La recorrida de un equipo de investigadores de la UNL permitió ponderar el impacto que tuvo la quema en inmediaciones del Túnel Subfluvial hace dos semanas. El daño fue de tal magnitud que la doctora en Ciencias Naturales Paola Peltzer utilizó la expresión “agonía” para referirse al estado actual de los humedales.
Por Mónica Borgogno
Tras las llamas del incendio ocurrido en inmediaciones de la isla Santa Cándida, cuyo humo se sintió de uno y otro lado del Túnel Subfluvial, desde el laboratorio de Ecotoxicología, Ecología y Ecología de la Restauración de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral, un grupo de investigadores recorrió el terreno y registró la magnitud del impacto ambiental producido.
EL DIARIO se comunicó con la doctora en Ciencias Naturales Paola Peltzer, integrante del equipo que realizó el relevamiento. La docente e investigadora del Conicet -que es oriunda de Paraná- respondió las inquietudes referidas a las consecuencias de los recurrentes incendios en los humedales de la región.
Las salidas a campo de Peltzer y sus colegas, inscriptas en las tareas que encaran a diario, se profundizaron sobre todo a partir del 2020 para hacer relevamientos de las zonas afectadas por los incendios. No obstante, hace más de 20 años estudian “los efectos de la pérdida de hábitats y fragmentación que se produce por el avance de la urbanización y la agricultura sobre áreas naturales como los bosques del espinal, bosques riparios e islas y cómo impactan en los anfibios anuros (ranas y sapos)”, explicó.
En principio se la indagó sobre las principales amenazas para los humedales e islas. Los incendios intencionales, con efecto devastador, fue lo primero que resaltó. “Nuestras acciones en campo consisten en recolectar evidencias de su efecto sobre las poblaciones de estos vertebrados, amenazados mundialmente, y de todo su entorno. Desde el 2020 hasta el momento hemos recorrido a pie más de 20 islas, algunas de las cuales han sido quemadas reiteradamente, dejando un paisaje xerófilo (seco) ya que no solo se queman las hierbas (las que se usan para regenerar y alimentar al ganado) sino también especies leñosas de gran porte como curupí, sauce, ceibo, aliso de río; y especies de animales que se han registrado muertas en sus cuevas o en sus nidos (aves y avispas) y la vida del suelo. Todas especies propias de los humedales e islas”, describió.
–¿Qué es la ecología de la restauración?
–La restauración ecológica consiste en la aplicación de métodos que permiten recuperar ecosistemas que hayan sido degradados, dañados y/o destruidos. Se trata de un enfoque práctico y multidisciplinario donde se busca recuperar el ambiente a su estado anterior. Ante estos eventos de incendios recurrentes, en muchos de los humedales, donde el suelo, las lagunas internas, la flora y la fauna nativa han sido tan destruidas, la restauración ecológica se torna compleja y difícil de alcanzar en lo inmediato y en el mediano plazo, por lo que restaurar los humedales llevará décadas.
Para revertir este nivel de daños severos se deben eliminar, por un lado, los efectos tensionantes como la presión ganadera o turística; y, por otro lado, los efectos limitantes, por caso la sequía por la bajante del río Paraná, la alteración de los ciclos de lluvias, la falta de nutrientes, la microdiversidad del suelo, y la contaminación.
Pero, lo más importante es que lo primero que debe restaurarse es la relación hombre-naturaleza, es decir, nuestra capacidad biofílica innata de sentirnos parte de la misma y no dueños de ella.
Es preciso insistir en que la diversidad biológica de los humedales se está extinguiendo gradualmente. Recordemos que más del 40% de la biodiversidad del mundo se encuentra en estos ecosistemas y que los “servicios” que nos proveen los humedales, como retener agua ante inundaciones o mitigar el efecto de la crisis climática, también se pierden.
Consecuencias
–En esos recorridos a campo en humedales, ¿qué observan?
–En todos los casos hemos registrado la agonía de los humedales e islas con árboles con sus frutos muertos en pie, bancos de semillas quemados en el suelo, anfibios, aves, reptiles y mamíferos (sapo cururú, sapito cavador, culebra verde, iguanas, yacaré, ñacanina, garzas, ratas, nutria, heces de carpinchos, nidos de distintas aves y cuevas de animales) y distintos invertebrados (caracoles de agua, avispas, hormigas) calcinados, quemados por completo. Solo encontramos cadáveres en lo que alguna vez fue un humedal, con un suelo sin vida. Pero lo más alarmante es que el recuento de cadáveres es cada vez menor.
