Kaci Hickox, que llegó hace unos días de Sierra Leona sin síntomas, se negó a cumplir el aislamiento que le impusieron
En el país que hace ejercicio de la libertad y que vive cuestionando a la burocracia, no debería causar sorpresa. Una enfermera se convirtió en ícono de todo eso al resistir, a riesgo de ser procesada, la"cuarentena voluntaria" que "obligatoriamente" -¡vaya paradoja!- quiso imponerle el gobierno estatal para evitar riesgos de contagio de ébola.
"No tengo ningún síntoma. Me siento perfectamente y no hay, por ahora, acción legal en mi contra. De modo que nada impide que salga a pasear un poco", dijo Kaci Hickox.
Dicho y hecho, ayer salió a dar una vuelta en bicicleta, acompañada por su novio, estudiante de enfermería, que pedaleaba a su lado. Fue una vuelta de lo más curiosa: vigilados por la policía estatal, avanzaron entre el estruendo que hacían los vecinos asustados, al bajar las persianas o cerrar sus puertas. Un desesperado recurso para luchar contra el miedo al contagio.
Nada la amilanó. "No me quedaré de brazos cruzados, viendo cómo violan mis derechos individuales, cuando no hay ninguna base científica para justificarlo", explicó.
Hickox acaba de regresar de Sierra Leona, donde estuvo trabajando con enfermos de ébola, en una acción solidaria organizada por Médicos sin Fronteras, a la que se sumó en forma voluntaria.
Apenas supo lo que estaba pasando, el gobierno de Maine, el estado en el que reside, le "impuso" una "cuarentena voluntaria" en su casa. El "aislamiento forzoso" debe agotar los 21 días que, según se entiende, es el plazo en el que el mal puede incubarse.
Pero "la enfermera rebelde", como la llaman algunos, no quiso saber nada y, cansada del encierro en su amplia vivienda de suburbio, tomó la bicicleta y salió a dar una vuelta junto con su novio.
Fue una escena curiosa. La seguían dos patrullas de policía, cuyos efectivos dijeron estar monitoreando que no se acercara a nadie a menos de un metro. Y un pelotón de periodistas que, con micrófonos de mango largo, intentaban obtener alguna declaración.
"Estoy sana. Esto es absurdo", dijo la enfermera, en un breve intercambio con la cadena NBC.
A su alrededor lo que abundaba era el recelo. No pocos vecinos expresaron una mezcla de malestar, inquietud e irritación por la actitud de Hickox, a quien tildaron de desaprensiva e imprudente para con el resto de la comunidad.
"Se ve que no le importa lo que pueda pasarle al resto de los vecinos y eso habla muy mal de una persona", fue una opinión repetida. Muchos no ocultaban miedo, en un país donde el pánico al contagio circula mucho más que el propio virus del ébola.
Otros optaron por alabar su actitud como un freno a los atropellos del Estado y de la burocracia que "actúa antes de saber cómo". Hay que reconocer que las opiniones en ese sentido se registraron lejos de Fort Kent, el suburbio de Maine donde reside la enfermera devenida en rebelde.
LAS BATALLAS
De 33 años, su historia pública empezó a tejerse a comienzos de la semana pasada, cuando el avión en el que regresaba aterrizó en el aeropuerto de Newark, en el estado de Nueva Jersey, a tiro de piedra de la ciudad de Nueva York.
Como parte del protocolo impuesto para los pasajeros que llegan de países donde el mal es epidemia, las autoridades de Newark le impusieron una cuarentena de 21 días.
En un comienzo, la enfermera aceptó. Pero al tercer día de encierro en una carpa, con baño químico y sin ducha, puso el grito en el cielo y amenazó con salir a la fuerza.
Su primera batalla se la ganó al gobernador de Nueva Jersey, el republicano y posible candidato a la Casa Blanca Chris Christie, quien la autorizó a regresar por tierra a su casa, en Maine, siempre y cuando continuara con la cuarentena allí.
Anteayer, Hickox la quebró por primera vez al asomarse a la puerta de su casa y anunció su intención de quebrar el encierro. Algo que hizo efectivo ayer, con la controvertida vuelta en bicicleta y el desafío a las autoridades. "Estoy lista para defenderme si es que se les ocurre iniciarme una causa judicial", dijo.
El asunto desembocó en un quebradero de cabeza. Con las elecciones nacionales del martes a la vuelta de la esquina, todos trataban de hacer equilibrio entre la intención de "mostrar" que se trabaja contra la enfermedad y el riesgo de quedar desautorizados por la propia joven.
Medios locales aseguraron que funcionarios estatales intentaron negociar con la enfermera, pero no hubo caso.
"Lo único que aceptó fueron condiciones mínimas de seguridad", trascendió.
Entre ellas, no acercarse a ninguna persona a menos de un metro, no viajar en transporte público, no entrar en centros comerciales ni retornar a su lugar de trabajo..
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