El Gobierno quiere al ex presidente hablando en público. Señales del Presidente a Gerardo Morales.
Alberto intenta "apestar" a la oposición
Alberto Fernández, acosado como todos los gobiernos del mundo por el enemigo invisible, también busca saltarse el corralito y cambiar de frecuencia. No puede hacerlo con el tema deuda, tópico sobre el cual ordenó el viernes el silencio total de sus funcionarios. Tiene un atajo, que ensayó en su aparición del viernes junto a Larreta y Kicillof: que ese adversario viral se corporice en alguna de las categorías convencionales de la política. Esa pretensión está detrás de su ataque críptico a quienes, dice, que le quieren torcer el brazo y abrir la economía sin pensar en la salud pública. Ese blanco tiene dos nombres: Miguel Pichetto y Alfonso de Prat Gay. El ex candidato a vice repite cada vez que aparece en los medios, que el Gobierno tiene a la cuarentena como su único plan; Alfonso hizo bardo con la acusación de que el gobierno mató, con la cuarentena, la posibilidad de una recuperación de la economía.
Alberto no da nombres, y recuerda alguna de esas anécdotas que le gusta repetir cuando evoca las glorias del vetero kirchnerismo, "cuando salvamos el país con Néstor". Hoy clama "No me van a torcer el brazo. Voy a cuidar a la gente antes que nada". Kirchner le preguntaría algo parecido a lo que le pidió a Scioli en público: "No tenga miedo gobernador Scioli, porque usted nunca lo tuvo. Diga quién le ata las manos, porque hay que hablar con nombre y apellido" (2010, caso Píparo). Señalar enemigos anónimos es un camino fructífero porque le permite marcar la dialéctica entre quienes gobiernan y no gobiernan, y quienes hacen política de superficie y quienes tuitean con críticas. Estos adversarios innombrables, por ahora, representan la cercanía más estrecha con el principal enemigo que quiere despertar el Gobierno, que es Mauricio Macri. Lo querrían hablando en público para vapulearlo. Por ahora le están pegando al chancho - como diría Kirchner - para que aparezca el dueño. Dicho esto con todo respeto por Pichetto, Prat Gay y por la especie porcina, que en la farmacopea personal de Cristina tiene facultades afrodisíacas.
Macri tiene en claro que él es el objetivo final de la pelea, y mantiene una actividad discreta de incesantes conversaciones con todo el arco de la oposición que se sindica en lo que fue Cambiemos. Entiende que el Gobierno tiene tres objetivos: 1) explotar el caso del Correo para complicarlo a él judicialmente; 2) reflotar máximo el caso Milagro Sala para ilustrar el "lawfare" y sanear la situación judicial de Cristina. El virus interrumpió la pelea con el gobierno de Morales, a quien Macri llama a cuidar; 3) imponer al nuevo procurador, Daniel Rafecas, que es la punta para cambios en la justicia.
De esto habla en largas sesiones telefónicas. También whatsappea sobre consignas conocidas. Una es para sindicar en Cristina el polo del oficialismo, no en Alberto. “Ella sabe usar el poder. Eso me consta. Yo le gané y ella me ganó. Lo viví solo yo. Es la única que sabe qué hacer con el poder”. Otra es impedir que sus ex funcionarios critiquen a Marcos Peña por su rol como jefe de gabinete. Defendió también a Prat Gay, a quien apartó antes de su gabinete, y ahora destaca por haberse enfrentado con Alberto.
Pichetto de nuevo en carrera como auditor
Otra consigna que ha reflotado Macri es insistir en que Miguel Pichetto asuma como auditor de la Nación. "Hay que convencerlo a Miguel de que acepte", reclama en esas charlas. El ex senador cree superado el debate, y trata de evitar que su nombre sea mortificado en la Cámara de Diputados, si Juntos por Cambio propone su nombramiento. Difícil que lo critiquen, como teme él, porque ni Sergio Massa ni Máximo Kirchner van a permitirlo, cuando lo propongan. Cuando Cristina propuso a Ricardo Echegaray y a otros para la Auditoría, Cambiemos lo dejó pasar: eran atribuciones del peronismo que pasaba a ser oposición. Hoy es atribución de la oposición designar a la persona que quieran. Ese criterio lo comparte Larreta, quien el martes abrió el comedor de la sede del gobierno de la calle Uspallata, para almorzar con Pichetto en presencia de Diego Santilli. Este acuerdo en torno a la figura de Pichetto tiene sus críticos en la oposición, que prefiere que el rionegrino se concentre en el armado de un sector del peronismo, en el cual se sindique el no cristinismo, el mismo que alimentó hasta hace un año lo que era el peronismo alternativo de la mesa de los cuatro - Schiaretti, Urtubey, Pichetto y Massa. El estallido de esa mesa fue provocado por el proceso de unidad que habilitó la salida de Cristina de la fórmula, y la exaltación de Alberto como candidato a presidente. Lo permitió la migración de Massa al Instituto Patria. El acercamiento de Pichetto a Macri fue una consecuencia casi física.
