Emilio Pérsico: la historia del señor de los planes

Emilio Pérsico: la historia del señor de los planes

Dejó el secundario, rechazó la herencia familiar y fue montonero. La casa de Firmenich y el ataque de CFK.

Por GISELLE LECLERCQ

Su apellido remite a los helados. Aunque Emilio Pérsico, el líder del Movimiento Evita, renunció hace muchos años a la herencia familiar como una forma de mostrar coherencia con su modo de vida piquetera. Y se fue a vivir a una villa. No es un dato menor porque los espacios que habita tienen que ver con su historia. Como la casa en la que se encuentra hoy, en Isidro Casanova, pleno corazón de La Matanza, donde recibe a NOTICIAS el sábado 25, pese a no ser muy amigo de dar entrevistas: la misma fue construida para refugiar al dirigente montonero Mario Firmenich, con quien Pérsico compartió espacios políticos. 

Está decidido a hablar después de que su organización, una de las más grandes, recibió los dardos públicos de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien levantó sospechas sobre el uso de los planes sociales, refiriéndose, sin mencionarlo, al Movimiento Evita. Porque Pérsico no solo ocupa un cargo en el Ministerio de Desarrollo social y regentea esta importante caja política -con lo que implica estar de los dos lados del “mostrador”- sino que además se ha convertido en el sostén territorial del presidente Alberto Fernández. Y eso Cristina no lo perdona.

La historia del señor de los planes es poco conocida. Pero suena fascinante. De montonero y fundador de Quebracho a dirigente pragmático, a quien La Cámpora critica por haberse sentado a negociar con el gobierno de Macri. De verdulero y metalúrgico a funcionario. De tener una vocación religiosa, a ser un militante político empedernido. 

El hombre de la barba blanca no es fácil de encasillar, al punto de que él mismo admite que los planes no sirven. “Los subsidios y los planes enferman a la sociedad”, dice.

 

Historia. A Pérsico le gusta hablar de sí mismo porque prácticamente todas las decisiones que tomó en la vida las puede explicar a partir de alguna convicción que tuvo en ese momento. Emilio Pérsico soñaba con ser cura, pero a los 14 años empezó a militar en una organización estudiantil en La Plata. A partir de ese momento, todo fue intenso. 

En paralelo a su ingreso a la política, tomó dos decisiones que lo marcaron: se fue de la casa de su familia y le pidió a su padre, un importante ingeniero de La Plata, que lo ayudara a entrar a trabajar en una fábrica: “Él conocía a todos los industriales y me respondió que estaba loco: ‘Todos saben quién sos vos, ¿qué? ¿te van a tomar para que armes el sindicalismo? Yo no les puedo recomendar que te tomen porque les vas a armar quilombo’, me decía. Pero al final, aflojó, me presentó a un amigo y entré en una metalúrgica”, cuenta. 

No fue la única decisión llamativa de su adolescencia. “Estábamos re locos. Si hoy un hijo mío hiciera algo de esto, lo mato. Por ejemplo, vos en general empezabas a militar en tercero así que tenías solo dos años para adelante. Como quinto no se repite y no nos podíamos volver a anotar, nos anotábamos dos veces en cuarto… O sea, cursé dos veces cuarto para hacer política nomás”, se ríe. 

La primera vez que lidió con la muerte era apenas un adolescente. Había ido con un grupo de compañeros a recibir a Perón a Ezeiza y un amigo suyo recibió un disparo en la cabeza. Pérsico dice que siempre hizo política “en serio”, incluso cuando era un adolescente. De hecho, siempre supo meterse en el círculo rojo: cuando Héctor Cámpora llegó a la Presidencia, él recuerda jugar a la pelota en el patio de la Gobernación Bonaerense mientras debatía con compañeros y funcionarios. 

