“Resulta claro que los acontecimientos constituyen una victoria opositora, evidenciando la naturaleza autocrática del chavismo (violando la inmunidad parlamentaria, golpeando a diputados frente a las cámaras de televisión) y ratificando el liderazgo de Guaidó, que parecía amenazado por la frustración popular ante las expectativas incumplidas de cambio. (…) Es difícil comprender la racionalidad en la toma de decisiones del chavismo, considerando el efecto negativo de lo acontecido.
Hubiera sido más sensato seguir permitiendo el funcionamiento de la Asamblea Nacional, generando cierta legitimidad internacional, ya que el accionar de la asamblea no tiene efectos concretos, por las decisiones del Tribunal Superior de Justicia”.
Con fecha del 6 de enero, el informe reservado del embajador argentino en Caracas, Eduardo Porretti, explica en parte la posición de Alberto Fernández y Felipe Solá frente al último episodio del largo conflicto en Venezuela, el comunicado de la Cancillería que provocó el reconocimiento público del halcón republicano Elliott Abrams y el rechazo del chavista duro Diosdado Cabello.
Diplomático de carrera que estuvo asignado en Cuba durante 7 años y fue miembro de la misión permanente ante la ONU, Porretti tiene una histórica relación con sectores del peronismo y quedó a cargo de la representación argentina en tierra de Chávez durante los años de Mauricio Macri en la Casa Rosada.
Para el embajador que sigue en funciones con Fernández, los últimos acontecimientos “parecen reforzar la naturaleza dual del poder en Venezuela, con dos presidentes, dos poderes legislativos y dos tribunales supremos” y marcan un retroceso doble del gobierno de Nicolás Maduro, que elige reforzar sus mecanismos de “control” y renuncia a la “búsqueda de legitimidad”. “Ante el desvanecimiento de la oposición, lo que en enero de 2019 parecía un empate hegemónico (dada la paridad de las fuerzas políticas) había dejado paso durante el año a una lógica de juego trancado que era favorable al gobierno chavista, con la oposición a un rol virtual”.
A la deriva de un Guaidó que venía perdiendo legitimidad entre sus aliados -internos y externos- y debía renunciar a su reelección de acuerdo a un consenso de rotación de 2016 le corresponde la actuación forzada de la administración Fernández, tironeada en múltiples frentes y necesitada al máximo del respaldo de Donald Trump para la negociación con el Fondo.
Los elogios para el gobierno argentino se escucharon en Washington y vinieron nada menos que de Abrams, el veterano que actuó en la operación de Ronald Reagan con los contras en la Nicaragua sandinista, fue denunciado por Amnistía Internacional y fue indultado por George W. Bush. Paradojas de un mundo de identidades difusas, Abrams resulta para Fernández el interlocutor más confiable de Trump desde que se reencontró con él durante su visita a México, en noviembre pasado.
El policía malo es Maurice Claver-Carone, el asesor cubanoamericano que dice haberse ido “molesto” por la presencia de funcionarios chavistas en Buenos Aires durante la asunción del presidente argentino. A Fernández lo fastidió primero porque el desplante llegó después de que él había hecho una gestión directa ante Maduro -por pedido de Abrams- por la situación de cinco venezolanos-norteamericanos detenidos en Caracas. Pero después, lo relativizó con la tranquilidad supuesta de que su nexo con el gobierno republicano pasa por el halcón, que aún veterano, está lejos de ser paloma.
El comunicado de la Cancillería fue leído como una victoria por el Departamento de Estado. También lo fue el pronunciamiento abstracto de un llamado al diálogo después del asesinato del general iraní Soleimani, un elemento explosivo del tablero global en el que se cruzan los intereses de Estados Unidos, Rusia y China. Si para el gobierno de Fernández el apoyo del Fondo resulta crucial, Venezuela es un tema fundamental para Trump en el año electoral y uno de los anzuelos que tiene el presidente norteamericano para captar el voto latino junto con la decisión de mudar su domicilio desde Nueva York a La Florida.
Si para el gobierno de Fernández el apoyo del Fondo resulta crucial, Venezuela es un tema fundamental para Trump.
El rol que el presidente argentino busca ocupar en la región baldía del progresismo se topa con dificultades a cada paso. Las presiones de la Embajada entraron a la Casa Rosada hace 10 días, cuando el consejero político Chris Andino y la encargada de negocios Kay Carlson visitaron a Gustavo Beliz, Felipe Solá y Jorge Argüello con reclamos airados sobre los movimientos de Evo Morales en Argentina. El impetuoso Andino viene de Afganistán y tiene una capacidad de lobby envidiable, tanto como para desplazar en poco tiempo al embajador Edward Prado. Fernández espera todavía que la administración Trump acepte el plácet de Argüello .
Aunque casi no se advierte públicamente, en el Frente de Todos conviven todavía distintas miradas, disimuladas por un contexto delicado. Mientras unos promocionan la “tercera posición” de la que habla el gobierno, otros discrepan con el rumbo del diplomático Solá y hablan de idas y vueltas permanentes en medio de un tembladeral.
Así interpretan por ejemplo el retiro de las cartas credenciales de la representante de Guaidó, como una marcha atrás tardía después del comunicado del domingo. La crisis en Venezuela no podría ser más inoportuna: encuentra a Cristina Fernández en Cuba junto a su hija Florencia. El silencio de la ex presidenta sostiene un equilibrio inestable.
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