a 14 y Despegar a 80. Loma Negra cerró su histórica planta en Olavarría y sus 45 empleados se fueron con la promesa de ser reubicados.
En el octubre histórico de Macri, el alivio fue sólo para el presidente. La realidad de la crisis no se alteró y corrió, indiferente, a la hazaña amarilla.
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