Por: Nelson Castro. Las campañas de ambos candidatos muestran la pobreza de la oferta electoral de la clase política.
“¿Votamos a Frankenstein o a Drácula?”, reza uno de los memes que más circulan en las redes en alusión a la segunda vuelta del próximo domingo 19 de noviembre. La expresión refleja a la perfección la encrucijada electoral en que quedó atrapado el país tras el resultado de los comicios del 22 de octubre pasado. Explica, a su vez, la falta de esperanza de una parte significativa de la ciudadanía, que ve a la Argentina como un país sin otro rumbo que el del desencanto y la frustración.
La campaña de Sergio Massa es absolutamente desvergonzada. No solo eso sino que, además, en muchos casos, es violatoria del Código Nacional Electoral que, en su artículo 64, establece que no se pueden hacer anuncios de gestión a partir de los 25 días previos a los comicios. Nada que sorprenda viniendo de un dirigente peronista para el que el valor de la ley es escaso o nulo. Las dos únicas propuestas del candidato oficialista son el “plan platita” y el miedo a su rival, a quien, en general, no nombra. Una muestra de esa falta de límites fue la foto de campaña que el ministro-candidato se sacó con actores y actrices afines usando de fondo el Festival Internacional de Mar del Plata. Un verdadero gesto de apropiación de un acontecimiento cultural que debe ser respetado en su pluralidad. Así es el peronismo.
Desde el sábado hasta el martes hubo en el entorno de Massa una mezcla de desasosiego y enojo por la falta de combustible que se extendió a todo el país. El destinatario especial de ese enojo fue el presidente de YPF, Pablo González. Hay que recordar que YPF es una compañía manejada por La Cámpora. Es una parte más de la totalidad de las cajas del Estado que quedaron en manos de la agrupación que lidera el hijo de los Kirchner. En esa administración, junto con el afán por gerenciar el dinero que mueve la firma con intencionalidades político-partidarias, abunda –como no podía ser de otra manera– la ineptitud que derivó en este inconveniente que paralizó por varias jornadas a todo el país. Eso enojó a Massa, quien, de todas maneras, nada puede hacer para modificar la situación. ¿Podrá hacerlo en caso de ser electo presidente?
En la reunión con los empresarios en la sede de la Unión Industrial Argentina (UIA), el ministro- candidato vivió algunos momentos incómodos. El reclamo principal de los industriales pasa por los dólares que las empresas necesitan para importar los insumos que precisan para seguir operando. Las respuestas dadas no fueron satisfactorias. Hubo cruces picantes entre Massa y algunos de los allí presentes. El exintendente de Tigre intentó zanjar esa tensión ofreciendo cargos a empresarios en su idea de un gobierno de unidad nacional. Entre las vacantes en danza está la presidencia del Banco de la Nación.
Uno de los problemas que tiene Massa para contrarrestar su falta de credibilidad es la presencia activa del kirchnerismo que, claramente, no ceja en su intento de imponer su agenda, la que, como es bien sabido, está vinculada directamente a las necesidades de Cristina Fernández de Kirchner. Su prioridad es el Poder Judicial.
En ese ámbito, la condenada vicepresidenta busca descabezar a la Corte Suprema y, además, designar a decenas de jueces afines. Ese intento fracasó con Alberto Fernández. La presión la tiene ahora Massa. Y si llegara a ser elegido presidente, la tendrá mucho más aún. Una muestra de ello ocurrió esta semana con el cruce de alta tensión entre los dos miembros de la Corte Suprema de Justicia –su presidente, Horacio Rosatti, y Carlos Rosenkranz–, que rechazaron de cuajo y en duros términos el juicio político que les quieren promover desde el kirchnerismo. El dictamen de la Comisión de Juicio Político ya está listo para elevar la acusación que pasará, entonces, a la Cámara de Diputados. El oficialismo está esperando la palabra de Massa para ver si aprueba ese paso que, de concretarse, será juzgado por un Congreso con otra integración en el que el kirchnerismo no tiene mayoría pero en el que está la mano de CFK, con su hijo Máximo y Eduardo “Wado”de Pedro como verdaderos comisarios políticos.
Esta movida impulsada por la vicepresidenta generó la protesta inmediata y enérgica nada menos que del gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, quien acusó directamente al ministro-candidato de estar apoyando esta maniobra. Es lo peor que podría haber esperado Massa, que estaba planeando algún movimiento de seducción hacia el gobernador, cuyo apoyo necesita para captar algunos de sus votos, que son cruciales para allanarle el camino hacia la Casa Rosada.
En las huestes de Javier Milei tampoco reina el sosiego. La sociedad con Mauricio Macri ha producido un profundo impacto –no siempre positivo– puertas adentro del espacio libertario. Tal es la fuerza de ese impacto que el candidato debió salir a ratificar los ejes principales de su propuesta de gobierno: la dolarización y el cierre del Banco Central. Pero, más allá de esos ruidos internos, Milei necesita esa asociación no solo por los votos sino también por los fiscales. Ya terminado el idilio con Luis Barrionuevo –un sapo que Milei se deglutió con una fenomenal ingenuidad–, la necesidad de tener fiscales que actúen con firmeza y conocimiento de la mecánica electoral hace que la colaboración con el PRO sea imprescindible. Eso para empezar porque, si llegara a la presidencia de la Nación, va a necesitar el apoyo del equipo amarillo y de otros sectores de No Tan Juntos por el Cambio para aspirar a que se aprueben algunos de sus proyectos legislativos. Uno de los hechos que generaron los mencionados recelos fue, en estas horas, la aparición del nombre de Federico Sturzenegger como un posible convocado para desempeñar funciones dentro de un posible gobierno libertario. La verdad es que Sturzenegger tuvo un opaco papel como presidente del Banco Central. Su gestión fue –y sigue siendo– blanco de críticas muy duras, muchas de las cuales vienen desde las mismísimas filas de JxC. Resultaría paradójico, además, que Milei, que denuesta al Banco Central, convocara a su gobierno a uno de sus expresidentes.
Al candidato libertario tampoco lo ayudan las disparatadas declaraciones públicas de algunos de sus dirigentes. El caso más resonante de estos días ha sido el de Diana Mondino, una destacada economista que, vaya a saber por qué razón, ha puesto en la agenda de la campaña temas tan delicados como el de los trasplantes, con posturas muy criticables como la de la venta de órganos, o la comparación del matrimonio igualitario con los piojos.
Massa o Milei. Es lo que hay.
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