–¿Esto qué indica?
–Que algunas especies de fauna -que no pueden escapar de los incendios- están disminuyendo en los humedales y buscan alimento o refugio en las ciudades, como los biguás, las gallinetas, los coipos, y los carpinchos. Un verdadero desastre ecológico con consecuencias devastadoras, por la avaricia humana que no frena, potenciando posibles enfermedades zoonóticas por la proximidad entre la fauna silvestre y el hombre. Los animales no tienen la culpa, ellos también quieren sobrevivir a este ecocidio.
–¿Por qué habla de los batracios como indicadores de calidad ambiental?
–De hecho, los anfibios anuros (sapos y ranas), son los indicadores de calidad ambiental por excelencia, y en los humedales del río Paraná incluido el Delta, ascienden al 50% de especies conocidas para la Argentina. Estos animales tienen la piel desnuda, sin cubiertas como escamas, pelos o plumas; tienen escasa dispersión y son totalmente dependiente del agua, de los humedales, para reproducirse y sobrevivir.
Estas características biológicas los hacen indicadores de alerta temprana, es decir que estas especies traducen lo que pasa en un ecosistema alterado. Reflejan también con sus respuestas de comportamiento, metabólicas o morfológicas, lo que le pasará a las comunidades humanas, porque embrionariamente tienen el mismo desarrollo que las personas.
Morir de pie
Cuando el dramaturgo español Alejandro Casona estrenó su pieza Los árboles mueren de pie, en 1949, seguramente no imaginó que ese título-metáfora, 70 años después sería superado por la triste realidad de especies arbóreas que mueren junto con sus semillas, de pie, alcanzados por las llamas.
Para la bióloga Peltzer, “las islas cercanas al Túnel vienen padeciendo incendios repetitivos convirtiéndolos en desiertos de heces de vacas y árboles muertos de pie. Sumados a estos incendios no naturales, de origen intencional con fines agro-ganaderos e inmobiliario-turísticos, está la bajante histórica del río Paraná y la escasez de precipitaciones, ambos factores ligados a la intensificación de las actividades del hombre: deforestación, represas, canalizaciones, y rellenos.
Así, las lagunas de desborde o internas se han secado, privando de ambientes acuáticos a la fauna de estos humedales, para desarrollarse, reproducirse, refugiarse y/o alimentarse. Debemos tener en claro que el baqueano y el pescador no queman los recursos de los que vive”.
La pregunta sobre cómo se pueden revertir o prevenir los incendios, no se hizo esperar. “La educación ambiental, el compromiso de la ciudadanía en conservar lo que queda, el verdadero uso de la Ley Yolanda -que tiene como objetivo garantizar la formación integral en ambiente, con perspectiva de desarrollo sostenible- en debates legislativos y la participación de los científicos en estos problemas socioambientales que generan no solo pérdida de biodiversidad sino también salud humana, deben priorizarse”, apuntó y en esa línea sostuvo: “Los diputados y senadores deben formarse en materia ambiental y aceptar las evidencias científicas, no pasarlas por alto. La Ley de Humedales presentada por el gobierno, es el reflejo de la ausencia de diálogo entre los científicos (que saben qué es un humedal) y los legisladores (que deberían cumplir su rol en sancionar o no, una ley o norma), cuyos intereses claramente no acompañan al desarrollo sostenible y la conservación de los recursos, paisajes y ecosistemas que caracterizan a la Argentina.
–¿Cómo sigue el trabajo de campo en lo inmediato?
–Como científicos seguiremos estudiando y advirtiendo éste y otros tantos desastres ecológicos que se vienen dando en la región del litoral, todo ligado a la misma causa: la explotación agroindustrial extractivista, que arrasa con los ecosistemas naturales, como es el caso de los incendios y la tala rasa (desmontes). El trabajo de campo seguirá sumando evidencias del ecocidio, y comunicándolo a la sociedad para que se entienda que los incendios o un paisaje rural uniforme, sin biodiversidad, es una anomalía que no puede naturalizarse.
El equipo
El grupo de investigadores está conformado por Paola Peltzer; Rafael Lajmanovich; Ana P. Cuzziol Boccioni, Maximiliano Attademo, Rodrigo Lorenzón, Evelina León, Andres Bortoluzzi, Silvia Seib, Agustín Basso, Rafael Lajmanovich Jr. y Candela Martinuzzi.
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