Pero cuando llegó el golpe, se tuvo que exiliar. Tenía 19 años, había conocido a su primera esposa, Cecilia Calcaño, y ya tenían una hija. Cuando se fueron de la Argentina, la joven estaba embarazada. Su segunda hija nació en el exterior y la pareja decidió dejarlas en una guardería en Cuba: “Había que hacerlo porque podías perder a tus hijos. Sabíamos que los milicos no te los entregaban. De alguna manera, era una forma de protegerlas”, recuerda. 

Calcaño pudo volver a Cuba dos años después a buscarlas, pero él no. Él continuó en el exilio. La única foto que tiene de aquellos tiempos, cuando todavía no se había dejado su característica barba, se la sacó en Brasil. Se ve a un joven Pérsico mirando a cámara con una camisa blanca y montañas de fondo: “Me la saqué para poder mandársela a mi hija y que, al menos, viera mi cara una vez”, dice.  

 

Pérsico vivió parte del exilio en Suecia, donde un compañero de militancia le dijo que se tenía que formar. “Yo no era un intelectual, era medio brutazo. Así que me llevaron a ver a Rodolfo Puiggrós. No lo podía creer. Me dijo que fuera todos los días a su casa, que él me iba a dar un libro y que lo íbamos a discutir. El primer día fui pensando que me iba a dar textos de historia y resultó que me dio las obras completas de Neruda. Después me dio ‘Capitanes de la arena’ de Jorge Amado. Me costó entender todo lo que me estaba aportando, pero fue muchísimo”, recuerda. 

Pérsico es un hombre al que le gusta conversar y tiene muy buen humor. Pero hay un solo tema que esquiva: la violencia en los ‘70. “No hay que hablar de eso, no tiene sentido. La evaluación de ese momento la va a hacer la historia y todavía falta. Hay una reivindicación heroica y hay una posición muy crítica… y, la verdad, hay gente muy buena que tiene una visión muy mala de ese proceso y con la que no me quiero pelear. Hasta el ‘Chino’ (Navarro) está muy en contra de la Contraofensiva”, responde.

Sucede que Pérsico formó parte de la Contraofensiva de Montoneros, una de las acciones más discutidas de la organización. En su caso, cuando llegó a la Argentina se instaló en el barrio Iparraguirre, en Grand Bourg, en la zona norte de Buenos Aires. “Teníamos 40 cuadras de barro para llegar a la estación. Me metí a trabajar en una metalúrgica y a organizar el peronismo. Era riesgoso porque estábamos en la clandestinidad. El amigo que se fue ahí conmigo, de hecho, está desaparecido”, cuenta.

Fue en Iparraguirre donde conoció a su segunda esposa, Isabel Palomo, con quien estuvo 27 años. La historia de esa mujer es increíble: “Ella era una compañera muy humilde de Chaco. Un día el padre mató a la madre en un accidente. Pero estaba tan borracho que no pudo rescatarla. Vivían en el medio del monte, a 40 kilómetros de un camino de asfalto y, de ahí, había que hacer 80 kilómetros para llegar a un pueblo. Ella ensilló un caballo y salió con destino a Buenos Aires. Cuando el caballo se le murió, siguió a dedo hasta que llegó de casualidad a la villa donde estaba yo”, cuenta. 

La vida con Isabel fue de extrema precariedad. Durante los primeros cinco años de relación ella trabajaba como empleada doméstica con cama adentro y solo se veían los fines de semana en un ranchito que compartían con otro amigo. Y a pesar de que logró construir una buena relación con sus hijos, toda la vida, el tema económico fue motivo de reproches. 

Él se hace cargo y dice todo el tiempo que fue un mal padre. Tuvo la posibilidad de que sus hijos tuvieran un buen pasar, pero renunció a la herencia familiar. Su abuelo paterno había fundado la heladería Pérsico en La Plata y su padre, como ingeniero, había aumentado el patrimonio  con locales comerciales en el centro de la ciudad y con campos. Aunque no eran una familia aristocrática, sí se terminaron convirtiendo en parte de la clase alta de la época. Él no quiso usar nada de eso para mantener a su familia y hasta renunció a sus derechos como heredero. 

