Por: Matías Dalla Fontana (*). La excelsa filósofa argentina Amelia Podetti, no casualmente ocultada por el pensamiento académico hegemónico, en su ensayo La Comunidad disociada y sus filósofos, esboza una confrontación entre el pensamiento de Hobbes y el de Marx, para mostrar la conexión profunda que vincula a la idea del hombre como lobo del hombre, propia del individualismo, y de la violencia entre clases, propia del colectivismo, demostrando que ambos pertenecen al mismo proyecto histórico y se identifican plenamente con él, más allá de diferencias.
El propio Papa Francisco, en su etapa de arzobispo escribió el prólogo del libro “Comentario a la introducción a La Fenomenología del Espíritu.”Estas ideas contienen un potencial para comprender cambios culturales que se están produciendo en el seno de la sociedad y especialmente movimientos en la conciencia, aún en ciernes y complejos. Entre algunos de estos cambios que se dan en el modo de ser vividas las democracias en occidente, uno en particular se registra a la hora de entenderse las propias personas, en algún lugar del fenómeno de la participación política. Este estado de cosas en curso incluye en la conciencia común una plétora de significaciones, a veces contradictorias en sí mismas, que no termínanos de poder advertir en qué derivarán: ¿hasta dónde avanzará la reacción de juventudes europeas hacia formas de nacionalismo y de autodefensa identitaria, o de adhesión de las nuevas generaciones a formas religiosas más estrictas, como las que nutren el crecimiento del Islam en el viejo continente?
Otros hechos sociales, sin embargo, sí podemos registrarlos en su visibilidad meridiana. Las personas que trabajan por la comunidad, son artesanos de la unidad, no quieren ser presas de ninguna división. En el Congreso de Filosofía de 1949 decía el por entonces presidente de la Nación: “No existe la posibilidad de virtud, ni quiera asomo de dignidad individual, donde se proclama el estado de necesidad de esa lucha que es por esencia, abierta disociación de los elementos naturales de la comunidad.”
El malestar cultural general ante cualquier posibilidad de partidización, por parte del poder político, del fenómeno de la vida, es un dato ineluctable. El rechazo pregnante por los usos partidarios, que producen división y partición, de las instancias formales e informales del mundo de la vida cotidiana. Es mal recibida en términos generales la partidización en un club, en una mutual, en una cooperativa, en una parroquia, en un grupo profesional, en una cooperadora escolar.
El Papa Francisco llama poetas sociales a los hacedores de realidades en distintos puntos del tejido laboral, educativo, alimentario, sanitario, trascendente, deportivo. Al tiempo que conceptualiza con especificidad, remarcando: “Los movimientos populares, lo sé, no son partidos políticos y déjenme decirles que, en gran medida, en eso radica su riqueza.” Es decir que, más allá de cómo se tomen ciertas denominaciones en distintas latitudes, es clara la direccionalidad del mensaje, expresivo en su literalidad.
El problema es la crisis agudísima y apremiante, en la cual el estado tendrá que ir encontrando las formas de entramarse logísticamente con la comunidad, construyendo interlocuciones para la época. Esto compone un desafío bifronte: actuar con la celeridad que demanda la situación del hambre en la Argentina, pero, al mismo tiempo, hacerlo sin desnaturalizar por efecto de su ayuda a las instituciones. El riesgo es conformarlas en una especie de organismos paraestatales con orientaciones partidarias sesgadas.
¿Dónde están los interlocutores, los movimientos populares? En el interior, del paìs, por lo menos en gran parte de Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, los movimientos populares reconocibles en el ecosistema político real, son más bien las ligas deportivas, el mutualismo, el cooperativismo, las pastorales y redes en terreno de iglesias catòlicas, evangélicas y judías. Tienen estos movimientos los signos de la capacidad instalada con real capilaridad, legitimidad, historia y, fundamentalmente, no están, por naturaleza, al servicio de la promoción de fines partidarios o electorales.
Para tener una dimensión objetiva, por ejemplo, el mutualismo en salud ampara a casi 3.000.000 de personas, entre afiliados y beneficiarios. Esto tiene un alcance potencial incalculablemente positivo en la lucha contra las adicciones que son la gran epidemia en nuestra Patria. El movimiento social del deporte, legítimo, federalizado, dotado de infraestructura y valores, estructurado en base a clubes en cada barrio, puede ser una columna inmediata de reconstrucción del orden vital de millones de niños y adolescentes, si se entronca con un estado consciente de sus falencias, pero que decida ser ágil para financiar prestaciones en esa topología organizada que son las asociaciones y federaciones.
Es una gran oportunidad la aparición reciente de propuestas que ponen el eje en los primeros años de vida, en la política pública nacional. La reaparición de la niñez entre los primeros tópicos de la agenda política es uno de los hechos sumamente auspiciosos, que pueden volverse eficaces y masivos, con este tipo de nuevos pactos interinstitucionales y con el debido apoyo presupuestario.
* Psicólogo santafesino (U.C.A.) Ex seleccionado nacional de Rugby. Fundador de Proyecto Deporte Solidario. Fue Subsecretario de Prevención, Investigación y Estadística de la Nación en materia de Drogas.
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