La elección de Trump, las declaradas simpatías con Putin del candidato de la derecha francesa y la caída de Alepo son factores en la reconfiguración de la influencia de Rusia. El Kremlin usó un suntuoso servicio de contrainformación y respaldó partidos de ultraderecha o euroescépticos.
Desde París
Vladimir Putin se está convirtiendo en la pesadilla de la Unión Europea. Su aplicada táctica de penetración de las democracias europeas y sus incuestionables éxitos diplomáticos y militares hicieron volar el orden establecido. La llamada guerra híbrida giró a favor de Moscú de forma tan acompasada como deteminante. En febrero de 2014, cuando la crisis en Ucrania desembocó en la fuga del entonces presidente Viktor Ianoukovytch, nadie hubiese apostado por el presidente ruso Vladimir Putin. De provocación en provocación diplomática, los europeos tuvieron una responsabilidad decisiva en ese conflicto y en la respuesta de Moscú que se tradujo por la anexión de Crimea. Como represalias, Occidente adoptó una serie de duras sanciones contra Rusia: Putin se convirtió en el dirigente marginalizado, despreciado y sancionado por parte de la comunidad internacional. Casi tres años después, el mandatario ruso revirtió la situación. Paso a paso, fue ganando prácticamente todas las batallas diplomáticas mediante el diseño de una estrategia que, hoy, lo colocó en el centro de la escena.
Su última victoria la obtuvo en Siria. Desde el principio, Putin se opuso a la aspiración occidental de una solución política sin el presidente Bashar al Assad. El jefe del Estado bloqueó en Naciones Unidas la solución política, hizo intervenir la aviación con la que, simultáneamente, bombardeó los feudos del Estado Islámico y de la rebelión contra Al Assad hasta que terminó rompiendo la resistencia de Alepo. La ciudad quedó hecha migajas y Assad en su trono. La elección de Donald Trump en los Estados Unidos, las declaradas simpatías con Vladimir Putin del candidato de la derecha francesa para las elecciones de 2017 y la pacientes maniobras que el mandatario instrumentó en Europa desde hace varios años han reconfigurado la influencia de la Federación Rusa. De hecho, no hay terreno donde el Rey Putin no haya vencido a sus adversarios: aplastó la revuelta en Chechenia, ganó en Siria, anexó Crimea, impidió militarmente que los independentistas ucranianos pasaran bajo la influencia europea, impuso su orden en Georgia y en Osetia, y, encima, logró desestabilizar desde el interior a las mismas democracias europeas con una acertada política de financiación de partidos y movimientos de diverso orden ideológico. Diecisiete años después de haber llegado a la cima del poder este tímido ex teniente coronel de los servicios secretos, el KGB, es la figura mayor del Siglo XXI.
El “hijo del pueblo” y del desaparecido sistema soviético es un rompecabezas para la Unión Europea. No sólo se ha propuesto devolverle a Rusia los esplendores de antaño sino, sobre todo, redelinear a su antojo los equilibrios geoestratégicos heredados de la Guerra Fría gracias a la desestabilización de Europa, a las nuevas alianzas con los países emergentes y la constitución de un eje compuesto por la China, Irán y la India, la llamada Eurasia, cuyo núcleo estratégico es Moscú. Putin se proyectó como una alternativa al excluyente modelo neoliberal y sedujo a quienes vieron en él el apóstol del antídoto contra los estragos de la globalización. Su acción ha dado frutos consistentes en el corazón de Europa, a tal punto que la mismísima Unión Europea empieza a darse cuenta de que enfrenta a un problema de magnitudes enormes. El presidente ruso no usó armas para inaugurar esta nueva fase sino ideas y un suntuoso servicio de contra información dotado con un presupuesto anual de casi 400 millones de dólares. La ya tan comentada post verdad que Trump empleó en su campaña es un tímido ensayo al lado del habilidoso montaje ruso. Más consciente que los mismos europeos de que las extremas derechas nacionalistas prosperaban con su retórica contra la globalización, Putin comenzó a respaldar y apoyar con dinero a los partidos de la ultra derecha o los euroescépticos que tienen el viento a favor en casi todo el Viejo Continente.
Moscú cuenta con el sostén implícito de partidos políticos presentes en unos 15 países de Europa que van desde el Frente Nacional en Francia, el movimiento 5 estrellas en Italia, la también Italiana Liga Norte, Aurora Dorada en Grecia o Jobbik en Hungría. El caso más ejemplar tal vez sea el del Frente Nacional Francés. Este partido de ultraderecha obtuvo tres préstamos de Rusia por un total de poco más de 11 millones de euros. Miles y miles de documentos obtenidos por los hackers de Anonymous International oriundos de un alto responsable de la presidencia rusa evocan la manera en que Moscú considera que la líder de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, deber ser “compensada” por el respaldo que le ofreció a Rusia durante la crisis en Crimea. Fue así como Jean Marie Le Pen y su hija, Marine Le Pen, obtuvieron préstamos de bancos rusos. El First Czech Russian Bank le prestó a Marine Le Pen 9 millones de euros mientras que el papá consiguió otros dos millones de euros por parte de una financiera chipriota dirigida por Yuri Kudinov, un ex miembro del KGB reciclado en las actividades bancarias. El movimiento italiano 5 estrellas no está tampoco exento de sospechas por difundir, a través de una imponente red de portales internet, informaciones muy orientadas desde Moscú y con una veracidad comprometida. La llamada “guerra híbrida” es una realidad que determina el antagonismo entre Rusia y Europa.
Los dirigentes del Viejo Continente pagan hoy los menosprecios, los desaciertos y las provocaciones del pasado. En esta guerra híbrida el tema de la información y de la verdad son centrales. El poder de propagación de las falsas informaciones -al mejor estilo de Donald Trump- y la ciberguerra -hackeos–funcionan como bombas, pero sin víctimas. El grupo de hackers Fancy Bears –sospechoso de ser una pantalla de los servicios de inteligencia del Ejército ruso, GRU– está implicado tanto en el hackeo del Partido Demócrata en los Estados Unidos como en varias intrusiones en Europa, entre estas la de la red informática de la Unión Europea. La UE carece de dispositivos adaptados para responder a lo que en parte ella misma desencadenó. En noviembre de este año, el Parlamento Europeo adoptó medidas en una resolución en la que apunta a Rusia como el responsable de financiar movimientos políticos con la única meta de “quebrantar la cohesión política” del espacio europeo. Ciberguerra, propaganda política, desinformación, victorias diplomáticas y militares, Putin se cobró una tras otra las ofensas y menoscabos del pasado. La guerra híbrida, como la guerra real -Siria- tiene por ahora su ganador absoluto en el momento de peor debilidad de la Unión Europea. Vladimir Putin ha sacado la mejor parte de los abusos y errores de sus cambiantes y débiles aliados.
efebbro@pagina12.com.ar
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