“Éramos cuatro hermanos. Ahora quedaron dos que van a heredar, pero el juicio sigue abierto porque se pelearon entre ellas. Eso pasa con la plata. Mis hijos, igualmente, decidieron meterse en la sucesión. Yo no les di una buena vida. Los crié con los humildes por convicción, pero crecieron en villas muy violentas y varios tienen todos los vicios de la villa. Uno estuvo muy mal con las drogas… faso, cocaína, paco, consumió todo lo que se le presentó”, se lamenta.

Transformación. Hubo un momento en el que Pérsico decidió que ya no eran las fábricas el lugar en el que tenía que estar y se mudó a las afueras de La Plata, en Colonia Urquiza, donde se dedicó al campo. Desde allí comenzó a organizarse cada vez más en los márgenes de la política. El peronismo que proponía Menem nunca lo sedujo y comenzó a articular con otros movimientos de desempleados.  A sus hijos solo les inculcó una idea: “En este sistema no se salvan todos”. 

El punto máximo de aquella organización fueron las movilizaciones del 2001. Con los años se fue convirtiendo en el rostro de un fenómeno totalmente novedoso en la Argentina: el de los piqueteros. Fue uno de los fundadores de Quebracho, que instaló el método de los cortes de ruta como modo de protesta. Esa organización de encapuchados y con palos, que en su momento fue cuestionada por sus métodos, dice, “fue una bocanada de aire” después de los difíciles años menemistas.  

Cuando Néstor llegó al poder, él desconfiaba. Sin embargo, apenas lo conoció decidió reunir a su familia: “Les dije que yo no iba a trabajar más, que iba a dedicar todos mis esfuerzos en apoyar a este tipo, que les dejaba el campo y que me quedaba con un pedacito que iba a alquilar para mantenerme”, cuenta. 

Quizás sin saberlo, ese día comenzó un nuevo capítulo en su vida que también incluyó una transformación en el plano privado. En 2005 conoció a Patricia Cubría. Juliana Di Tullio fue la celestina. 

Invitó a Patricia, que también militaba, a vivir a una villa llamada “Amor y corazón”, en San Fernando, y ella dijo que sí enseguida. “Fue difícil la relación con la familia de la ‘Colo’ al principio. Primero estaba la diferencia de edad: ella tenía 24 cuando nos conocimos. Pero después, cuando nos mudamos a un pasillo, la madre no lo podía creer. Es una mujer progresista, sí, pero otra cosa es que tu hija se vaya a vivir a un lugar donde hay olor a mierda y la gente se mata por cualquier cosa”, agrega. 

 

En el 2006 fundó el Movimiento Evita y, en paralelo, se convirtió en uno de los funcionarios de confianza del gobernador Felipe Solá. Esa transformación lo separó para siempre de las organizaciones de izquierda, que mantuvieron su oposición al gobierno kirchnerista. “Lo que pasa es que yo siempre fui peronista. Y los peronistas siempre estuvimos esperando que alguien abra las puertas del Estado para transformar la realidad”, explica. 

Su poder, influencia y visibilidad dieron un salto a partir de ese momento. Y su nombre y su cara quedaron asociados a dos palabras: planes sociales. El Evita se fue convirtiendo poco a poco en una de las organizaciones sociales más grandes del país. Pérsico se jacta: “En todos los pueblos tenemos un referente del Evita”. 

Dinero. Pérsico se ríe y dice que es “un mantenido”. Según él, desde que conoció a Patricia ella es la que sostiene económicamente la familia. En la actualidad, dice, su sueldo es de alrededor de $400 mil pesos. “Yo guardo y acumulo mi sueldo hasta que llego a comprar alguna propiedad. La compro y se la dono al Evita. Lo último que le doné a la organización fue un terreno para armar una granja de rehabilitación. Tengo que hacerlo todo a fin de año y regalarlo antes de que salga la próxima declaración jurada porque sino sale en todos los diarios que tengo tal propiedad cuando, en realidad, no la compré para mí”, cuenta. A veces cuesta comprender cuándo habla de patrimonio propio o de su organización. 

