Por: Carlos M. Reymundo Roberts. Milei estará feliz: la aprobación del Presupuesto 2023 fue un verdadero aquelarre de la casta. Quizás algunos no sepan que aquelarre significa “reunión nocturna de brujos y brujas”: ninguna otra palabra de nuestra lengua define con tanta precisión lo que se vivió en el tránsito del martes al miércoles en la Cámara de Diputados; reunión, agrega el diccionario, “para la realización de rituales y hechizos”.
Desde Adán y Eva, las sucesivas generaciones se dieron a la búsqueda de un término que expresara con la mayor justeza el increíble espectáculo de políticos sacándose los ojos por la plata de la gente; cuando llegaron a “aquelarre”, dejaron de buscar. Penumbras de la noche, brujos y brujas, rituales y hechizos: de eso se trató el Halloween del Congreso. Fue el esplendor de la casta, que cuando está así, pulverizada en el poder y con luchas fratricidas en la oposición, es capaz de producir inolvidables veladas esotéricas. Al frente de todo el montaje, Massita, duende y pillo. Subrepticiamente, presencié las negociaciones: fui ordenanza, asesor, incluso diputado, incluso florero. Déjenme decirles que a nuestra plata le dieron buen destino: va camino de evaporarse, y el vapor tiende al cielo.
Lo importante era parir un presupuesto, porque eso exige el FMI: que le mintamos con lo que vamos a recaudar y gastar; y que la ficción tenga fuerza de ley. Un país sin presupuesto es como un gobierno sin presidente, y no podemos darnos todos los lujos. ¿Hubo sapos? En cantidad y calidad. ¿Hubo contubernios? No hubo otra cosa. ¿Puede hablarse de hechos llamativos, inexplicables? Todo lo contrario: Margarita Stolbizer se fue de la sesión porque tenía sueño; Gustavo Santos, exministro de Turismo de Macri, justificó su ausencia en que estaba de turista en España; Máximo pasó del discurso incendiario del año pasado, con el que le volteó el presupuesto a Guzmán, al silencio de este año, temeroso de incendiarse él; a Cobos le volvió a tocar la antipática misión de desempatar, con lo cual en la Cámara ya lo llaman “Alargue y Penales”; los jueces zafaron de Ganancias, a los camioneros les aliviaron Ganancias, y ahora a Cristina, la gran perdedora, la chichonean con que debería hacerse jueza o ponerse al volante. No es extraña una votación en la que Gerardo Morales ordena hacerle el aguante a Massita y la izquierdista Bregman, que necesita llegar a fin de mes, apoya al kirchnerismo. Tampoco debe sorprender que Milei, dejando el recinto en el momento oportuno, haya sido funcional al Gobierno: la casta es tan poderosa y dañina que hasta pudo con él.
El presupuesto es un tema viejísimo: fue el miércoles. Acaba de ser desplazado por el proyecto para suprimir las PASO, nueva bandera revolucionaria del campo nacional y popular. Algunos piensan que cargarse esta creación de Néstor se inscribe en el revisionismo histórico de Cris, inaugurado cuando, al defenderse en la causa Vialidad, acusó a su marido de acuerdos inconfesables con Clarín. Se equivocan. En realidad, es un tributo a su memoria: Néstor llegó a la presidencia con el 22% de los votos gracias a que no existían las PASO. En todo caso es revisionismo electoral: revisaron las encuestas y los números no les daban. Eliminar las primarias es quitarle a Juntos por el Cambio un casting civilizado de candidatos; sin primarias, los derechosos hasta podrían eliminarse entre sí. Pero la novedad de esta encerrona institucional es que Alberto se hizo fuerte en la cima de la colina y desde allí, lapicera en mano, les grita a sus viejos socios que de ninguna manera suprimirá las PASO. “¿Ahora me necesitan? Pues yo necesito las PASO para ser candidato”. La escena resulta singular: el profesor, o lo que queda de él, convertido en imprescindible para el kirchnerismo, como en 2019, y ahora también para la oposición, que en esta causa lo tiene de aliado. El país pendiente de Alberto, que se embarulla porque no sabe a quién defraudar primero.
Importante advertencia: tuve la mala idea de mandarle el texto a la policía del lenguaje creada por Vicky Donda en el INADI. Es la tropa que pergeñó las oportunas instrucciones a los periodistas que van a cubrir el Mundial sobre cómo tienen que hablar y escribir; por ejemplo, evitar eso de “panorama negro”, por ser racista y discriminador; o “metáforas de animalización estigmatizante”, tipo “son unos burros”, o la “cosificación de las mujeres” al elogiar la belleza de una espectadora. Me devolvieron la columna repleta de tachaduras y correcciones; muy justificadas todas, pero las rechacé al sentir que mi pluma estaba siendo víctima de un criterio poco inclusivo. Entre otras cosas, cuestionaron la caracterización del debate por el presupuesto como aquelarre (querían que pusiera “intenso intercambio en plena madrugada”), brujos y brujas (“diputados y diputadas”), casta (“legítimos representantes del pueblo”), contubernios (“acuerdos”).
¿Iré preso por mi rebeldía? ¿Me cosificarán y estigmatizarán en una celda? Qué burrada.
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