Investigadores de la Comisión Nacional de Energía Atómica encabezan una iniciativa regional para explorar estas estrategias que son rápidas, efectivas y seguras.
Por: Nora Bar.
Se estima que actualmente se producen cada año alrededor de 430 millones de toneladas de plástico y que esta cifra podría duplicarse en las próximas dos décadas. El 40% se destina a la fabricación de envases y embalajes. El resto se usa como aditivos en productos de limpieza y cuidado personal, aparatos eléctricos, materiales de construcción y ropa sintética, entre otros. Unos dos tercios de esa cantidad se tiran a la basura… ¡después de un solo uso! Además, en el país, se recicla apenas un 9%.
Así, la miríada de objetos de plástico o sus fragmentos invaden todos los ambientes naturales: ingresan a los enterramientos, llegan a los cursos de agua y al océano ya convertidos en piezas de cinco milímetros o menores que los peces y aves confunden con plancton e ingieren. Ya dentro de la cadena alimentaria, se introducen en nuestro cuerpo. “El plástico está en el agua que bebemos, en los alimentos que comemos e incluso en el aire que respiramos –afirma el escritor Mark O’Connell en un artículo de opinión publicado por The New York Times en abril del año pasado–. Está en nuestros pulmones, en nuestros intestinos y hasta en nuestra sangre”.
Y a continuación detalla un sinnúmero de estudios que sugieren que los microplásticos (fragmentos de menos de 5 mm y hasta partículas nanoscópicas, de miles de millonésimas de metro) pueden promover trastornos de todo tipo. En peces, su presencia se asocia con niveles más bajos de crecimiento y reproducción (incluso a lo largo de varias generaciones), alteraciones en la conducta y mortalidad precoz. En aves, dieron lugar a una nueva enfermedad que llamaron “plasticosis” en la que cicatrices en el tracto intestinal causadas por su ingestión las vuelven más vulnerables a infecciones y parásitos, y también perjudican su capacidad para digerir alimentos y absorber ciertas vitaminas.
En 2019, la Fundación Vida Silvestre dio a conocer un estudio en el que afirmó que una persona promedio puede estar consumiendo hasta cinco gramos de plástico semanales, lo que equivale a una tarjeta de crédito (https://wwf.panda.org/wwf_news/?348337/Revealed-plastic-ingestion-by-people-could-be-equating-to-a-credit-card-a-week). Otros trabajos revelan que las nanopartíclas de plástico pueden atravesar las membranas de las células.
En este escenario y mientras se discute un tratado mundial sobre plásticos, el argentino Rafael Grossi, director General de la Agencia Internacional de Energía Atómica acompañó este fin de semana al presidente Javier Milei a la Antártida para dar inicio formal al programa Nutec Plastics. La iniciativa, en la que en la actualidad participan 63 países, promueve el desarrollo de la tecnología necesaria para monitorear la presencia de microplásticos en los océanos, analizarlos y evaluar el efecto de la contaminación con técnicas de trazadores isotópicos para rastrearlos y entender cómo circulan.
La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) es uno de los organismos de 30 países que están desarrollando tecnologías nucleares innovadoras para prevenir este problema de enormes proporciones facilitando, acelerando, haciendo más eficiente y menos contaminante el reciclaje de residuos plásticos.
El grupo de Procesos por Radiación trabaja en la la Planta de Irradiación Semi Industrial (PISI) del Centro Atómico Ezeiza (FOTOS: Gentileza CNEA)
“En la CNEA trabajamos en el reciclado de plásticos como parte de dos proyectos. Uno de ellos, liderado por la Argentina, reúne a once países de América Latina que realizan un abordaje integral de este desafío para promover el uso de la tecnología de la radiación en polímeros naturales y sintéticos con el fin de hacer hincapié en la recuperación de residuos”, dice María Verónica Vogt, jefa del Departamento de Procesos por Radiación, dependiente de la Gerencia de Producción de Radioisótopos y Aplicaciones. El equipo multidisciplinario incluye a ingenieros en materiales, ingenieros químicos y especialistas en aplicaciones tecnológicas de la radiación, y trabaja en la Planta de Irradiación Semi Industrial (PISI) del Centro Atómico Ezeiza en estudios de factibilidad técnico-económica que permitan introducir en el mercado productos elaborados a partir de plásticos reciclados.