En la declaración jurada de Cubría también aparece un campo en Mendoza y un terreno en Tigre. En el primero la pareja produce vinos a través de una cooperativa cuyas autoridades pertenecen al Movimiento Evita. La marca es Bowen. El segundo, en realidad, también va a ser donado a la organización, asegura Pérsico. 

Cuando sus adversarios hablan de él, repiten que es uno de los dirigentes con la caja más importante. El plan “Potenciar trabajo” está bajo la órbita del Evita y es un programa con recursos anuales de $227.100 millones. El otro gran cuestionamiento es que hoy ocupe el cargo de secretario de Economía Social y sea, al mismo tiempo, el máximo referente de su organización. “No hay contradicción. Yo solamente inicio los expedientes, pero la firma la tiene el ministro y es él quien decide a quién se le da plan y a quien no”, se defiende. 

Además, insiste en que el Evita fue la organización que menos creció durante este gobierno. “Llegamos y teníamos 70 mil planes. Ahora tenemos 120 mil. El resto de las organizaciones y los intendentes crecieron mucho más Yo no estaba de acuerdo con que se aumentaran tanto, se lo dije a Alberto”, agrega. Los adversarios de Pérsico ponen en duda esos números. 

Diagnóstico. El primer encuentro que iba a tener Pérsico con NOTICIAS fue cancelado. “La comida de mañana se suspendió porque a uno de los compañeros de Lafe lo cagaron a tiros anoche, así son las cosas por acá…”, escribió por WhatsApp. El dirigente había invitado a la revista a una cena con miembros del Club Laferrere, a quienes les quería agradecer la ayuda en la organización del campeonato “90 minutos de libertad”, un programa impulsado por el Movimiento Evita destinado a presos del penal N° 43 de González Catán. Sin embargo, el plan se frustró cuando dos sicarios intentaron matar al líder de la barra y dirigente del Evita. Abrieron fuego en plena zona comercial al mediodía. De los cuarenta disparos, cuatro le dieron y el hombre quedó internado. “Nunca vamos a saber bien de dónde vino el ataque”, dice Pérsico.

 

Para él, esto que sucedió no es excepcional y sostiene que lo que pasa en el submundo del conurbano no tiene nada que ver a lo que se imagina la “progresía” de Capital. Su crítica va, sobre todo, a los dirigentes del kirchnerismo duro y de La Cámpora. “Yo viví en villas durante todo el gobierno de Cristina y lo agradezco porque sino no hubiera entendido lo profundo y grave que es esto. En mi pasillo se murieron cuatro pibes. Todos a los tiros. El día que llegué un chico se puso a vender paco en la puerta de mi casa”, insiste. 

A Cristina la ubica en el espacio del progresismo desconectado de la realidad. Alberto, dice, lo entiende un poco más. "Yo me entiendo con las organizaciones y con los empresarios. La política no vive en este planeta, pero los empresarios sí", asegura. Va más allá y dice que una reforma laboral es prácticamente inevitable y que lo único que se debe resolver es si se hace en beneficio de los humildes o de los empresarios. 

Sin embargo, en el universo empresarial cosechó muy buenos vínculos con Gustavo Grobocopatel y las autoridades de Mastellone, dos de los que menciona. Con la ayuda de Argentum está diseñando un sitio como Mercado Libre de la economía popular y quiere cerrar acuerdos para que sus cooperativas textiles puedan venderle a supermercados como Carrefour. También habla de Idea como un espacio en el que lo comprenden. 

Pérsico salió a hablar porque quiere formar un partido que compita en las Paso. Su insólita historia de vida demuestra que, quien sabe, pueda terminar aliado al espacio menos pensado.

Comentá la nota