El Espíritu Santo

El Espíritu Santo

Por: Jorge Fontevecchia. Estas columnas son escritas por la mano de un agnóstico preocupado por entender en su largo camino por convertirse en creyente.

Viene de “Dónde está Francisco ahora”.

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En la columna anterior de la edición especial de PERFIL en homenaje al Papa tras su muerte, tratando de comprender la metáfora del cielo, preguntaba dónde estaba Francisco ahora. Reflexionaba sobre el padre muerto para el psicoanálisis más vivo que nunca introyectado dentro nuestro. Y con optimismo epistémico conjeturé que el cuerpo de Bergoglio quedó en Roma, pero Francisco ahora está dentro de todos los argentinos, incluso de aquellos que lo denostaban, porque sin su presencia carnal quedan sus ideas con mayor pregnancia que nunca.

Durante el reportaje que Francisco quiso fuera el más extenso que dejar a la historia, le preguntaba repetidamente sobre las contradicciones entre la ciencia y la Biblia, y la tercera vez que le pregunté por el infierno se quejó: “¡Otra vez el infierno!”; pero agregó una explicación cuasi freudiana: está dentro nuestro; entonces también su paraíso o cielo. Textualmente dijo: “El infierno no es un lugar, sino un estado, hay gente que vive en un infierno continuamente”.

Hoy nos dedicamos a otro tema complejo: el Espíritu Santo y la relación con lo que para los agnósticos son los conceptos de destino y suerte. No puedo dejar de preguntarme cómo este hombre normal, Jorge Bergogoglio, nacido en el fin de mundo, llegó a papa. Y más aún, se convirtió en algo aun mayor que un papa, en un líder moral mundial a lo Gandhi (humildes y sencillos, defensores de los descartados, reconciliadores y reformadores a la vez).

Tanto en el hinduismo como en el catolicismo, el concepto de libre albedrío coexiste con el de predestinación. La noción de destino como potencial: tenemos distintos destinos posibles y somos responsables morales de las decisiones que tomamos (y sus consecuencias: karma). No como en otras corrientes religiosas en las cuales Dios ha decretado todo lo que nos sucederá. Santo Tomás de Aquino sostenía que “Dios, al estar fuera del tiempo, conoce nuestras elecciones libres sin determinarlas forzosamente”.

Aunque la suerte, a diferencia del destino, sería algo azaroso en las antiguas religiones politeístas, como la de los antiguos griegos, la suerte sería aleatoria pero no arbitraria porque era resultado de la voluntad de los dioses a quién concedérsela. Fortuna era la diosa romana de la suerte y Tyche la diosa griega de la suerte.

Para los católicos el Espíritu Santo no sustituye al libre albedrío, lo complementa. Y situaciones adversas de la vida pueden ser parte del proceso de ascenso espiritual del ser humano. “El Espíritu Santo no anula la libertad de elegir, sino que la enriquece y la capacita”. El destino no sería algo rígido: “El Espíritu Santo no fuerza o controla la voluntad humana, sino que la mueve y persuade, guiándola hacia la verdad y la santidad”.

Desde el inicio del papado de Francisco me preguntaba por qué había cambiado hasta la expresión de su rosto, del predominante ceño adusto de cuando era arzobispo de Buenos Aires al de la sonrisa eterna en Roma. En Buenos Aires sufría, contó en Radio Perfil a la mejor y más cercana amiga de Bergoglio, la periodista Alicia Barrios (ver en bit.ly/mejor-amiga-francisco). Los obispos siempre me respondían que se trataba del Espíritu Santo. No solo la sonrisa sino la trasformación de un hombre –repito– normal en esa guía espiritual universal al que hoy el mundo se detiene a rendirle tributo.

“Al caerles un rayo de luz se vuelven resplandecientes y difunden otro resplandor por sí mismas, así las almas que llevan al Espíritu, iluminadas por el Espíritu, ellas mismas se hacen espirituales y emiten la gracia para los demás”, sostiene la doctrina católica.

El propio Francisco contó innumerables veces que en el cónclave cuando se hacía la lectura de votos y todo indicaba que sería electo papa, el cardenal a su lado le dijo: “No te preocupes, el Espíritu Santo te guiará”. ¿Pero es así de “fácil”, el electo papa se convierte en sabio, como decía Lacan, porque el hábito hace al monje?

Para la Iglesia católica es la persona quien “debe recorrer la parte del camino que está en su mano recorrer y que consiste en purificar el alma” mientras que del lado divino se le provee de la ayuda del Espíritu Santo.

Esto, perdón si suena blasfemo, me recuerda la frase de un golfista argentino afamado y muy exitoso a quien se le atribuye haber dicho que “tenía más suerte cuanto más entrenaba”. En mis reportajes, a personas exitosas suelo preguntarles si creen en la suerte, y la mayoría responde que sí, de la misma forma que cuando les fui preguntando los premios Nobel si creían en Dios, también la mayoría respondió que sí.

La etimología de la palabra espíritu viene de aire, de allí el aliento que dan los vientos propicios, el “soplo de Dios”. La muerte de Francisco coincidió con los 80 años de la liberación de Auschwitz, y vale recordar que también para el judaísmo existe el Espíritu Santo, que se acerca a algunas almas “para transmitir ciertas disposiciones que la perfeccionan”. Según Isaías, son siete dones: temor de Dios, sabiduría, entendimiento, consejo, piedad, fortaleza y ciencia.

Supuestamente, eso sucedió con Jesús al ser bautizado en el río Jordán por Juan el Bautista: “En el momento del bautismo, descendió sobre Jesús el Espíritu Santo en forma de paloma”, símbolo de la clásica foto del Vaticano de Francisco con una paloma posando sobre mano en la Plaza de San Pedro.

“El Espíritu Santo, cuando habita en una persona, la purifica elevando su condición moral. En este sentido, la persona es ‘santificada’ por su acción”.

También sin determinismos, para Hegel, el padre de la dialéctica moderna, en Fenomenología del espíritu, el concepto de libre albedrío cohabita con el de predestinación, existiendo un ascenso y purificación de la materia hecha conciencia en eso que llamamos historia. La “astucia de la razón” (¿otra forma de Espíritu Santo?) que lleva a las sociedades a elegir los cuerpos adecuados para que la evolución continúe su rumbo, incluso los negativos, que solo pueden comprenderse a posteriori.

Quizás ese argentino normal elegido papa era el cuerpo que precisaba la Iglesia –y el mundo– para seguir su rumbo. Como dijo Albert Einstein, parece que “Dios no juega a los dados”.

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Continúa mañana, sobre por qué Francisco no vino a Argentina.

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