Entre las propuestas innovadoras figura el uso de radiación ionizante (gamma y haces de electrones). “Estas tecnologías se usan en el país desde la década del 70 para esterilizar los plásticos y mejorar sus propiedades. Estamos investigando cómo aplicarlas para el reciclado –explica Vogt, microbióloga, doctora en Ciencias Biológicas y especialista en Aplicaciones Tecnológicas de la Energía Nuclear–. Lo que buscamos es introducir las radiaciones que producen cortes en las cadenas, formación de nuevas uniones, oxidación de los polímeros o refuncionalización de los materiales por agregado de monómeros con injertos para darle un valor agregado a los residuos, y que por medio de las estrategias de la economía circular se puedan introducir en la industria”.
En el Centro Atómico Ezeiza ensayan tecnologías para facilitar el reciclaje de plásticos
Los plásticos son de muy diversos tipos y propiedades. Los hay rígidos, flexibles, lisos, rugosos, pegajosos… A la hora de reciclarlos, hay que mezclarlos y compatibilizar sus diferentes características, por lo que no alcanza solamente con fundirlos y mezclarlos, porque a veces no son compatibles. Por medio de las radiaciones se generan “puntos reactivos” que precisamente favorecen esa compatibilización.
“Estructuralmente, los plásticos son como una cadena o un collar de perlas, a veces muy largos y con ramificaciones –destaca Vogt–. Los eslabones o perlas serían los ‘monómeros’ [moléculas pequeñas unidas cientos o miles de veces entre sí por medio de enlaces químicos y que forman macromoléculas llamadas polímeros]. Esa estructura es la que le da a cada plástico sus características. Así, tenemos el polipropileno, el polietileno, el PVC... Los que se utilizan en los neumáticos, en la carrocería de los autos, en textiles, en las computadoras y teléfonos celulares, en los productos de limpieza y de cosmética…"
Algo que conspira contra el reciclaje es que resulta muy económico obtener plásticos nuevos o “vírgenes” a partir de los derivados del petróleo, e incluso del mundo vegetal o animal. Un ejemplo de estos últimos es la quitina, que se obtiene del caparazón de los crustáceos (cangrejos o camarones) y que también se puede modificar por radiación.
La que se utiliza en los plásticos se puede obtener a partir de distintas fuentes, como el Cobalto-60, o con equipos aceleradores de electrones. Los haces de estas partículas modifican el material en condiciones que no son extremas. Pueden producir cortes en cadenas de polímeros, formación de nuevas uniones, oxidación o modificación de la superficie. “Nosotros las usamos para mejorar las propiedades físicas y químicas, y la compatibilidad –dice Vogt–. Al generar ‘puntos reactivos’, los electrones adquieren energía y después las moléculas buscan estabilizarse de nuevas formas produciendo cambios, como mayor fluidez o resistencia a la tensión. El proceso es rápido y se realiza a temperatura ambiente. Una vez que finaliza el tratamiento, ya está listo para ser utilizado de manera segura. Además, no requiere productos químicos, lo que permite reducir el uso de aditivos y disminuye costos”.
La irradiación puede aplicarse en distintas etapas de la producción, tanto en la materia prima (por ejemplo, en pellets o bolitas), en la totalidad o en una porción, durante la fabricación o en el producto final. También se utiliza para esterilización.
Verónica Vogt lidera la iniciativa de la CNEA para reducir la generación de microplásticos
El grupo de CNEA tiene convenios con otras instituciones del sistema científico, como el INTI o el ex Ministerio de Desarrollo Social, para la capacitación de recursos humanos en estas estrategias que permitirían disminuir la generación de microplásticos que ingresan al ambiente. Y también están abordando un proyecto de transferencia al sector privado, para lo que trabajan en conjunto con la compañía Circularis, que desarrolla durmientes a partir de plásticos reciclados. De esta forma, se generan puestos de trabajo y se evita el uso de quebracho colorado.
Otra línea de investigación es el reemplazo de los polímeros sintéticos por naturales, como el almidón o la celulosa, para fabricar productos biodegradables, y un proyecto coordinado con la AIEA para incluir fibras de neumáticos en cemento con el fin de obtener concreto reforzado, informa la CNEA. Una tercera estrategia investiga la posibilidad de mezclar residuos de polímeros sintéticos con fibras vegetales para obtener un nuevo material compuesto (madera vegetal) que puede utilizarse en muebles y/o en construcción.
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