El "masón" contra el "Imperio Jesuítico"
El ex senador da algunos pasos en ese sentido. El jueves participó de una mesa redonda virtual organizada por la Fundación Libertad junto a Patricia Bullrich y Ricardo López Murphy, y embistió contra el Gobierno por su agenda "pobrista". Criticó a sectores que llevan al país a un aislamiento del mundo, y que buscan instalar lo que llamó el "proyecto jesuita" del "pobrismo". Este proyecto, simpático con el del papa Francisco, lo ilustra a su entender la aparición de personajes como el cura Pepe en villas junto a unidades móviles del Anses, exhibiendo la fusión del religioso con el poder temporal. La cruz y la espada. Una evocación del “imperio jesuítico" que añora Bergoglio en sus escritos sobre los mártires de las misiones. Pichetto, que se ríe cuando lo identifican como un residuo de la masonería de antaño, sabe que la expulsión de los jesuitas de América en 1767 fue por la acusación de crear un imperio paralelo, que incluía la independencia de las colonias. Esa agenda tiene, desde esta visión, un flanco para pobres - el cura Pepe, Grabois - y otro para ricos - el jesuita Rodrigo Zarazaga, que recoge alimentos para los hambrientos con terminal en el más estrecho entorno presidencial. Este sacerdote es el hombre que logró hacerlo llorar a Alberto cuando, en una entrevista, propusieron cerrar con una oración. El Altísimo querría saber si lloró porque quería rezar, o porque no. En esa mesa se destacó López Murphy, porque habló de política hacia adelante y propuso un formato para 2021. En esas elecciones los partidos que representan el pensamiento republicano - nunca habla de derechas -deben ir a las elecciones por separado. Son comicios legislativos, y no conviene sacrificar votos por peleas de liderazgos. Para 2023, según como les vaya, será el momento de integrar un frente. Esta idea de López Murphy tiene una referencia hoy en el conservadurismo. Es el formato por el cual trabaja el Partido Demócrata Nacional, al que se ha dado hace unos meses personería nacional, y que ya hizo un acercamiento a la UCeDé, mientras busca enlazar con otras fracciones de la centro derecha.
Coqueteos y disidencias
En estos cruces virtuales quedan marcadas las diferencias entre tracciones del Gobierno y de la oposición. Alberto hace coqueteos de superficie con opositores que se muestran solidarios porque tienen responsabilidades de gobierno. A Larreta le toca la manito por TV - una quiebra del protocolo sanitario - y lo elogia para que le vaya bien con la peste, porque eso lo ayuda a él como dirigente porteño. Con Morales ha suspendido las hostilidades anteriores por el caso Sala, porque sabe que el jujeño está enojado con Larreta desde aquel episodio del colectivo maldito, que vino de su provincia cuando arrancó la cuarentena, y fue escrachado por cadena nacional al ingresar a la CABA. Gerardo cree que hubo mano negra en ese episodio y no se habla con Horacio. Alberto incluye monerías como llamarlo "Gerardo" en público. En la última conferencia con gobernadores abrió la ronda: "Escuchemos a los gobernadores. A ver, Gerardo, ¿qué opinás?". Amagó con hablar el otro Gerardo, Zamora, santiagüeño cristinista, pero lo interrumpió: "No, quiero que hable Gerardo Morales". Lindo juego porque Morales no tiene reelección en 2023, y agita un proyecto de candidatura a presidente. Tiene terminales en todas las tribus de su partido, pero sabe que en una competencia de la actual oposición tiene por delante la protocandidatura presidencial de Rodríguez Larreta. Esta buena relación con Alberto no se transmite a Cristina, que lo tiene de punta por el caso Sala. Igual hay que explicar cómo dos senadores de Morales se quedaron en estos días con la presidencia de las dos comisiones clave de la cámara. Silvia Giacoppo va a Turismo, comisión que Cristina le tenía prometida a Silvina García Larraburu, y Salud para Mario Fiad. Este médico compite con el intendente de Jujuy "Chuly" Jorge en la sucesión de Morales en la provincia. No es un regalo que te den la comisión de Salud en estos momentos, pero Jujuy fue la primera provincia que se cerró, la primera que después se abrió, hace controles de circulación exitosos, abrió el turismo interno y hace rato que no registra casos de coronavirus.
Gobernar no es hacer prensa
Hay quienes confunden hacer política con hacer campañas de prensa. Les ocurre a los gobiernos, que atienden sólo la agenda de los medios audiovisuales - en donde el periodismo se confunde con el infotainment - como si fueran la realidad. Para usar la metáfora de Paul Krugman, los medios no son la política, como la bolsa de Nueva York no es la economía. Ilustra la lección con el sarcasmo de Paul Samuelson, quien dijo que la bolsa de su país había podido predecir nueve de las cinco recesiones anteriores (sic). Si fuera por lo que los medios dijeron, Julio Cobos, Sergio Massa, Daniel Scioli y Cristina Kirchner hubieran sido presidentes (ella en un tercer mandato), y Mauricio Macri nunca hubiera ganado en 2015. La realidad es más compleja, y cuando el político busca reemplazar la acción por el proselitismo, se le notan las entretelas. En este tiempo de libertades enjauladas por la cuarentena, es comprensible que los políticos crean que la realidad se agota en lo textual de los whatsapp, las redes y los mensajes. El gobierno denuncia que tuiteros rentados le agitan cacerolazos y protestas, como si por esos canales pasara algo que no pasa en la realidad. Buscar por ahí el remedio a sus males es un camino para el error, porque más allá del cautiverio en la cuarentena, la política sigue su curso y las demandas no decrecen hacia un gobierno que lleva menos de seis meses de gestión, y que muestra problemas de división y de calidad de gestión, que suelen ser propios de los gobiernos que terminan, no de los que se inician. El Gobierno manda silencio sobre la deuda, se queja del brazo que no se tuerce, y pone toda la energía en apariciones como la del viernes, en la cual Alberto buscó politizar un debate que para el público no es político, y que no elude ni el resguardo de la salud ni el pánico al cataclismo económico, en particulares, empresas y gobiernos. La presentación junto a los gobernadores del AMBA fue una competencia de roles. Lo superó Larreta, que es parco, concentrado en el tema, no se confunde ni se abatata, no dice chistes en público como Alberto, ni se enoja y grita como Axel. Y eso que una de las afectaciones de Horacio es un gesto facial parecido a la sonrisa, cuando sólo es un rictus que ha aprendido a refrenar. Quizás porque sus adversarios lo llaman El Guasón, para mentar la imagen del personaje que hizo famoso César Romero en la serie Batman. Ninguno de los tres es un encanto, el carisma no es su negocio.
Reaparece Cristina en sesión con televisores
El resto de la energía se le va al Gobierno en los pininos de la informática legislativa. Este lunes aparece Cristina en el ensayo con trajes y luces, como dicen en los teatros de ópera. Le resulta más fácil que a Massa, a quien le volvió a fracasar el sábado otro ensayo de votación en Diputados. La razón es que el orden del día de la sesión convocada por Cristina contiene la aprobación de los DNU anti-peste, que cuentan todos, salvo dos, con el acuerdo de la oposición según se registró en la Bicameral. En sesiones virtuales se votan acuerdos ya cerrados, no se discuten leyes. Massa hará otros ensayos para huir de la respuesta que espera la oposición a su pedido de que haya una sesión presencial. Tamaña aplicación de músculo a trivialidades es para algunos una señal de puro narcisismo. Pero sentarse y agitar la batuta ante una panoplia de pantallas, para conducir las sesiones del Senado, sirve además para salir al cruce de desinteligencias con los propios socios legislativos. El experimento de las sesiones en formato virtual o mixto debió seguir el mismo protocolo en las dos cámaras del Congreso. Las dos instancias son complementarias y es extravagante, también para el record, que Diputados use un sistema y el Senado otro, cuando tratan la misma ley. Una invitación, desde ya, a la impugnación a las normas que se aprueben de esa manera. Se lo dijeron a Cristina los senadores de la oposición, que ya habían conseguido que Sergio Massa le aceptase sus reformas al plan inicial, y que impuso el sistema mixto. "No - respondió Cristina - es otra cámara, no tenemos nada que ver". Los capciosos leyeron esa sentencia como reveladora de las diferencias que la separan de Massa, que explicita con más descaro su hijo Máximo cuando habla entre cuatro paredes. "Tampoco - agregó la vice- puedo fumarme las consecuencias de que alguno de los senadores se me enferme". Esta explicación tiene más miga, porque el jefe de su bancada, José Mayans, tiene contabilizados a 39 senadores del peronismo que se resisten a sesionar de manera presencial. Superan el número que exige el quórum. El cuidado de los adultos mayores es una política de Estado, y por la misma razón, la secretaría del debate estará a cargo del prosecretario parlamentario, el radical Juan Pedro Tunessi. El titular de esa secretaría, el peronista Marcelo Fuentes, permanece en aislamiento social, como PR - población de riesgo - que es, en las costas encantadas de Villa La Angostura. En otra afirmación de autoridad, Cristina firmó un decreto aprobando un protocolo muy parecido al de Diputados, con la excepción de que sólo habrá autoridades de cámara, además de ella. Estarán los senadores Claudia Abdala (propia), Laura Rodríguez Machaco (Pro) y Martín Lousteau (UCR). Este legislador porteño se diferenció en el interbloque opositor al reclamar que hubiera senadores presentes. Lo logró para sí y los otros dos. Oportuno, porque si Cristina quisiera ir al toilette, no habría, según el proyecto original quien condujese el debate.
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